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Las grandes sorpresas (y decepciones) de Cannes 2017

Analizamos quién sale reforzado y quién se marcha hundido tras pasar por la Croisette.

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Getty

Tras doce días de cine, en una edición marcada por la calidad mediocre, el glamour intermitente y las revelaciones escasas, el Festival de Cannes llega a su fin con el anuncio del Palmarés, en voz del presidente del jurado, Pedro Almodóvar. Un primer balance ya permite separar a vencedores y vencidos. Aquí van algunos.

Los que salen reforzados

Nicole Kidman

Ha sido la intérprete con más proyectos en Cannes, cuatro en total. La seducción (Sofia Coppola) y The Killing of a Sacred Deer (Yorgos Lanthimos) luchan por la Palma de Oro, mientras que How to talk to girls at parties, lo nuevo de John Cameron Mitchell, y la segunda temporada de Top of the Lake, la serie de Jane Campion, fueron presentadas fuera de competición. La actriz australiana parece iniciar otro periodo de gloria tras años de dificultades y proyectos fallidos. Recuerda, de lejos, al que ya vivió a principios de la década pasada, cuando encadenó títulos como Eyes Wide Shut, Moulin Rouge, Los otros, Las horas, Dogville y Birth a lo largo de cinco años irrepetibles.

Robert Pattinson

El actor británico refuerza su espacio en el cine de autor contemporáneo, lejos de los días de la saga vampírica que lo convirtió en ídolo adolescente y carnaza de paparazzi. A Pattinson nada de eso parece interesarle. En los últimos años ha rodado con autores como David Cronenberg (dos veces), James Gray, Werner Herzog y Anton Corbijn, y tiene en su agenda los nuevos proyectos de Olivier Assayas y Claire Denis. En Cannes ha triunfado con Good Time, thriller low cost dirigido por los ultraindependientes hermanos Safdie. Pattinson acudió a ellos para que le encontraran un papel, contra la voluntad de sus agentes. El riesgo ha merecido la pena.

Sean Baker

Su película en la Quincena de los Realizadores, The Florida Project, convierte a este director de 46 años en una de las pocas revelaciones del festival. Narra la historia de una niña de 6 años que crece en un motel situado en los alrededores de Disneyworld. Baker, que antes rodó Tangerine, película sobre la subcultura trans en Los Ángeles que rodó con un iPhone, podría ser una de las sorpresas del año. El otro director semidesconocido que sale reforzado de esta contienda es Robin Campillo, que ha despertado un aplauso unánime con 120 battements par minute, crónica de la lucha contra el sida en la Francia de los primeros noventa.

El nuevo cine mudo

Dos películas que figuraban en la competición, Wonderstruck, del estadounidense Todd Haynes, y You were never really here, de la escocesa Lynne Ramsay, fueron acogidas con división de opiniones. Sin embargo, ambas contienen elementos de interés que parecen abrir nuevos caminos para el cine comercial. Las dos reaniman los códigos del extinto cine mudo. Haynes recrea los códigos de los primeros filmes de la historia a través de la subtrama protagonizada por Julianne Moore, que interpreta a una gran actriz de cine mudo, y su hija en la película, una niña sorda. En la cinta de Ramsay tampoco hay muchos diálogos. Es el viaje introspectivo a la mente de un tipo taciturno y algo enloquecido que se dedica a rescatar a las víctimas de secuestros y redes de prostitución. Le da vida un inmenso Joaquin Phoenix.

Los nuevos proyectos de Marion Cotillard y Alejandro G. Iñárritu han despertado más críticas que alabanzas.
Los nuevos proyectos de Marion Cotillard y Alejandro G. Iñárritu han despertado más críticas que alabanzas.Getty

Los que se marchan de capa caída

Netflix

Sus dos películas en la carrera por la Palma de Oro, Okja (Bong Joon-ho) y The Meyerowitz Stories (Noah Baumbach) obtuvieron una buena acogida. Pero eso no logra esconder el difícil futuro de la plataforma en el contexto de este festival. Antes del inicio del certamen, la organización decidió cambiar sus reglas para impedir que las películas que no se estrenen en salas comerciales puedan formar parte de la sección oficial a concurso. Esa prohibición, que será vigente a partir de la edición de 2018, responde a las presiones de los exhibidores franceses. Podría ser la primera y la última vez que Netflix, que ha sido la comidilla de todo asistente a este festival, esté presente en la competición de Cannes.

Marion Cotillard

La actriz francesa más hollywoodiense es también la más asidua en Cannes (con permiso de Isabelle Huppert). Solo en los últimos cinco años, ha presentado títulos como Medianoche en París, De óxido y hueso, Lazos de sangre, The Immigrant, Dos días y una noche, Macbeth, Sólo el fin del mundo o El sueño de Gabrielle. En esta edición ha terminado su buena racha: la película de inauguración, Los fantasmas de Ismael, no gustó excesivamente y su interpretación no obtuvo las buenas críticas que acostumbra a recibir, quedando eclipsada por su compañera de reparto, Charlotte Gainsbourg. La actriz, que en marzo tuvo a su segunda hija, Louise, se quiere tomar un respiro y no tiene proyectos en su agenda para los próximos meses.

Michael Haneke

El director austriaco venía a Cannes a hacer historia. Poseedor de dos Palmas de Oro, por La cinta blanca y Amor, era un firme candidato a convertirse en el primer cineasta que obtiene una tercera por su nueva película, Happy End, sobre una familia acomodada en Calais, ajena a la dura realidad de los refugiados que malviven en el campamento de esa ciudad francesa. Pero la cinta decepcionó en la Croisette y no parece probable que ese sea el desenlace (aunque, a estas alturas, nada parezca imposible). Haneke es el jefe de filas de una serie de directores que han presentado películas contra la burguesía y sus códigos, entre los que cabe incluir el sueco Ruben Östlund (The Square), el griego Yorgos Lanthimos (The Killing of a Sacred Deer) o el ruso Andréi Zviáguintsev (Loveless). Ese cine hecho por cineastas misántropos, que lanzan una mirada condescendiente respecto a sus semejantes, parece tocar techo y pedir a gritos cierta renovación.

La realidad virtual

Otro de los fenómenos de Cannes ha sido la instalación en realidad virtual de Alejandro González Iñárritu, Carne y arena, que podía visitarse en un hangar del helipuerto de la ciudad francesa. Producida por la Fundación Prada, su propuesta insta al visitante a convertirse en uno de los migrantes que cruzan la frontera entre México y Estados Unidos. El resultado es espectacular, pero también problemático. Iñárritu convierte esa miseria derivada de una crisis humanitaria en una “experiencia” que uno debe vivir en primera persona si quiere entender el sufrimiento de los demás. Lo que Iñárritu denomina “etnografía semificcional” se acerca, en realidad, a lo que supondría meterse en la piel de una víctima de del Holocausto o de la hambruna africana: bienintencionada pornografía del dolor ajeno. El formato tiene un enorme potencial, pero también peligros inherentes a él.

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