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¿Fue el aerobic una liberación para la mujer o el comienzo de una nueva esclavitud?

La serie ‘Physical’, protagonizada por Rose Byrne y ambientada en el ‘boom’ de este deporte a comienzos de los años ochenta, reabre el eterno debate sobre si el culto al cuerpo y esa obsesión por cuidarse que lleva acompañando durante siglos a la mujer es, más que una liberación, otro mecanismo de control que ejerce sobre ella la sociedad heteropatriarcal.

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Victoria Zárate

“Are you ready?”. A tan solo unos segundos en el comienzo del vídeo ya suena el primer grito de “¿Estás preparada?” que presagia el ajetreado contenido que tendrá lugar los próximos minutos. Un plano secuencia persigue la coreografía diseñada al milímetro, a partir de calentamientos y splits sobre barras metálicas siguiendo el ritmo de un pum pum ochentero. En medio de la clase aparece el letrero fluorescente de Jane’s Fonda Workout, para dejarnos claro que esto va de gimnasia y que su protagonista, Jane Fonda, te lo va a poner difícil.

A partir de ahí, una pierde la cuenta de los Right, left, back, up, down (derecha, izquierda, detrás, arriba y abajo) que se agolpan en la voz de Fonda para dirigir los movimientos aeróbicos que cobran cada vez más intensidad. Su grupo de bailarines parece sumergirse en un ritual chamánico, pero en vez de la ayahuasca es el propio cansancio lo que aporta ese subidón. Agota con solo mirarlo. Es como si vivieran un viaje casi místico por su propio cuerpo a lo largo de los 90 minutos que dura este VHS de 1982, el más vendido de la historia hasta la fecha que revolucionó la manera de entender el fitness en el mundo. Sobre todo, para la mujer.

Para Annie Weisman, la creadora de la serie Physical que llegó a la parrilla de Apple TV + hace unas semanas, esta escena resulta bastante familiar. Nativa de San Diego, antes de convertirse en guionista de televisión trabajó como instructora de aerobic y abrazó esa manera compulsiva de hacer ejercicio enfocada en la mujer. La misma trayectoria que comparte el personaje de ficción Sheila Rubin (Rose Byrne), una ama de casa que tras una feliz fachada esconde un lado oscuro, sarcástico e incomprendido, que revela a través de una voz en off. A la sombra de un marido torpe, que tras perder su trabajo decide postularse como político ambientalista, Sheila decide cambiar su vida anodina y emprender la aventura de convertirse en profesora de aerobic en un centro comercial y, más tarde, en toda una estrella del fitness en VHS.

Hasta aquí puede sonar a una historia más de emancipación femenina, pero no precisamente de color violeta. En paralelo a este relato de superación personal, se narra la relación tóxica que Sheila mantiene con su cuerpo, obsesionada con su propia delgadez (y la de los demás), lo que le lleva a provocarse el vómito tras grandes atracones de comida durante episodios de estrés y ansiedad. Esta trama autobiográfica de Weisman en la serie, que en su juventud sufrió continuos episodios de bulimia (al igual que Jane Fonda), hace que la visión del cuidado del cuerpo y en concreto del ejercicio que practica la protagonista haga tambalear cualquier pronóstico de liberación de la mujer que tengamos en mente. “Sheila encuentra en los ejercicios aeróbicos la oportunidad de aprovechar su rabia y el enojo internos y poder liberarlos por fin”, explicó Weisman en una entrevista a la red de podcasts The Ringer. “Es un reemplazo. Una obsesión por otra”.

Para esclarecer si existe un trasfondo feminista o no, urge saber por qué el aerobic se convirtió en un auténtico ‘boom’ que arrastró a varias generaciones de mujeres. Primero de la mano de Jane Fonda con 17 millones de copias vendidas de su primera cinta de entrenamiento, y más tarde con Cindy Crawford y su saga de vídeos para ponerse en forma, que inauguraría el superventas Shape Your Body Workout en 1992. La supermodelo estadounidense elevaría el aerobic a la altura del videoclip, con una estética muy cuidada salpicada de planos merecedores de Peter Lindberg, estribillos de George Michael y azoteas neoyorquinas en los que demostrar que sudar la gota gorda estaba al mismo nivel que un desfile de moda.

En una entrevista al diario US Today, Weimar señala que el contexto político social que tocó vivir a la mujer en los años ochenta fue la razón por la que canalizó en el deporte su inconformismo y falta de realización. ”En estos años tuvo lugar la transición entre los últimos vestigios del idealismo de los sesenta y el comienzo de la era Reagan. Mujeres como mi madre sintieron que el movimiento político de (liberación) de las mujeres les había fallado y querían encontrar nuevas formas de sentirse poderosas. Una de ellas fue a través del fitness y la fuerza física”. Ese principio de acción-reacción que persigue, según explica la periodista y activista Nerea Pérez de las Heras a S Moda, al movimiento feminista desde sus comienzos. “Está comprobado que después de cada década de avances feministas existe una oleada de reacción. Tras los años setenta en los que la mujer vivió un momento decisivo de liberación, sobre todo en el plano sexual, llegaron los ochenta con todo lo contrario. El machismo y el patriarcado son muy estrategas y siempre encuentran una manera de sobrevivir, normalmente capitalizando y haciendo pasar cosas como ‘liberación femenina’ que no tienen nada que ver. Fue el caso del corsé de Madonna, la hiperfeminización que buscaban las cinturas muy marcadas del aerobic o el exceso de maquillaje y joyas”.

Si el germen de todo ya pone en duda cualquier fundamento feminista, es su propia puesta en escena lo que lo desmonta. Para las que no estén familiarizadas con estas cintas, haremos un breve resumen. Cuando damos al play aparece frente a nosotras un cuerpo ágil, sin un centímetro de grasa corporal y más duro que una roca. Una divinidad con voz de mando militar a la que debemos imitar y aspirar. Son mujeres casi irreales, como la supermodelo Elle Macpherson cuyo apodo “El cuerpo” sirvió también de reclamo para el vídeo de fitness The Body Workout en los años noventa sin apenas éxito.

Para lograr ese ideal de belleza ‘solo’ necesitabas seguir a diario los 90 minutos de este intenso entrenamiento. De fondo, continuos eslóganes de superación personal como el célebre “No pain, no gain” (“sin dolor no hay recompensa”) que popularizó Jane Fonda en los años ochenta. El mensaje es claro: hay que sudar y esforzarse. Sin trabajo duro olvídate de conseguirlo. Y si no lo haces te vas a sentir mal, como cuando Eva Nasarre pasaba lista en su programa de TVE Puesta a punto preguntando a los espectadores si habían hecho deporte ese día en sus casas. “Todo ese ‘boom’ de las máquinas vibratorias y de aspirar a ser supermodelos como Cindy Crawford no fue otro cosa que un nuevo mecanismo del mercado para sacar dinero a las mujeres precarizadas a través de nuestras inseguridades”, apunta Nerea Pérez de las Heras.

Lidia A. Costa, periodista e investigadora en materia de deporte y mujer del Instituto de Investigaciones Feministas y de Género (INSTIFEM), analiza en su libro Fit Girls (Lunwerg, 2017) de forma irónica y divertida la obsesión actual que vivimos por el fitness y el cuidado de nuestro cuerpo. Una industria muy fructífera que facturó en 2020 casi 97 mil millones de dólares y que generó en estos años ochenta, y en concreto con el aerobic, su primer gran impacto en la sociedad. “Los años ochenta fueron el comienzo de la postmodernidad, con el individualismo extremo, la cultura audiovisual y el consumismo como elementos principales, y con hitos asociados como el del éxito brutal de la figura de Jane Fonda. Con ella, y sus entrenamientos de aerobic, el rol de la mujer madre y esposa cambió hacia el de mujer sexy. Esto hizo que muchas mujeres, hastiadas con sus vidas de cuidadoras de familia y algunas también trabajadoras fuera de casa, vieran en el aerobic una vía de escape. ¿Pero de escape hacia dónde?”, explica a S Moda. “Lejos de resultar empoderante y mucho menos feminista, resituaba a las mujeres en un nuevo entorno de opresión y culto al cuerpo en nombre de una superación postfeminista y neoliberal. Es decir, el que beneficia solo a nivel individual desactivando la lucha colectiva y el interés por acabar con la raíz (política) de la discriminación de las mujeres”.

Getty Images.
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Todo ese fenómeno de falsa empoderamiento, recalca, comenzó aquellos años animando a las mujeres a hacer deporte en casa, concretamente en la cocina, “con tus mopas de limpiar el polvo o con la escoba. Si no, con tu propio bebé a modo de pesas o con el carrito de tu hijo en el parque… ¡Ojo con el empoderamiento que podía propiciar hacer deporte con tu hijo a cuestas o encerrada en la cocina!” Esta situación se replica en la actualidad aupada por la falta de conciliación que prevalece en la vida de las llamadas ‘supermujeres’, trabajadoras y madres siempre pendiente de los cuidados de la familia como desveló una fit girl con muchos seguidores en Instagram a Costa durante su primera investigación sobre feminismo y género. “Me confesó que siempre salía de casa con el móvil por si pasa algo, incluso si salía a correr a las 6 de la mañana, antes de ir a trabajar (mientras tus hijos y tu marido, que juega al padel por las tardes, duermen)”.

En el apartado estético, la opresión se recalca. Junto a dietas imposibles y tablas infinitas de ejercicios se impuso una moda (y un consumismo exacerbado) de llevar looks coordinados al mínimo detalle, basados en bodies híperjustados de dudosa comodidad y pesados leotardos, que más que aligerar el movimiento lo dificultaban. Por no hablar de las melenas al viento salidas de la peluquería o sujetas a una tira de toalla en la frente. El maquillaje, en vez de ausentarse, se pronunciaban hasta rozar el dramatismo. “Este fenómeno estableció una dinámica entre mujeres que las infantilizaba (vuelta del color rosa en ropa y zapatillas, lenguaje infantil con lemas tipo “Las mujeres no sudamos, brillamos”, “A tope de power”, “Hoy ganamos las mujeres” o “Busca tu mejor versión”…) y premiaba todo tipo de esfuerzos y sacrificios para poder salir a correr o hacer un poco de ejercicio”, explica Costa. La periodista señala la similitud que comparte con la vestimenta clásica del ballet, que oprime y coloca en primer plano la cintura femenina. “Algo realmente incómodo para la gran mayoría de las mujeres, cuyos cuerpos y vientres no son planos e inmutables, sino que se expanden a medida que respiras. La vestimenta de ballet reproduce en cierto modo esa obsesión del aerobic por comprimir el abdomen llevando medias de tiro alto debajo”.

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Cuatro décadas más tarde, ese mensaje liberador y de superación unido al ejercicio intenso y una dieta exigente sigue presente más que nunca en la sociedad pero, como señala Nerea, con otro enfoque. Ya no vende el adelgazar sino sentir que llevamos una vida sana, algo cada vez más peligroso como demuestra el creciente número de personas que sufren ortorexia, el trastorno metal derivado por la obsesión de mantener una alimentación sana. “Lo fit, la comida sana, e incluso lo curvy y el body positive son capitalizables. Ya no se vende la estevia o la avena para estar delgada sino como alimentos sanos”, señala. “Las marcas se han dado cuenta de que las mujeres ya no tragamos con tener que ser como las supermodelos y lo que tratan de vender es una supuesta inclusividad con sus productos a través de ese relato. Pero ese relato les da igual, lo que quieren es vender”.

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Victoria Zárate
Periodista vinculada a EL PAÍS desde 2016. Coordinó la web de Tentaciones y su sección de moda y estilo de vida hasta su cierre en 2018. Ahora colabora en Icon, Icon Design, S Moda y El Viajero. Trabajó en Glamour, Forbes y Tendencias y ha escrito en CN Traveler, AD, Harper's Bazaar, V Magazine (USA) o The New York Times T Magazine Spain.

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