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¿Es el perfeccionismo cosa de genes?

Según un reciente estudio de la Universidad de Míchigan, el perfeccionista nace, no se hace.

Steve Jobs

Soy sensible, autocrítica y perfeccionista. Una combinación terrible». Así se define la actriz Emma Watson, que reconoce que estas características fueron la causa de que abandonara sus estudios en la Universidad de Brown (EE UU): «Me iba a sentir mal si no podía destacar en el trabajo y en las aulas, no podía soportar sacar suficientes o notables». Su autoexigencia está impresa en sus genes; el perfeccionista nace, no se hace. Así lo sugiere un trabajo reciente de la Universidad de Míchigan. El estudio se realizó entre gemelas idénticas (que comparten el 100% de sus genes) y no idénticas (que comparten el 50%) a fin de determinar qué factor influye más: el ADN o el ambiente en el que se crece.

«Descubrimos que existe un fuerte componente genético ligado a este rasgo. En cambio, no hallamos evidencias de que compartir el ambiente familiar sea decisivo», señala el doctor Jason Moser, director de la investigación. «No es perfeccionista quien quiere, sino quien puede. Hace falta tener un sustrato genético», corrobora el doctor Manuel Álvarez, autor del libro El síndrome del perfeccionista (Editorial Almuzara). No obstante, matiza: «No todo el que tiene esta singularidad la desarrolla, son necesarios varios condicionantes». Entre ellos, los factores culturales, sociales y, especialmente, los educacionales: la mayor o menor rigidez con la que los padres encauzan las habilidades o torpezas de sus hijos.

De unos progenitores minuciosos suelen nacer hijos autoexigentes: «Los que dotan de la carga genética son los que educan y refuerzan la conducta», confirma Álvarez. Aquellos que tengan esos rasgos tomarán a sus padres como referentes. «Ahora bien, si no han heredado sus genes tal vez no encajen con los modelos con los que han crecido e intenten emular a sus mayores pero se sientan desbordados», recuerda Cristina Ruiz Coloma, psicóloga clínica del centro médico Teknon y autora de Atrévase a no ser perfecto (Editorial Debolsillo). En principio, los rasgos asociados al perfeccionismo son positivos: «Esforzarse y ser meticuloso es deseable. Pero exigirse ser impecable es una autoimposición que hace vulnerable y dependiente. La trampa no es fijarse unos estándares elevados, sino unos inalcanzables», razona Miriam Ortiz de Zárate, executive coach. La OMS reconoce el perfeccionismo como un trastorno de la personalidad.

Esta patología imposibilita disculpar errores propios y ajenos, y lleva al individuo a una autoexigencia que obliga a dedicar todo el tiempo a sus tareas, impidiendo prestar atención a familiares y allegados. Como escribió la psicóloga francesa Marie Haddou en Basta de agobios, «No existen perfeccionistas felices». Infeliz se dice que fue Steve Jobs, capaz de pedir que repitieran hasta tres veces su comida; y Gwyneth Paltrow, que asegura buscar ayuda psicológica: «A veces creo que voy a tener que ingresar en un psiquiátrico. Es mi peor defecto», confesó a Vogue US. Shakira no lo vive como un problema: «¿Por qué voy a hacerlo mal si puedo hacerlo bien? ¿Por qué voy a hacerlo bien si puedo hacerlo muy bien?», se preguntaba la cantante.

«Los perfeccionistas no suelen reconocer que tienen un trastorno», explica Ruiz Coloma. Solo se dan cuenta tras un episodio de depresión o ansiedad. «El primer paso es ser consciente. El segundo, actuar; forzarse a acostarse durante un mes sin haber recogido la cocina, o fijarse un tiempo para preparar una presentación», señala Ortiz de Zárate. «Al ser un tema genético, un problema metabólico de los neurorreceptores de las sinapsis cerebrales, conviene aplicar una pequeña dosis de antidepresivos para ver las cosas de otra manera. Es como poner gafas a un miope», opina Manuel Álvarez.

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