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Como Dorothy Parker y Françoise Sagan, Didion empezó su carrera escribiendo en revistas femeninas. Empezó en Vogue. Llegó allí en 1955, con 21 años y también como ganadora de un concurso, el Prix de Paris, que pocos años antes se llevó Jacqueline Bouvier (después Kennedy, después Onassis). Allí se forjó su leyenda. "Le hacía entregar 300 o 400 palabras y después se lo dejaba solo en 50. Redactábamos largo y publicábamos corto. De esta manera, Joan aprendió a escribir", contó Allene Talmey, editora de Vogue en los 50 y 60, famosa por su perfeccionismo. En su ensayo Contar historias, de 1978, habló sobre esa experiencia: "Fue en Vogue donde aprendí a, en cierto modo, sentirme cómoda con las palabras ya no como espejos de mi propia incapacidad, sino como herramientas, juguetes, armas que utilizar de forma estratégica en la página. En un destacado, digamos, de ocho líneas, donde las líneas no pueden superar los veintisiete caracteres, no es solo que cada palabra cuente, sino también cada letra". La crítica hoy se rinde ante escritos como Sobre el amor propio, el ensayo que Joan Didion publicó en Vogue en 1961 y que se recoge en Los que sueñan el sueño dorado (Literatura Random House, 2012). Pero la mayor parte de los textos en primera persona que escribió para la publicación mientras vivió en Nueva York –basados en sus propias frustraciones, como los celos– no han sido recogida en otras antologías. «Es importante recordar que en aquella época Didion escribía para una revista que no tenía ni el respeto intelectual y literario", cuenta Michelle Dean sobre la escritora en Agudas. Su reseña de Sonrisas y Lágrimas en Vogue fue tan cáustica que provocó su despido. "Lo más embarazoso es que da la impresión de que la historia no afecta a gente como Julie Andrews y Christopher Plummer. Solo silba una canción feliz y olvídate de la anexión nazi de Austria", escribió en su crítica.