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El ‘boom’ de la economía de la mascarilla: protegerse también salva a los pequeños negocios de moda

Las búsquedas de mascarillas de diseño se han multiplicado por cuatro en el último mes, y empresas como Etsy han tripllicado su facturación. Su uso, obligado y por tiempo indefinido, hace que cada vez sean más los que busquen en ellas el componente estético.

Vertical angle Beautiful asian female portrait feeling relax and smilling behind the mask with blooming flower background
skaman306 (Getty Images)

No son un mero accesorio, pero eso no quiere decir que no puedan, de algún modo, funcionar como tal. La mascarilla no solo se ha convertido en el inesperado icono de este nuevo mundo, también un objeto que, además de salvar vidas, puede salvar empresas.

A principios de marzo, Etsy, la plataforma que comercializa productos artesanales y  objetos de pequeñas marcas de autor, estaba al borde de la quiebra. El 20 de abril había, sin embargo, triplicado su valor en bolsa.  Lo hizo gracias a que pequeñas firmas e incluso usuarios anónimos se pusieron a confeccionar mascarillas desde sus casas. Han vendido 350 millones de euros en mascarillas estampadas y el producto ya representa el 15% del valor total de toda la plataforma.

Hace unos meses, durante el periodo más duro del confinamiento y con la escasez y la ‘guerra por las mascarillas’ entre países, las marcas de moda respondieron de dos formas muy distintas: muchos pusieron a sus trabajadores textiles a confeccionarlas para donarlas a enfermos y personal sanitario; otros, como Off-White, decidieron aproximarse a ellas como si se tratara de una pieza de diseño más: logo bien visible y precio en consonancia. Hoy, ya abastecidos de mascarillas y hasta acostumbrados a llevarla la mayor parte del día, muchos han dado el paso a considerarlas un objeto de moda. O incluso un símbolo de status (ya hay ostentosos millonarios que las tienen hasta con gemas incrustadas) . En definitiva, la necesidad también ha pasado a ser una forma de capricho, y la mascarilla a funcionar como un objeto tan indispensable que tiene que ser estético. Por eso, para muchas empresas de moda, que han permanecido cerradas estos últimos meses, diseñar y comercalizar mascarillas no les enriquece, pero sí les mantiene a flote.

La agencia Lyst, que analiza las búsquedas de productos de moda y lujo para detectar tendencias futuras, afirma que las búsquedas de mascarillas de diseño han crecido de manera vertiginosa, a un ritmo del 424% en el último trimestre. Hoy ya todos tienen la suya, de Christopher Kane a Marc Jacobs, de Mango a Burberry, de Adidas a Proenza Schouler. Todas están agotadas.  Otros, como GAP, han buscado una inteligente alternativa para su supervivencia: el gigante textil americano tiene una plataforma Business 2 Business para comercialziar sus mascarillas entre camareros, dependientes y demás empleados que trabajan de cara al público. En un mes han vendido 10 millones.

La idea es bastante simple: casi ninguna mascarilla supera los 100 euros (el precio medio está en 20), no necesitan probarse, así que la venta en internet se dispara, y no solo son un objeto necesario, también el único que capta la atención del observador en estos días en que los bolsos de firma y los zapatos de lujo no levantan suspiros. Si a eso le sumamos que la publicidad empieza a incluir la mascarilla entre sus elementos gráficos y que estamos a pocas semanas de que comiencen unas semanas de la moda en las que celebridades e influencers se dejaran fotografiar con ellas, el efecto estético de la mascarilla está a punto de dispararse.

Las mascarillas ayudan a que la rueda siga girando (de hecho, Goldman Sachs acaba de lanzar un informe en el que afirma que el uso obligado de mascarillas en Norteamérica haría que se salvaran miles de vidas pero también que la economía se reflotara un 5%. ) pero no dejan de ser una medida cortoplacista,  una especie de parche sobre la herida. No solo porque los márgenes de beneficio de vender mascarillas de autor son ínfimos, también porque, como se argumentaba en The Telegraph la pasada semana «su uso hace que no queramos entrar en espacios cerrados, al menos por ahora». Es decir, la compra física cambia al digital o directamente se deja de llevar a cabo, porque por mucho que se respeten las normas, comprar con la mascarilla puesta (y sin poder probar) nos sigue resultando extraño. Tan extraño como fijarnos en la prenda que lleva el de al lado, que también va ataviado con mascarilla. En definitiva, el nuevo símbolo (ético y estético) de nuestros días puede ser una oportunidad para la supervivencia de ciertas marcas de moda, pero a la vez puede ser su verdugo a medio plazo.

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