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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

De joyas y diosas

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Algunos artificios no tienen nada de artificiales. Nada hay artificial en el oro, moneda de cambio, que lejos de ser la entelequia mística que los que no seguimos la fluctuación del valor de las materias primas creemos, es al parecer un refugio, pero palpable en lingotes. Tampoco hay nada artificial en las esmeraldas, los rubíes, la plata, las perlas, ni en las aguamarinas, los zafiros o el ámbar. El significado atávico de las joyas y amuletos se remonta, precisamente, al origen de piedras y metales. Son pedazos del corazón de la tierra. Para obtener la calificación de joyas, y su valor, han de ser trabajados, pero su otro valor, el simbólico, viene de las profundidades debajo de nuestros pies.

No puedo contar, pero voy a hacerlo, que percibo a veces ese contacto con la tierra a través de las piedras y metales no siempre trabajados por manos humanas. Lo siento en templos, en canteras, a veces cuando aprieto muy fuerte una piedra, como un amuleto solo porque he creído notar una fuerza más grande en un trozo informe de cualquier guijarro de playa. Ese sonido, el sonido de las olas cuando arrastran los cantos en la orilla adelante y atrás para desgastarlas, es el único ruido blanco que me interesa.

Hace unos años visité la casa de Georgia O’Keeff e en Abiquiu, Nuevo México. Era una casa sumamente editada. Solo una lámpara colgaba del techo, la bola de papel de Noguchi. El sofá era de obra, igual que las chimeneas escarbadas en la pared de adobe. Tenía varias alfombras sencillas, una cama de 90 bastante solitaria, cortinas blancas. Solo me dio la sensación de almacenar dos cosas: cacharros de cocina (Le Creuset de distintos tamaños, los cazos de cobre, bandejas de metal y gadgets setenteros como un abridor automático o un exprimidor específico para cada cítrico) y piedras. Piedras amontonadas en pequeños altarcitos en algunos lugares estratégicos de su patio. Sentí mucho placer al contemplar aquellas dos colecciones. Igual que su obra, eran una reivindicación de la tierra en el aspecto más físico de la misma. El terreno sin significados territoriales ni de propiedad. Las piedras y el fuego y la comida.

En este número especial joyas, por supuesto, hablamos de piezas históricas, de diamantes o esmeraldas de tamaños únicos, de relojes míticos, de nuevas firmas que desarrollan su colección de joyería al abrigo de un ADN moderno. Fotografiamos piezas trabajadísimas que codiciamos sin querer, y mostramos otras que se saltan todos los códigos de la joyería clásica para que las codiciemos queriendo.

Pero también hablamos con Vanessa Beecroft, la reina de la performance; con Glenn Martens, el diseñador capaz de convertir algo tan pedestre como el denim en un objeto de deseo. Entrevistamos a Diane Kruger, convertida por un instante en un ave del paraíso que abandona el nido recogido y terrenal de su apartamento de París en el que ahora se refugia de los focos de Hollywood. Hablamos con Julieta Venegas, que toca en pequeñas librerías de barrio a la vez que colabora con Bad Bunny y reza a la diosita Rosalía cuando se pone nerviosa. Porque los dioses, y las diosas, también pueden ya ser terrenales.

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