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Ottessa Moshfegh: cómo pasarse un año en la cama viendo pelis de los 80

Se edita en España Mi año de descanso y relajación (Alfaguara), la última novela de la escritora más extraña y afilada del panorama literario. «Las mujeres tienen que creerse que son estrellas, no mendigas de la aprobación de los demás». Charlamos con ella.

Ottessa Moshfegh.
Ottessa Moshfegh. Krystal Griffiths

«¿Eres un alien?». Esta fue la primera pregunta que el ahora prometido de Ottessa Moshfegh, el también escritor Luke Goebel, hizo al conocerla. Había viajado hasta Los Ángeles para entrevistarla para una revista. Para cuando acabó habían pasado 27 días de revolcones y dudas literarias. No sorprende que intuyese un aura extraterrestre. Nada en la vida de Ottessa Moshfehg (Boston, 1981) se enmarca en lo mundano y convencional. Su padre es un violinista judío iraní que se enamoró de una croata huyendo de la revolución islámica. Aprendió a leer partituras antes que palabras. Se pasó su infancia encerrada en un corrector de postura por escoliosis. Vivió en China y enseñaba inglés en un bar de punks. Volvió a EEUU y consiguió ser asistente de Jean Stein en The Paris Review. Mientras se codeaba con la élite literaria de Nueva York, recogió a un gato callejero que casi la mata (tardó meses en descubrir que había contraído la fiebre por arañazo) pero que a su vez la salvó: dejó Manhattan, se mudó a Los Ángeles y empezó a publicar.

Con Mi nombre era Eileen y su perversa protagonista consiguió ser finalista del Man Booker y se hizo con el PEN en 2016. Su colección de relatos Homesick for another world (todavía no traducida al español) se adentra aún más en esos universos excéntricos, nihilistas y amorales que caracterizan a sus textos: profesoras de colegios católicos que se drogan con sus alumnas y vomitan mientras las monjas descansan o niñas que se creen de otro universo, obsesionadas con un posible retorno únicamente si asesinan a la persona adecuada. Una prosa inteligente y adictiva que ya tiene su propio culto y que ha explotado como fenómeno literario con su última novela, Mi año de descanso y relajación (traducida y editada desde hace unas semanas por Alfaguara). Moshfehg se recrea aquí en el asco a la humanidad que padece una pija con mommy issues y cuerpo de Margott Robbie (será la australiana la que la interprete en la adaptación al cine), obsesionada con desconectar de todo y pasarse un año drogada en su apartamento del Upper East Side poco antes del 11-S. Mientras Nueva York creía tenerlo todo, la protagonista se encierra y se recrea en un festín de drogas prescritas por una psiquiatra majara. Entre mysoline, risperdal, zolpidem, valium, orfidal, benadryl, nyquil, lunesta, temazepam e incluso una droga inventada, infermetirol, y el sonido de fondo de cintas en VHS de los 80 protagonizadas Whoopi Goldberg, el personaje únicamente recibirá las visitas de una amiga bulímica obsesionada con Sexo en Nueva York, un ligue que podría protagonizar American Psycho y el artista conceptual oriental que tiene engañado a toda la ciudad. Como ella misma contó en una entrevista, muy acorde con su espíritu escatológico, «mis textos dejan a la gente rastrear en sus propias depravaciones, pero al mismo tiempo son refinados… son como ver a Kate Moss cagando».

La crítica apunta a que tu trabajo “parece salido de un sitio que no es el planeta Tierra”. ¿Te consideras una voz ‘marciana’ en el panorama literario actual?

No, no lo creo (se oye una risa seca al otro lado del teléfono). Me siento muy de este mundo. Sí que creo que soy diferente.

¿En qué sentido?

Cada escritor se siente diferente al resto, ¿no? No creo que sea la única escritora en verse así.

¿Por qué la protagonista de Mi año de descanso y relajación no tiene nombre?

Creo que los nombres son muy importantes y dicen mucho del personaje. Cuando me preguntaba a mí misma cuando lo escribía cómo se llamaba, no había nombre. Cada vez que pensaba en un uno, creía que desmerecía a la protagonista, así que pensé que lo interesante era no dárselo. Creo que fue la decisión adecuada. Si ella hubiese tenido uno, el lector la hubiese juzgado con una distancia mayor. Sin nombre podía acercarlo porque ella, de por sí, es un personaje distante.

El libro recoge el falso optimismo estadounidense poco antes del 11-S, ¿qué clase de alienación vivimos en la era de Trump?

Creo que en los últimos 18 años la tecnología ha cambiado las formas en la que nos relacionamos con la realidad. Creo que es fácil mirar al actual presidente y culparle de esta especie de broma que sentimos que vivimos a nivel cultural. Pero nosotros también tenemos cierta parte de responsabilidad del punto al que hemos llegado. Todo el mundo se pasa el día en Internet. Ese ha sido el cambio más profundo y la mayor alienación que hemos vivido.

Ahora que se habla tanto de la ‘generación quemada’ y de una sociedad incapaz de conjugar jornadas maratonianas con su tiempo libre por la precariedad, ¿crees que algún lector puede fantasear con el plan  de desconectar de todos y pasarse un año tirado en el sofá drogado viendo películas?

Oh, por favor, espero que no. No conozco a esta generación de forma específica, para nada, pero creo que a mucha gente también le hubiese encantado tomarse un año libre hace cien años y que también estaban cansados y estresados. No sé, yo no encajo en esta generación, me siento muy vieja ya.

En el libro describes a una joven atractiva, listísima y consciente del poder que ejerce sobre los demás, mientras que Eileen (la protagonista de su primera novela, Mi nombre era Eileen) es la antítesis de lo cool y odia profundamente su aspecto y cuerpo. ¿Por qué construir a dos antiheroínas tan distintas?

¿Sabes esa sensación que te da cuando cuentas la misma historia dos veces y te empiezas a odiar a ti misma? Pues mi primer instinto fue ese. No quería recurrir a un patrón cómodo y autorepetitivo ni escribir sobre el mismo tipo de personaje, así que me reté a mí misma para crear uno totalmente distinto.

Has contado en alguna ocasión que Mi nombre es Eileen fue una especie de experimento porque no tenías un duro y te planteaste cómo sería escribir un libro que entendiese todo el mundo. Entiendo que ese ya no es el caso, ¿qué te planteas ahora?

Escribirlo fue muy educativo, aprendí mucho y me enamoré de la novela como formato. Ahora mismo se podría decir estoy explorando mis curiosidades. No me preocupa acercarme al lector normal.

En la mayoría de perfiles y entrevistas que se han escrito sobre ti una palabra se repite sin cesar respecto a tu carácter: “dureza”. ¿Sientes una necesidad de defenderte así o que las escritoras deban probarse al mundo con esa cualidad?

Creo que sí, que, en cierta manera, es necesario. Escribir es una práctica muy solitaria. Se necesita fuerza para tener ambición y objetivos personales. Nadie va a ayudarte a conseguir lo que quieres, especialmente si lo que haces sale de la nada. Eso requiere coraje. Creo que hay cierto grado de dureza, porque cuando acabas de escribir, que ya de por sí es un proceso muy vulnerable, de repente, cuando el libro se publique, serás criticada de formas que nunca habías pensado. Es una sensación muy extraña. Tienes que ser fuerte para no tomártelo de forma personal y seguir hacia delante.

¿Por qué decidiste escribir un ensayo en Granta sobre la experiencia que tuviste cuando tenías 17 años y un respetado autor de 65 años intentó acostarse contigo a cambio de asesorar tus textos?

Quería superarlo. Pensé en aquello durante muchos años. Siempre supe que acabaría escribiendo sobre lo que me pasó, pero de repente supe que era el momento correcto para hacerlo. Significaba que había crecido y que podía verlo de una forma distinta. Era algo que quería compartir.

En una entrevista posterior comentaste que lo hiciste porque no querías aparecer retratada como una víctima, y también dabas a entender que sería mejor para las mujeres ser menos humildes y, en contrapartida, más arrogantes. ¿Por qué?

Porque las mujeres necesitan hacer lo que quieran. Si creemos que nos tenemos que arrodillar para conseguir lo que queremos, eso moldea la forma sobre cómo nos sentimos y cómo actuamos. Si pensamos que tenemos que mendigar por lo que queremos, nos veremos así, como seres suplicantes. Si nos pasamos la vida diciendo ‘oh dios mío, muchísimas gracias, no lo merecía’, ahí es donde claramente necesitamos recetarnos esa arrogancia. Si vas por la vida sabiendo que te lo mereces, te verás a ti misma como una estrella y entonces actuarás como tal. Porque eso es lo que eres. No una mendiga por la aprobación de los demás.

Tu astrólogo personal vaticinó que encontrarías a tu pareja, ¿cómo influye en tu vida?

Es importante. No está presente en mi día a día, pero cuando me siento confusa o deprimida y no entiendo por qué, mi astrólogo puede aportarme cosas y ponerlas en contexto. Me hace sentir de forma distinta y apreciar cosas por las que quizá me estaba quejando.

Has descrito con anterioridad que te sometías a procesos de soledad y aislamiento durísimos para encarar tus novelas. Ahora que vives en pareja –con otro escritor–, ¿sigue siendo la soledad total el mejor método? ¿Cómo escribes?

(Silencio de unos diez segundos antes de responder). Mmm, no necesito mucha soledad. Ya no es tan difícil, basta con meterse en una habitación. Ahora no tengo un esquema fijo o estricto. Escribo en plazos cortos durante muchos ratos al día. No soy la clase de persona que se siente durante ocho horas al día y no se levante de la silla. Escribo media hora, me levanto, vuelvo a escribir media hora o doy un paseo y vuelvo para otros 20 minutos más. Acabo un poco abrumada y necesito tomar un poco de distancia. Simplemente sigo mis instintos.

¿Por qué no tienes redes sociales?

Es mejor para mí. Las veces que las tuve fue como caer en arenas movedizas. De repente te preocupas de cosas por las que no te preocuparías si no estuvieras allí, porque no son cosas que pasen en tu mundo, son cosas que están pasando en internet. No vives más en tu mundo. Después de un tiempo despiertas y dices, ‘oh, dios mío, he gastado tanta energía pensando en cosas en las que no quiero pensar’. Creo que hay cierto disfrute, una especie de entretenimiento narcisista, pero ya paso demasiado tiempo con mi ordenador como para que la gente se entere de mi vida privada en internet. No tiene sentido, es una pérdida de tiempo.

En tu ensayo de Granta escribes sobre tu adolescencia: “Quería usar mis textos para elevarme hacia un nueva esfera de existencia, lejos de la estupidez que veía en mis compañeros de clase, en mis profesores, en mis padres o en la televisión y el metro”. ¿Lo has conseguido?

(Calla durante unos segundos). Sí.

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