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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Por qué el disco de Amaia Romero es exactamente lo que debíamos esperar

Foto: Getty
Foto: GettyCristina Andina (Redferns)

Amaia se metió en el bolsillo a millones de espectadores muy diversos en su paso por OT 2017. Hacía 16 años de la última edición del talent en TVE y ella representó, en el momento y el lugar indicado, lo que queríamos ser como sociedad. O al menos lo que se esperaba de los jóvenes: talento, valores, naturalidad, las cosas claras. Multitud de artistas ajenos a la esfera del programa (Rozalén, Zahara, Rosalía) se rendían a sus pies en cada gala. Padres y abuelos preguntaban qué pasaba con la ‘chiquita de Pamplona’. Pero ahora, cuando estrena su esperado primer disco, Pero no pasa nada, las mismas razones por las que España se enamoró de ella son ahora las que desatan las críticas.

La ganadora de la edición se vio en cuestión de meses en una posición en la que nunca quiso estar: no quería ser referente de nadie, no quería ir a Eurovisión, no quería ser una cantante de un solo éxito ni lanzar un disco en el plazo que dictaba una industria sobrecargada. Su primer movimiento fue aparecer con Carolina Durante en Perdona (Ahora sí que sí), una colaboración que se recibió como la confirmación de una trayectoria nada convencional. Ella no iba a ser como esas chicas que lanzan temas prefabricados como churros. Ella ‘no era como las demás’.

El ejemplo perfecto de la personalidad magnética de Amaia fue que esperamos diez meses sin rechistar hasta escuchar la primera píldora de música propia, Un nuevo lugar, que resultó ser una canción de poco más de un minuto. Fue casi como si la escucharas reírse con la mano en la boca. El relámpago, Quedará en nuestra mente y Nadie podría hacerlo llegaban medio año después. La semana pasada compartió su versión de Tan pequeñica y sincera, una jota aragonesa que ya había interpretado Marisol en la película de 1961 Ha llegado un ángel. Y hace unas horas representaba en el clip de Quiero que vengas la escena biblíca en la que Judith le corta la cabeza a Holofernes. Está claro que seguir el ritmo de otros nunca fue su prioridad.

Pero no pasa nada es un álbum tranquilo, dulce, a ratos lineal y monótono. No es un disco épico, no tiene himnos de estadio ni guitarras estruendosas. Pero ni quería ni necesitaba serlo porque los millennials y los zetas buscan otros estímulos. Ya no hace falta que un artista se marque un Lemonade, coquetee con diez géneros distintos o presente un álbum conceptual lleno de simbolismo. La realidad es que, aunque Amaia atrajera al mayor espectro demográfico y musical que se recuerda en un reality, sigue siendo una chica de 20 años cantando sobre sus experiencias de chica de 20 años.

El debut está plagado de detalles de la Amaia que conocimos en la Academia. Su característico lenguaje coloquial y sin florituras está presente a lo largo de todo el LP: «Veo tus fotos, pero no le doy al corazón», «la verdad es que no entiendo por qué me quieres», “la luna se refleja en mis uñas mordidas”. Las letras nos llevan directamente a sus “ay, no sé”, “me encanta mirar a los aspersores” o “me pido perdón a mí misma a veces”; las expresiones y reflexiones con las que nos conquistó y que enseñaron a toda una generación que se podía triunfar (y enamorar) sin seguir los protocolos sociales.

Las críticas demoledoras y el odio visceral hacia Amaia en medios y redes han llegado después del concurso, como un revulsivo, y evidencian que el sector que la abrazó porque versionaba a Serrat y ‘no era como las demás’ no ha sabido perdonarle un disco alejado de sus estándares. Y menospreciar su proyecto porque no cumple unas reglas que nunca siguió es un error.

Amaia ha tenido en todo momento el control creativo de su carrera, que se está forjando exactamente con el compás que ella ha marcado. Su único pecado ha sido conectar con una generación que se replantea constantemente lo establecido y de la que solo se esperan productos extraordinarios, sin mácula, como forma de castigo por intentar remover los cimientos, también de la música. En algún momento del camino se nos ha olvidado disfrutar del viaje, del proceso cambiante, de sentir, de conectar los puntos en la cabeza imprevisible de una artista que ya había demostrado todo lo que tenía que demostrar antes siquiera de sacar su primer disco, a la que vimos ser y crear 24 horas al día durante tres meses. Ya se lo hemos exigido todo a Amaia, y ella nos ha respondido encogiendo los hombros. Lo mejor que podríamos hacer ahora es mover la cabeza al son de sus letras cándidas, porque no hay nada de malo en la ausencia de ruido.

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