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“Yo no me voy a morir por una bola”: la complicada relación entre las deportistas y sus entrenadores

Garbiñe Muguruza ha anunciado la ruptura de su vínculo con el entrenador Sam Sumyk tras dos años de malos resultados y sonados desencuentros, sumándose a la vasta lista de deportistas de élite que exhiben relaciones coléricas con sus técnicos.

Garbiñe Muguruza recibe consejos de Sam Sumyk durante un partido.
Garbiñe Muguruza recibe consejos de Sam Sumyk durante un partido.Getty (AFP/Getty Images)

Cuando Garbiñe Muguruza, tenista número 27 del mundo en el ránking de la ATP, anunció este pasado 9 de julio la ruptura de su vínculo profesional con el entrenador Sam Sumyk, el universo Twitter reaccionó manifestando una congratulación entusiasta. Entre los tuits que convirtieron ‘Garbiñe’ en Trending Topic durante toda la mañana se repetían los “ya era hora”, los “al fin lo has hecho” y los “es lo mejor que has podido decidir”. Una reacción que podría calificarse como sintomática de la deriva desfavorable que había tomado, al menos ante los ojos de los aficionados, la relación profesional entre la tenista hispanovenezolana y Sumyk durante los últimos años. Muguruza es la última pero no la primera deportista de élite que acapara titulares por los desencuentros públicos con sus técnicos y el delgado límite que existe entre la exigencia y el abuso en las actitudes de algunos entrenadores sigue siendo hoy un debate activo en el mundo del deporte. ¿Justifica una medalla los medios?

“Yo no me voy a morir por una bola”, le espetó la ganadora de dos Grand Slam a Sumyk en una de las primeras peleas dialécticas que mantuvieron ante las cámaras y que los medios rescatan ahora a modo de epílogo. La conocida exigencia del técnico galo, demostrada con otras tenistas como Victoria Azarenka y Eugenie Bouchard, fue una de las razones por las que Muguruza decidió contar con sus servicios. En este tiempo, la tenista ha llegado a ser número 1 de la ATP y levantó los trofeos de Roland Garros 2016 y Wimbledon 2017, este último con Conchita Martínez como entrenadora debido a la ausencia de Sumyk por motivos personales. Los buenos resultados acreditaban en un principio las airadas desavenencias entre técnico y atleta, pero en el último par de años Muguruza se ha sumergido en una crisis de juego y resultados que tocó fondo la pasada semana con la derrota ante la jugadora 121 del mundo en primera ronda de Wimbledon. La hispanovenezolana asumió en la rueda de prensa posterior su actitud errática y casi depresiva sobre la hierba de la pista londinense, confesando, a sus 25 años, que “había perdido las ganas de jugar al tenis”.

Un caso todavía más sangrante es el de María Sharapova y su manager, Max Eisenbud. La tenista rusa fue suspendida dos años por dopaje en 2016 tras dar positivo en meldonium, un medicamento que tomaba desde hacía diez años. Eisenbud, actualmente uno de los vicepresidentes de la poderosa agencia de representación IMG, no avisó a su representada de que la sustancia estaba vetada, según él, debido a unos problemas conyugales que le habían hecho descuidar sus obligaciones profesionales. La suspensión acabó con una fulgurante carrera que Sharapova parece incapaz de levantar de nuevo, pero de la que exculpa a su agente. “Es tan responsabilidad mía como suya. Yo no revisé la lista. Así que si lo despidiese a él, tendría que despedirme a mí misma”, aseguró en una entrevista con Vanity Fair España.

En 2020, Hollywood llevará al cine la que probablemente sea una de las dinámicas más tóxicas jamás vistas en la historia del deporte entre maestro (padre) y alumnas. Will Smith interpretará a Richard Williams en King Richard, la película que narrará el obsesivo plan del progenitor de Venus y Serena Williams para convertirlas en dos de las mayores estrellas de la historia del tenis. Sin ninguna experiencia previa ni conocimiento de este deporte, Richard Williams decidió elaborar un plan de 78 páginas que aplicó con severidad autocrática sobre sus hijas desde que estas cumplieron los cuatro años. El detonante de su decisión fue la imagen en televisión de la tenista Virginia Ruzici recibiendo un cheque de 35.000 euros por ganar un torneo. A lo largo de su carrera profesional, Venus y Serena Williams han sumado más de 120 millones de euros en premios.

Richard Williams, fotografiado junto a sus hijas Venus y Serena en 1991.
Richard Williams, fotografiado junto a sus hijas Venus y Serena en 1991.Getty (Getty Images)

Pero el mundo del tenis no es el único que ha expuesto ante la luz pública las complicadas relaciones profesionales que comparecen en el circuito. Carolina Marín y Fernando Rivas son el ejemplo de uno de los vínculos más exitosos, pero también disciplinados y minuciosos del deporte nacional. Juntos publicaron Gana el partido de tu vida, un libro el que explican su método para inspirar al lector a alcanzar sus metas, pero fue el propio técnico el que confesó durante una entrevista con El País que su forma de trabajo es difícilmente replicable sin una perseverancia extrema. “Yo a mi hija no la haría sufrir tanto, no la sometería a las sesiones de hipoxia, de entrenamiento en ambiente de poco oxígeno, que hago pasar a Carolina”.

La actitud mesurada y paternalista que ha hecho de Toni Nadal un referente social –además de un preciado conferenciante– en todo lo relacionado con el desarrollo personal, el liderazgo o la gestión del éxito y del fracaso, no abunda en el deporte profesional al más alto nivel. La opinión pública española recibió conmocionada en 2012 la denuncia por abusos de quince nadadoras de natación sincronizada hacia la entrenadora Anna Tarrés. En una carta publicada por los medios de comunicación, las nadadoras detallaron los insultos y amenazadas proferidos por la técnico, algunos tan explícitos como “sal del agua, gorda” o “esto es una dictadura y yo soy la dictadora”. Gemma Mengual, icono de la sincronizada y doble medallista olímpica, la culpó directamente de su temprana retirada de las piscinas.

Otra de las parejas más mediáticas de la natación fue la formada hasta 2018 por Katinka Hosszu y su marido y entrenador, Shane Tusup. La nadadora húngara, conocida como “la dama de hierro”, se convirtió en una de las grandes sensaciones de los pasados Juegos Olímpicos de Río 2016 gracias a sus tres medallas de oro, pero su triunfo se vio opacado por el comportamiento en las gradas del que fuera su técnico, digno de un hooligan al que cortan el suministro de cerveza tras el pitido inicial. El New York Times publicó un reportaje exponiendo los métodos dictatoriales del entrenador y una compañera de la húngara, la estadounidense Jessica Hardy, sostuvo que los modos de Tusup “daban miedo”. Hosszu respondió a la polémica con una sentencia, cuanto menos, reveladora acerca de la dinámica profesional a la que decidió someterse con tal de subirse a lo más alto del podio: «Somos raros, somos diferentes, no somos normales. Somos nosotros mismos».

Shane Tusup presencia exaltado la competición de Hosszu durante los Juegos Olímpicos de Río 2016.
Shane Tusup presencia exaltado la competición de Hosszu durante los Juegos Olímpicos de Río 2016.Getty (Getty Images)

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