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Michelle Pfeiffer o cómo su vestido lencero se convirtió en la prenda más sensual para salir de casa

Suele asociarse el vestido lencero a los años 90 de figuras como Kate Moss y Courtney Love, pero la reina indiscutible fue Michelle Pfeiffer en ‘El precio del poder’ en 1983. Tenemos que hablar del look que la convirtió en estrella y marcó la moda y la alfombra roja para siempre.

Michelle Pfeiffer y su muchas veces homenajeado vestido lencero en dos escenas de 'El precio del poder'.
Michelle Pfeiffer y su muchas veces homenajeado vestido lencero en dos escenas de 'El precio del poder'.cordon press

Al Pacino no confiaba en el fichaje de Michelle Pfeiffer para Scarface, la película de 1983 que él protagonizaba y que en España se tradujo –con mucha libertad y no menos cursilería- como El precio del poder. El director, Brian de Palma, tampoco estaba convencido. Pfeiffer era entonces una desconocida con solo un par de películas menores en su palmarés, incluyendo la desastrosa Grease 2, fallida secuela del exitoso musical. Para el papel se habían barajado nombres más consolidados como los de Glenn Close, Carrie Fisher y Sigourney Weaver, pero finalmente Pfeiffer se hizo con el trabajo gracias a la insistencia del productor. Y lo acabó bordando.

Michelle Pfeiffer en una escena de ‘El precio del poder’, película que la lanzó al estrellato.
Michelle Pfeiffer en una escena de ‘El precio del poder’, película que la lanzó al estrellato.cordon press

Su personaje se llama Elvira Hancock y es la bellísima ‘chica trofeo’ del narcotraficante que da trabajo a Toni Montana (Al Pacino), un refugiado cubano con la sangre efervescente que no tardará en medrar en la carrera criminal. Ella se nos presenta dando la espalda mientras baja en un ascensor de cristal, enfundada en un vestido escandalosamente sexy de color esmeralda. Un presagio de lo que veremos en el resto del metraje: una mujer en perenne ropa lencera que deja poco a la imaginación, pero que paradójicamente es tan hermética que nadie llega a conocerla. Siempre desganada y de mal humor, siempre de espaldas (en sentido figurado) y siempre puesta de cocaína.

Después de cortar la respiración a Toni Montana y a millones de espectadores con dicha aparición en ascensor, Michelle Pfeiffer se convirtió en estrella ipso facto, y su personaje, Elvira Hancock, en icono pop. La cinta recabó críticas negativas al principio por su prolijidad en escenas violentas, en uso y abuso de drogas y también de lenguaje obsceno. Esta –y no las de Tarantino- fue la película de gánsteres que inauguró la repetición machacona de tacos en el guion (dicen ‘joder’ 218 veces). El guion lo firmaba, por cierto, un Oliver Stone que en ese momento luchaba contra su propia adicción a la cocaína. Tras la mala recepción inicial, no tardaría en convertirse en película de culto, ejerciendo una influencia particularmente visible en el mundo del hip hop, en el de los videojuegos (inspiró Grand Theft Auto y luego un juego homónimo) y en el que nos ocupa hoy, el de la moda.

Rihanna en la London Fashion Week 2012 con un vestido inspirado en el de Pfeiffer.
Rihanna en la London Fashion Week 2012 con un vestido inspirado en el de Pfeiffer.getty

Rihanna es una fan acérrima y se ha inspirado varias veces en el personaje de Elvira Hancock para sus apariciones en la alfombra roja. Lo confesó abiertamente en 2012 cuando acudió vestida de Armani a la Semana de la Moda de Londres, en el mismo color verde esmeralda que había convertido a Pfeiffer en estrella rutilante. Escote de vértigo, tirante espagueti, abertura lateral kilométrica y sensual textura satinada. La actriz Rose Byrne reveló la misma inspiración en una ocasión en los premios SAG; igual que la maquilladora de Emma Stone para su trabajo en la película Gangster Squad: brigada de élite; así como Kaia Gerber con su disfraz de Halloween de 2017. Y son varios los diseñadores que le han rendido tributo en pasarela de forma más o menos explícita, desde Versace hasta Donna Karan, pasando por el británico Jonathan Saunders, que hasta lo explicaba en nota de prensa.

Vestido de la colección primavera-verano 2013 de Jonathan Saunders.
Vestido de la colección primavera-verano 2013 de Jonathan Saunders.getty

La huella que han dejado esas texturas dúctiles con aberturas descaradas es imborrable. Ni la minifalda más corta del mundo podría competir con una espalda femenina desnuda en el imaginario colectivo que tenemos del sexy, al menos del sexy elegante. Es una estrategia que ya usó Cristóbal Balenciaga de forma mucho más comedida: prefería revelar piel en la nuca a hacerlo en el escote. Pero volviendo a los icónicos looks de Scarface, la responsable no es otra que Patricia Norris, la diseñadora de vestuario que luego trabajaría regularmente con David Lynch con resultados igualmente soberbios. Uno de sus mayores aciertos fue compensar los sensuales vestidos lenceros que ella misma creó para el personaje de Pfeiffer con un corte de pelo bob inocente y hasta infantil. Supuso el contrapunto justo para convertir la potencial vulgaridad en sofisticación.

Otro de sus aciertos fue honrar a la película original pero pasándola por el tamiz de las tendencias del momento. Porque no olvidemos que El precio del poder es un remake de un film de 1932 titulado igualmente Scarface en inglés. Aquel clásico de Hollywood se estrenó antes de que llegara la censura, en la llamada época pre-code en la que las actrices podían mostrar una cantidad de piel sorprendente para la época, mucha más de lo que harían durante las décadas posteriores. Entonces, fue Karen Morley quien interpretó a la novia del gánster, y ya lucía los sensuales vestidos cortados al bies que sirvieron de base para el personaje de Elvira Hancock. En el remake se aprecian varios tributos: las aplicaciones de strass en los tirantes del vestido inicial y el conjunto lencero color marfil en la escena del tocador. A esa esencia glamurosa de los años 30, la Elvira Hancock de Michelle Pfeiffer incorpora los destellos y los cuellos halter de la época disco, que daba sus últimos coletazos en el momento del rodaje del film, 1982. El legendario Studio 54 había cerrado hacía solo dos años.

Karen Morley en una escena de Scarface (1932).
Karen Morley en una escena de Scarface (1932).getty

¿Pero dónde encontramos el verdadero origen del vestido lencero como prenda para uso exterior? Hay que rebobinar sólo un poco hasta los felices y liberados años 20, cuando Madeleine Vionnet le disputaba el liderazgo de la costura a la mismísima Coco Chanel. Mientras Chanel era una sabuesa del estilismo, las tendencias y el marketing, a Vionnet la llamaban la “arquitecta de la moda” porque lo suyo era técnica pura. Reinventó el corte al bies, que hasta entonces sólo se aplicaba a pequeños detalles, usándolo para cortar vestidos enteros de una sola pieza que se adaptaban al cuerpo como un guante. La técnica del bies consiste en cortar la tela en sentido diagonal, de forma que la trama del hilo se afloja y el tejido se ajusta orgánicamente al cuerpo al caer, lo que permite reducir los elementos de costura a la mínima expresión. A menudo ni siquiera hace falta incorporar un sistema de cierre.

El estilo de Vionnet fue replicado hasta la saciedad en el Hollywood pre-code de los primeros años 30, principalmente por Gilbert Adrian, el figurinista que vistió de forma sistemática a las estrellas más refulgentes de la época, como Greta Garbo, Katharine Hepburn y Joan Crawford, entre otras. A cada una le confirió un estilo propio, reservando los cortes al bies más sensuales para Jeanne Harlow, la rubia platino a quien vistió en nueve películas. Con ella nació la primera femme fatale del cine: pelo oxigenado, escotes generosos y curvas ceñidas. Pónganle una tiara de cristales, añadan pintalabios rojo, corran la máscara de pestañas y tendrán a la reina del grunge de los 90, Courtney Love. Así son los trabalenguas de la moda: los 90 no se entienden sin los 70, ni los 70 sin los 30.

Courtney Love con vestido lencero en la fiesta de los Oscar de Vanity Fair en 1995.
Courtney Love con vestido lencero en la fiesta de los Oscar de Vanity Fair en 1995.getty

«Siempre me he presentado como una enemiga de la moda. Los fugitivos caprichos de temporada son un elemento superficial, inestable, que choca con mi sentido de la belleza», dijo Madeleine Vionnet en 1937. Y el vestido lencero cuya creación se le podría atribuir hace justo un siglo no puede resultar más pertinente en este 2020. En un año de confinamiento en que la ropa de casa ha cobrado todo el protagonismo que el sujetador ha perdido, hemos descubierto que la medida última de la moda es la comodidad. «El vestido debe ser una segunda piel», dijo la gran modista en otra ocasión. Si eso no es ser visionaria, nada lo es en estos tiempos. Ahora que aprieta el calor, la espalda desnuda se antoja una opción perfecta tanto para la calle como para el hogar. Que, para cubrirnos, ya tenemos las mascarillas.

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