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La danza está precisamente muy ligada a la bailarina desde sus inicios, como ya indica su nombre. Cuando durante la Segunda Guerra Mundial el racionamiento imponía cotas a la compra de zapatos, a la editora Diana Vreeland se le ocurrió sugerir en las páginas de la revista Vogue utilizar las zapatillas de media punta de los bailarines para vestir en la calle. Como elemento de vestuario de trabajo, estos modelos no estaban racionados y permitían sortear la norma.
Al año siguiente, la diseñadora Claire McCardell emparejó sus creaciones con auténticas zapatillas de ballet de la firma especializada Capezio. Aquel ingenio tuvo tanto éxito que enseguida la compañía se lanzó a producir nuevas líneas de zapatillas, ya pensadas para usar fuera del estudio de danza.