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Palabra de Anita Pallenberg

La musa de los Rolling Stones y referencia de estilo de Kate Moss defiende su pedigrí rockero

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Getty Images

Según Anita Pallenberg, vestimos igual que nuestros padres. “Más de treinta años después y seguimos con la misma mierda”, sentencia la Pallenberg durante una charla sobre el estilo rockero en los grandes almacenes londinenses Selfridges, organizada por la maquilladora Charlotte Tilbury.

La musa de los Stones, referente de estilo y superviviente de los excesos del rock, expresó de la manera más simple posible una de las grandes verdades de la moda de nuestro tiempo. No importa la cantidad de tumblr que engullamos al día o que sepamos cómo deletrear nombres de jóvenes diseñadores antes de que los patrocine Topshop. Ya está todo inventado y a nadie le ha dado por mandar ese todo al traste. Porque encima, pobres incautos, creemos que somos inconformistas sólo porque podemos abrocharnos los vaqueros pitillo.

Con los Stones

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Bronceada, con gigantescos aros de oro y sombrero de ala ancha, la ex de Keith Richards ha interrumpido el cuidado de su huerto londinense para tirar por tierra nuestros patéticos intentos de vestir como groupies de lujo.

Esta abuela de 69 años explica con sutil desdén que la manera en la que se vestía durante la segunda mitad de los sesenta,  -posteriormente copiado ad nauseam- se debía simplemente a una actitud casual enfrentada a la formalidad de la época. Lo que entonces surgía de una mezcla de abulia herbácea, resaca y horarios cambiados, nos ha llegado gracias al teléfono escacharrado de la moda en forma de estilismos festivaleros listos para comprar: “Estábamos siempre gira y con tanto trajín como mucho me daba un poco de vaselina. Odio la máscara de pestañas. Cuando trabajaba de modelo me llevaba mal con los fotógrafos porque nunca me la ponía”.

Entre las ocurrencias estilísticas de Pallenberg está la cara lavada con ojos perfilados de cualquier manera, el encaje y los oros a la hora del café y lucir pieles y lentejuelas como quien no quiere la cosa. Más bohemia de lujo que hippy, se fijaba en divas de Hollywood como Jean Harlow, Marilyn Monroe, Joan Crawford, en Brando, Elvis y en el vestuario de la película basada en la ópera Porgy and Bess.

Con Marlon, hijo de la pareja

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Pallenberg es algo más que una nota en la historia del rock and roll. Sin ella no pueden entenderse muchas cosas. Ni el estilo entre glamuroso y tirado de su amiga Kate Moss, ni la insistencia de niñas buenas de arreglarse como si se fueran a colar en camerinos, ni la leyenda de los Rolling Stones. Sofisticada, cosmopolita, con interés por lo oculto, la actriz y modelo aglutinó la imagen de los Stones, que con ella descubrieron la decadencia y la androginia.

.Vio a sus satánicas majestades por primera vez en 1965 en un concierto en Munich al que le llevó un fotógrafo con el que trabajaba. “Había visto a los Beatles en Frankfurt y no me gustaron. Vestían todos igual, iban muy arregladitos, no eran chicos malos”, comenta con sorna.

Anita era lo más exótico que los Stones, todavía unos pipiolos ingleses, habían visto. “Tenía un estilo increíble. Y la habilidad de combinar cosas y conectar con la gente. En aquella época fue una gran catalizadora”, escribe  Richards de la madre de dos de sus hijos en su autobiografía Life.

Procedente de una familia artística y caótica, creció en Roma pero pasó su adolescencia en Munich, en un internado del que según dice Keith Richards en su libro “la expulsaron por beber, fumar y –lo peor- hacer autostop”.

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En Roma alternaba con Visconti, Fellini y Pasollini; en Nueva York con Warhol y los poetas beat.Tonteó con Mick Jagger, mantuvo una relación Brian Jones pero se quedó con Keith Richards. De camino a Tánger, se quedaron solos en España, en la parte de atrás de un Bentley y enseguida se hicieron inseparables. Hacían una pareja increíblemente fotogénica. Paul y Talitha Getty les invitaban a opio y Marlon Brando intentaba seducir a los dos a la vez. Ella mantiene que su vida era más corriente de lo que parecía «Estábamos recogiendo conchas en la playa, cualquier cosa aburrida y la gente pensaba que estábamos montando orgías.»

Por entonces Keith empezó a ponerse los pantalones y camisas de Anita y a quitarle el maquillaje (todavía hoy ambos son fieles al kohl de Guerlain): “Todos teníamos la misma talla y nos robábamos la ropa. Los pañuelos que llevaba  Mick eran míos”, recuerda.

Fue una más en los Stones: “Me respetaban, porque trabajaba,  porque mi padre era músico y sabía de ese mundillo, leer partituras y tocar el piano. No me limitaba a sentarme y ser guapa.” Hasta que el status estelar de la banda pudo con ella: “Se hicieron ricos y famosos y perdí interés. Prefiero lo underground, cuando se convierte en demasiado, me agobia”.

Después de esta mini clase magistral, Pallenberg se levanta y anuncia que tiene que marcharse al concierto de  Marianne Faithful,  parte de un festival programado por Yoko Ono. Después de años, adicciones y altibajos, estas mujeres son tan incombustibles como sus armarios.

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