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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Lo que escondía la broma del cuarto de las violaciones de Marilyn Manson

La artista Phoebe Bridgers denuncia que toda la industria musical era consciente de las prácticas abusivas del artista y pone en evidencia las vergüenzas y problemáticas sobre el dilema de separar al artista de su obra.

Marilyn Manson en la fiesta post Oscar de la revista 'Vanity Fair' en 2020.
Marilyn Manson en la fiesta post Oscar de la revista 'Vanity Fair' en 2020.Getty (FilmMagic)

“Fui a la casa de Marilyn Manson con unos amigos cuando era adolescente. Me consideraba una gran fan suya. Se refirió a una habitación de su casa como la habitación de las violaciones, pensé que solo tenía el horrible sentido del humor típico de universitarios. Dejé de ser su fan. Estoy con todas las que lo sacaron a la luz”. Con estas palabras la cantante Phoebe Bridgers mostraba su apoyo en Twitter a las cinco mujeres que han acusado esta semana públicamente a Marylin Manson de abuso físico y sexual. 

Una de ellas ha sido la actriz Evan Rachel Wood (su última serie hasta la fecha es Westworld), que comenzó su relación con Manson con solo 18 años, teniendo él 36. “Me lavaron el cerebro y me manipularon para que me dejara someter”, escribía en su cuenta de Instagram desvelando al autor de las violaciones que relató hace tres años en el Congreso de EEUU. Según su relato, el artista la ataba de manos y pies, la golpeaba y la torturaba durante horas, mientras le repetía que podía matarla allí mismo. “Estoy harta de vivir con miedo a represalias, calumnias o chantajes. Estoy aquí para exponer a este hombre peligroso y llamar la atención sobre las muchas industrias que se lo han permitido, antes de que pueda arruinar más vidas”. 

El tuit inculpatorio de Bridgers sobre la problemática sobre las bromas sobre violaciones refuerza lo que ya denunció Wood ante el Congreso estadounidense: que se ha tolerado y normalizado cierta ceguera ante esa estetización de violencia contra las mujeres, cobijada bajo el paraguas del discurso artístico del que Marylin Manson lleva años haciendo gala. Lo suyo era una supuesta transgresión, una provocación elevada a producto artístico. Pero como la broma que hizo a Phobe Bridgers, durante años, Manson ha repetido en numerosas ocasiones su deseo de quemar cuerpos de mujeres y no ha ocultado ante nadie su obsesión estética por el abuso sexual. 

El caso Manson añade grados de perversidad a la corriente que clama por separar la obra del autor: él no sólo no se molestaba en esconder esa violencia a ojos del público, sino que se apoyo en ella para convertirla en un relato publicitario sobre su supuesto malditismo. La rúbrica de su excentricidad genial. ¿Cuándo deja de ser la estética nazi, de la que hacía gala, una licencia artística para convertirse en una forma de apología? ¿Cuando cantas “eres tan bonita como una esvástica”? ¿Cuando llenas tu casa de reliquias nazis? ¿Cuándo pintas acuarelas en las que aparece Hitler? ¿Cuando te tatuas símbolos de las SS e insultas a tu pareja por su herencia judía? 

Además de esa exaltación del fascismo, Manson estetizaba y romantizaba  la violencia sexual. En los últimos años, el individuo que tomaba su sobrenombre artístico del asesino Charles Manson, había confesado en público que un día llamó 158 veces a su expareja porque se sentía abandonado y tenía ganas de aplastar su esqueleto con un martillo, ha grabado varios vídeos en los se muestran violaciones explícitas y mujeres atravesadas por objetos punzantes, y, en su autobiografía, escribió que había considerado seriamente el asesinato de una amante quemándola en su propia casa, pero finalmente se asustó. Mientras tanto, la crítica y su fandom defendían que Manson simplemente era un tipo oscuro con ciertos problemas de abusos de drogas, una estrella del rock que va contra lo establecido, un hombre polémico que no pide perdón porque solo anhela ser libre.

Hace tres años, cuando existían varias acusaciones y denuncias que ya apuntaban a su figura, la vida de Manson seguía siendo romantizada en la prensa de nuestro país: “Como un trágico personaje de una novela de Bukowski, refugiado en la bebida y las sustancias peligrosas; buscando el amor entre actrices porno y niñas prodigio. Tras su divorcio con Dita Von Teese, comenzó una tórrida relación con la actriz Evan Rachel Wood”.

En un texto publicado en The Times al hilo de las acusaciones de las cinco supuestas víctimas del cantante, el periodista Will Hodgkinson describe a la perfección un episodio que pone de manifiesto la aceptación de las prácticas y bromas violentas de Manson como parte de su figura mediática. En 2009 Hodgkinson entrevistó al artista: se presentó muy borracho con un vaso enorme de absenta en la mano invitándole a beber, sin haber dormido esa noche y diciendo que pensaba que alguien le estaba apuntando con una pistola. En aquel encuentro, Manson sacó su teléfono para enseñarle la foto de una esvástica que esa misma noche le había dibujado afeitándole el vello púbico a una actriz porno Stoya, que por aquel entonces tenía la mitad de edad que él. Mientras le enseñaba la imagen, le confesó que le hubiera gustado apuñalarla. “Me tomé todo esto como una actuación. Se suponía que las estrellas de rock gótico satánico decían cosas así por aquel entonces. Era una especie de trato. De lo contrario, ¿cuál era el sentido de este artista? Porque no creo que fuera su música”, se pregunta el periodista, tratando de comprender por qué él mismo decidió reírle las gracias y publicar un artículo en el medio para el que trabajaba contando aquel episodio sin recibir ningún tipo de queja. “Era el chico en el que los padres temían que se metieran sus hijos, y los padres tenían razón. Era la pesadilla de América”.

Según reflexiona el periodista –o casi se autoconvence–, debió haber una transición desde el artista que solo bromeaba con violaciones hasta el Marilyn Manson que se atrevió a hacerlo. “¿Cómo explicar todo el concepto de Marilyn Manson de 2009 en 2021?”, y finaliza el tema con más interrogantes: “Ahora, 12 años después, ¿puede realmente sorprendernos que este satanista confeso resulte no haber sido terriblemente amable? Honestamente, no puedo entender del todo lo que ha ocurrido. Hoy se le acusa de ser tan malvado como siempre nos dijo que era. Y ahora él tiene que negarlo, mientras se supone que los demás debemos fingir que no sabíamos que esto podría ocurrir”. 

La confusión con la que escribe Hodgkinson, aunque comprensible, sigue resultando un tanto problemática porque se niega a redimirse del todo ante la evidencia de que no hubo ningún tipo de línea que Manson cruzase: el artista bromeaba con tener una sala de violaciones. Ahora varias mujeres aseguran que tenía una de verdad. No podemos olvidar tampoco que esta no es la primera vez que se le señala como un hombre que tiene prácticas violentas hacia las mujeres: en 1997 –12 años antes de la entrevista a la que se refiere Hodgkinson– la actriz porno Jenna Jameson contaba que su relación terminó con Manson al poco de empezar porque él le decía que fantaseaba con quemarla viva. Si las últimas acusaciones han tenido mayor repercusión es únicamente por darse en la era del #MeToo, en un contexto social favorable que ha hecho que tanto la prensa como su discográfica –Loma Vista Recordings ha anunciado que no trabajará más con el artista– se hayan visto obligados a tomar medidas y mostrar incredulidad. 

Es justo esto lo que apuntaba en el segundo tuit Phoebe Bridgers después de contar la anécdota sucedida en casa del artista: «Los directivos de la discográfica lo sabían, la banda lo sabía. Tomar distancia ahora y fingir estar conmocionados y horrorizados es jodidamente patético”. La broma infinita de Marilyn Manson.

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