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Existen 11 tipos de personalidades sexuales: ¿cuál es la tuya?

Últimamente parece que la sexualidad busca adjetivos para definirse, por eso se han clasificado personalidades eróticas que nos definen, dependiendo de nuestra idea de lo que es el sexo.

Una escena de 'Casino Royale'.
Una escena de 'Casino Royale'.

Leo que Vanessa Marin, una terapeuta sexual con varios libros en su haber, ha hecho un listado de las tipologías sexuales, basadas en sus años de experiencia, que incluyen 11 personalidades diferentes, dependiendo de la idea que uno tenga del papel que desempeña la sexualidad.

Para Marin están el descompresor –y aquí hay que aclarar que a pesar del ‘el’, esto vale para ambos géneros– que ve el sexo como una forma de desahogo y la relación es similar a un calmante o a un somnífero; el explorador, algo así como el turista sexual, que quiere probar siempre cosas nuevas y excitantes y que, una vez visto el nuevo territorio, se va; y lo que ella llama el fair trader (el comerciante justo), para el que es importante que la ecuación dar-recibir esté equilibrada, ya que si ve que no existe la misma conexión entre los miembros de la pareja, pierde interés.

El tipo del dador sería aquel que da más que recibe, para quien el bienestar del otro es más importante que el propio; el guardián hace hincapié en la seguridad de la relación y esto es propio de personas que han experimentado traumas o que han sufrido mucho en aras del amor. Lo malo de este personaje es que pone tantas barreras que nadie puede sortearlas. Está también el que busca la pasión, que identifica el sexo con experiencias fuertes, lujuriosas, casi animales, y el que busca el placer. Estas dos tipologías pueden confundirse pero la diferencia es que la segunda es menos genital y la noción de placer va más allá de la mera relación sexual y entraña también el erotismo.

No falta el priorizador, que busca siempre un hueco en su apretada agenda para esta imprescindible actividad; el romántico, el espiritualista, para quien el sexo es algo más que lo que pasa en el cuerpo y debería ser una experiencia transcendental (o al menos, más intensa) y el buscador de emociones, que se sitúa en el polo opuesto al sexo vainilla y se mueve por el universo BDSM, con sus infinitas variantes.

Con permiso de Vanessa Marin, a mí me gustaría hacer una clasificación algo más general pero también más profunda de las grandes tipologías sexuales, dependiendo del concepto de sexualidad que se haya mamado, reflexionado, sentido o vivido. Sin olvidar que, por supuesto, muy pocas personas se sitúan en un grupo para siempre. La mayoría mutamos de uno a otro dependiendo de nuestra edad, experiencias vitales, pareja. No somos los mismos ni perseguimos el mismo fin en una relación estable que en una esporádica, con un amante o un ligue de verano. Y, otra cosa que al respecto apunta Melania Figueras, psicóloga especializada en terapia de parejas del gabinete de psicología Lo bueno si breve, en Barcelona, “si nos fijamos en todas estas clasificaciones, el sexo viene a ser un sustituto de otra cosa, no un fin en sí mismo. Puede reemplazar a la relajación, a la comunicación, al vértigo, a la compañía, a la sed de nuevas experiencias e incluso al ansia de poder”.

Las tipologías sexuales se han instaurado ya en la sociedad y ser sexual solo no es suficiente, hace falta un adjetivo que lo acompañe y que nos defina un poco más en posición horizontal. Algo que es palpable ya en las webs o aplicaciones para ligar, en el universo Tinder, donde hay que tener un determinado perfil: ‘empotrador’, ‘tántrico’, ‘turista sexual’ o ‘lo que surja’.

El tipo básico: sexo instintivo, consumista y de usar y tirar

La mayor parte de la humanidad se sitúa en este grupo. El sexo es un instinto que antes estaba prohibido (si no era dentro del matrimonio y con la finalidad de procrear) y ahora se ha convertido en un bien de consumo. Y, a día de hoy, los productos que consumimos son los que más nos definen. ¿Se viste usted en Chanel o en Primark?, muchos no necesitarían saber mucho más para esbozar un perfil del sujeto en cuestión. “El instinto, la pasión, la libido por lo tanto, se han transformado en una vía de escape a nuestra ansiedad latente. Cuando uno siente que no es nadie, que es un número en una empresa o un engranaje más de este enorme tinglado, sin sentido, la sexualidad puede darle la oportunidad de ser alguien”, señala Figueras. Y aquí las apps de citas son las herramientas perfectas para conseguirlo. El pseudo mundo digital que sustituye al aburrido en tres dimensiones.

“Algunas mujeres que quieren vivir su particular ‘revolución sexual’, imitan modelos masculinos o utilizan el sexo con este fin”, señala Figueras, “el problema es que muchas no pueden evitar poner más carne de la debida en el asador, luchar mucho por una relación o invertir más tiempo del debido en algo que el otro/a considera sexo de usar y tirar y eso acaba doliendo y frustrando. El problema no es solo la idea de ‘te saco partido mientras me gustes’ sino la necesidad constante de renovar. Se le da más valor a lo nuevo que a la conexión al feeling”.

El hedonista: a la búsqueda del placer

Quizás uno de los rasgos que nos hacen más humanos es la búsqueda del placer, ese instinto básico que nos proporciona bienestar y seguridad. Esa sensación de que la vida no es solo esfuerzo ni trabajo duro sino que, muy probablemente, estamos diseñados para ser felices, aunque no conozcamos el funcionamiento de esta sofisticada máquina que se llama existencia.

“Seguramente, esta sociedad en la que vivimos es, históricamente, una de las épocas que se siente menos culpable de la búsqueda del placer”, afirma Francisca Molero, sexóloga, ginecóloga, directora del Institut de Sexología de Barcelona, del Instituto Iberoamericano de Sexología y presidenta de la Federación Española de Sociedades de Sexología. “Aunque luego, individualmente, nos pongamos muchas trabas o no nos demos permiso para experimentar más placer sexual. En el fondo, esto se deriva de una falta de cultura sexual, de educación en este campo que nos hace acarrear conceptos, nociones y filosofías que nos alejan del hedonismo, tantas veces malinterpretado o confundido con el egoísmo”, afirma esta sexóloga.

Si la religión o los convencionalismos sociales eran antes los que nos alejaban del placer, ahora lo hacemos nosotros mismos; en parte porque “cada vez somos menos transgresores”, señala Molero.

“Es difícil encontrar a personas que buscan el placer por el placer, como un fin en sí mismo y, desde luego, estás no vienen a consulta”, señala Figueras, “lo que sí es más fácil es ver a gente que intenta conseguir el placer, que se proclama hedonista pero que se centra mucho en la apariencia física y que consume drogas como desinhibidores. Hay muchas mujeres que no conciben tener relaciones sexuales si antes no se han bebido unas copas o se han fumado un porro. Hemos perdido un poco la capacidad del sexo por placer, sin ningún fin ni estimulante”.

Los que conciben el sexo como una forma de comunicación

El otro día vi en Youtube una entrevista a Jane Fonda en el programa de Oprah Winfrey, de hace algunos años. En ella, la actriz reconocía que a pesar de que tuvo mucho sexo con sus ex maridos, con el único que había tenido ‘intimidad’ era con su pareja actual.

Los que buscan en el sexo algo más que un mete saca y aspiran a la comunicación erótica deben, en palabras de Francisca Molero, “estar dispuestos a desnudarse emocionalmente. Ser capaces de que la otra persona reciba eso y hacer lo mismo. Y esto no depende solo de la química, del flechazo. Es una intención que hay que poner en la receta y que tiene que ver con la motivación recíproca. La comunicación erótica no requiere de años de convivencia. Puede experimentarse en el sexo ocasional y con desconocidos”.

Pero el miedo a sufrir, a que nos hagan daño puede impedir este striptease del alma. “Existen organizaciones de adictos al sexo y al amor anónimos (como las de alcohólicos)”, cuenta Melania Figueras, “compuestas por personas que se sitúan en los dos extremos: los que se enganchan al sexo y los que lo hacen al amor romántico. Ambos utilizan al otro para abastecer su adicción y una forma de acabar con ella es buscando la intimidad, porque está es lo opuesto a la utilización. Ellos tienen una premisa que dice que para conseguir intimar con el otro, primero tienes que tener una relación íntima contigo; de otra manera resultará imposible”.

Aquellos que sustituyen la libido por el miedo o el poder

“Hay un estudio clásico de psicología que consistía en entrevistar a unos estudiantes. Antes de la entrevista a la mitad se les hacía atravesar un puente que se movía y todos ellos hablaban con alguien del sexo contrario (entonces se daba por hecho que la mayoría de la humanidad era heterosexual). Los que habían tenido que pasar por el puente movedizo eran más proclives a decir que su interlocutor les gustaba y que podrían tener relaciones con él, ya que el cerebro puede confundir estar enamorado con estar asustado”, apunta Figueras.

“Los masoquistas se excitan con sensaciones dolorosas o de peligro, porque cuando hay dolor se activan unas endorfinas que actúan como una droga, un opio interno y muchos buscan lo que podría llamarse ‘la gran experiencia’, ese regalo escondido al final del arco iris que promete sensaciones nunca antes experimentadas. Para ello, no dudan en iniciarse en todo tipo de prácticas y adquirir los más raros artefactos”, continúa esta psicóloga.

Para Molero, “las grandes emociones (miedo, dolor, poder) provocan descargas neuronales que activan los circuitos de recompensa; pero el quid de la cuestión; es decir, repetir esas experiencias o no dependerá de la valoración que hagamos de las mismas, si las consideramos aceptables o inaceptables. Yo aconsejo a todo el mundo que experimente cosas nuevas pero sin ningún afán de acumular o sumar vivencias al mismo tiempo, pensando que eso les hará tocar el cielo. Se trata más bien de disfrutar el proceso, no solo el final. De saborear experiencias, no atiborrarse con todas ellas a modo de bacanal”.

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