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No pasa nada, por Àngels Barceló

El machismo que impregna a esta sociedad no considera alarmante ni preocupante los asesinatos casi diarios de mujeres.

Àngels Barceló
Isabel Acerete

Nos siguen asesinando, porque no morimos, nos matan. Los datos de mujeres asesinadas por un hombre son tremendos. Son, además, la cifra de la incapacidad del Gobierno para poner fin a la violencia machista. Las cifras de la vergüenza.

Mujeres asesinadas e invisibles. No solo no aparecen en los grandes discursos, no solo no hay planes dotados de dinero para frenar la sangría, no solo sus hijos no existen para la Administración, lo peor es que no hay iniciativas ni voluntad política para poner fin a tanta muerte.

Y no hay iniciativas porque se minimiza el problema. El machismo que impregna a esta sociedad no considera alarmante ni preocupante los asesinatos casi diarios de mujeres. Porque nuestra cotidianidad está llena de gestos y de actos que conculcan la libertad de las mujeres, y no pasa nada, nunca pasa nada.

Y son esos gestos los que pueden acabar en un asesinato, porque nunca pasa nada. No pasa nada cuando en un campo de fútbol se corea el nombre de un jugador que tiene juicio abierto por maltratar a su pareja; es más, se le anima a que siga, y no pasa nada, no se expulsa a los que gritan, el jugador sigue en las alineaciones y el campo sigue abierto.

No pasa nada cuando otro equipo de fútbol sigue manteniendo en la cancha a un jugador presuntamente implicado en un delito de chantaje sexual; es más, es uno de los ídolos de la hinchada local, a pesar de que la selección de su país, Francia, lo ha apartado hasta que no se resuelva la cuestión. En Francia estas cosas se hacen así, en España no.

No pasa nada cuando un empresario acorrala a una mujer y simula besarla en la boca porque llevaba alguna copa de más y quiso gastarle una broma, no pasa nada ni con él ni con quién jaleó la broma, otro empresario de la misma calaña. No pasa nada cuando un grupo de jóvenes jalean a otros que en el fragor de unas fiestas intentan violar a una mujer.

Y no pasa nada porque seguro que muchos gastan este tipo de «bromas», «bromas» que pretenden someter a la mujer, privarla de libertad. Y el trecho entre actos como este y el maltrato hasta la muerte es mucho más corto de lo que se imaginan.

El camino es recto, en pendiente. Se ríen las gracias, se asiente, se calla, se disimula, se mira hacia otro lado, y al final del camino está la mujer muerta que pasa a engrosar las listas como un número más y de la que nadie se acuerda al día siguiente.

Bueno, alguien sí se acuerda, los hijos, seguro, a menudo testigos de la tragedia, y se acuerdan también, seguro, los que callaron, los que disimularon, los que miraron hacia otro lado. Nunca pensaron que él se atrevería, que convertiría sus bravuconadas en muerte, pero lo hizo, porque el camino es muy corto.

El silencio se convierte en cómplice. Nadie debería poder vivir habiendo callado, su silencio es tan responsable como la mano que apretó el gatillo o empujó el cuchillo. Su silencio sigue matándonos. Porque no morimos, nos matan, pero nunca pasa nada.

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