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Desnudos, escenas íntimas e indumentaria fetichista: el sexo vuelve a vender moda

En el cambio de siglo la moda abusó del erotismo femenino para hacer caja, pero el #MeToo y las redes sociales hicieron que se cambiara el paradigma. Ahora, la necesidad de contacto físico y emociones ha hecho que el sexo vuelva a ser el reclamo, pero desde un prisma completamente distinto.

Rihanna en la última campaña de SavageXFenty.
Rihanna en la última campaña de SavageXFenty.

La portada de Billie Eilish en la edición británica de Vogue se ha convertido en la imagen que mayor número de likes alcanzaba en cuestión de horas. Y ya se sabe que en estos tiempos la viralidad no tienen necesariamente que ver con la adhesión, sino con la controversia. La artista había declarado en varias ocasiones que no dejaba que terceros se ocuparan de su imagen, y que vestía de una forma neutra (que no quiere decir anodina) para evitar la sexualización y las críticas hacia su cuerpo. Ahora, sin embargo, posaba con corsé y medias emulando a un pin up de los años 50. Muchos criticaron que Eilish se había vendido al ‘sistema’ (es decir, había conseguido entrar en la rueda de la imagen impuesta por terceros); otros alabaron este nuevo capítulo viendo en él la apropiación de la cantante de su propio cuerpo y el relato que comunica a través de él. Lo cierto es que la publicación ha reiterado varias veces que fue ella quien eligió cómo quería aparecer, y la propia cantante afirma en la entrevista interior que esta era una estrategia para «darle la vuelta al prejuicio y verlo como algo empoderante. De repente si muestras tu piel eres una hipócrita, o incluso una chica fácil», decía. La cuestión, en cualquier caso, y más alla de las motivaciones reales de la sesión fotográfica, es que esta viene a confirmar, y de forma viral, un hecho que se lleva cociendo paulatinamente en la moda desde hace un tiempo: el sexo vuelve a vender, aunque de otra forma.

Las colecciones previas a la pandemia ya apuntaban maneras: por primera vez desde hacía cinco  o seis años, se enseñaba piel, se daba protagonismo a las transparencias o se tiraba de lencería clásica. La situación actual ha hecho el resto: según la plataforma de datos Lyst, una de las diseñadoras más buscadas en el último trimestre es la semidesconocida Nensi Dojaka, que centra sus propuestas en las transparencias, los vestidos lenceros y el ‘flossing‘, es decir, el arte de saber atarse lazos al cuerpo, algo así como un ‘bondage’ suave. La plataforma también habla de un repunte del corsé, la minifalda o incluso las prendas de vinilo. Aunque si queremos una confirmación más mainstream, hay que buscarla en Gucci: Alessandro Michele lleva varias temporadas aproximándose al concepto de sexualidad desde distintos ángulos (su última colección prepandémica, de hecho, incluia mensajes como ‘Orgasmique’ en las prendas) pero esta vez, además de su hackeo a Balenciaga, había otro protagonista en la colección: Tom Ford, el rey del porno chic, el Midas del sexo como reclamo. Michele recupera ( y reformula) algunos de sus grandes éxitos en Gucci y, por si no quedaba suficientemente claro, convierte los arneses y los elementos de equitación marca de la casa en algo cercano al fetichismo. Cercano, porque las interpretaciones son plurales. De eso precisamente se trata.

Es lógico que el sexo sea el reclamo en un mundo que está deseando el contacto físico, la unión y el escape de la soledad impuesta. Pero la ley no escrita de que el sexo vende existe en la moda, y en la publicidad en general, casi desde su nacimiento. Como explicaba el crítico de arte John Berger en el clásico ‘Maneras de mirar’: «Los hombres miran a las mujeres y las mujeres se ven a sí mismas a través de la mirada masculina». Enseñar para vender apelando a emociones básicas, y vestirse para complacer ese deseo, una mezcla que la moda explotó durante mucho tiempo, con especial hincapié en el cambio de siglo. Tom Ford, entonces en Gucci, hacía caja con la idea de la sexualidad y campañas que apelaban explícitamente al erotismo; Calvin Klein vendía vaqueros a través de cuerpos desnudos difrazados de naturalidad ( o con una jovencísima Brooke Shields clamando: ‘ no hay nada entro yo y mis Calvins’); hasta firmas de ropa casual, como Abercrombie and Fitch, utilizaban el reclamo del cuerpo perfecto, mientras que American Apparel se convertía en la gran enseña de básicos a través de campañas sexualmente explícitas. Se entró en una peligrosa espiral que hacía converger sexo, cosificación y polémica. Sesiones que aludían de forma explícita a una violación, imágenes incitantes, desnudos para vender colecciones…hasta que la llegada de las redes sociales y el #metoo acabaron con el marketing del sexo.

Las denuncias por acoso secual contra Dov Charney, dueño de American Apparel, temrinaron primero en despido y después en bancarrota; Abercrombie cambió los torsos por escenas mucho más naturales, Calvin Klein empezó a comunicar a través de artistas jóvenes y/o activistas por la diversidad de género y raza. Tom Ford declaraba que esa era ya había pasado «Ya se hizo. Ahora toca otra cosa». Hasta la estrella de Victoria’s Secret, la gran pasarela de la carne y el cuerpo perfecto se fue apagando para que empezara a brillar Fenty, la línea de lencería de Rihanna pionera de lo que se ha dado en llamar ‘nuevo sexy’, mujeres diversas y cómodas en su piel.

Durante los últimos cinco años la imagen de la mujer en la moda ha ido cambiando, en gran medida, porque ellas han alcanzado puestos de dirección artística en grandes casas; cancelando de algún modo la mirada masculina sobre el diseño femenino y apostando por otros criterios a la hora de crear colecciones. El miedo a una nueva polémica y el auge de del feminismo han hecho el resto para que la cosificación fuera subvirtiéndose hace el empoderamiento. Ni ideas de belleza prefabricadas ni reclamos eróticos. Los escasos discursos del ‘sexy’ en los últimos años han ido encaminados a la apropiación del cuerpo, a la mujer objeto cuya sexualidad le pertenece.

Por eso la nueva mercadotecnia del sexo en 2021 apela al deseo y la emoción pero desde otro prisma, entre el activismo y la naturalidad: la campaña de esta primavera de Jacquemus, ‘L’amour’ muestra a varias parejas tocándose y besándose desde un enfoque intimista, la de Koche a tres modelos, hombres y muejres, desnudos y rodeados del equipo de la casa (vestido), como si se tratara del momento previo a una prueba de las prendas; en Sandro juegan a insinuar una fiesta íntima entre un gurpo de jóvenes y se ‘cuelan’ en momentos de pasión de parejas reales. No hay cuerpos perfecto, ni mujeres objeto.  Editd, la consultora que predice tendencias a travñes del big data, habla de la vuelta de la ropa sexy, y argumenta que el principal motivo es que la pandemia nos ha hecho ver el sexo y las relaciones afectivas como una parte iportante del autocuidado, pero también apuntan que se trata d euna cuestión generacional. «Los más jóvenes han roto ocn los estándares de belleza. Lo sexy es hoy mucho más inclusivo», dicen, e ilustran el repunte de esta tendencia con la vuelta del corsé en las colecciones de primavera (Y/Project, Alberta Ferretti, Blumarine…) o de la ropa interior insinuada o a la vista (Gauchere, Victoria Beckham, Dolce & Gabbana…). Curiosamente, la notalgia por los primeros dos mil, lo que en moda se llama la tendencia Y2K, han hecho que regresen iconos de la era dorada del ‘porno chic’, como los pantalones de cintura muy baja, los escotes traseros que dejan ver el tanga o las bralettes, pero su traducción al presente no se hace en cuerpos perfectos ni con la sola intención de complacer la mirada masculina, sino de reforzar la propia. De hecho, otro informe de Editd detalla el nuevo mercado de la lencería, apuntando que marcas que tradicionalmente apelaban al erotismo en us versión más clásica, como Agent Provocateur o la propia Victoria’s Secret, han ampliado tallaje y apostado por piezas más confortables. «Y durante este año la oferta se ha convertido en algo mucho más inclusivo y diverso. De hecho, han crecido las búsquedas de ropa interior unisex», comentan. El sexo ha vuelto a vender moda, pero la moda, por fortuna, ya no es la misma de hace veinte años.

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