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Nunca supimos nada de Chernobyl, tampoco de cómo iba vestida la gente

El vestuario de la serie documental de HBO es un tratado de historia contemporánea.

Vemos un apartamento de techos bajos y paredes de papel pintado. Una explosión sorprende a una pareja en medio de la noche. Ella viste un camisón blanco de flores naranjas y verdes de poliéster y él se levanta de la cama en camiseta y calzoncillos. Estamos en Pripyat y es la 1:23 de la madrugada, hora de Moscú, del 26 de abril de 1986 y esta en una de las primeras secuencias de Chernobyl. El último éxito de HBO recupera una tragedia de la que nunca supimos más que su titular. Antes de que el accidente ocurriera nadie conocía este nombre. Después, conocimos lo que el gobierno de la Unión Soviética quiso que conociéramos. Además, pocos eran los occidentales que viajaban allí en los 80. Igual que no sabemos qué ocurrió aquel día nefasto tampoco sabemos cómo vivían aquellos a los que les afectó, cómo eran sus casas ni qué ropa se ponían cada mañana los niños para ir al colegio ni las mujeres para ir a trabajar. Chernobyl busca corregir lo que la versión oficial contó poco, tarde y mal.

Todo en Chernobyl es nuevo, suena a nuevo. Por el desconocimiento del tema y por su rigurosa puesta en escena la serie está siendo relevante y debería arrasar en los próximos Emmys y Golden Globes. Ya ha logrado la puntuación más alta en IMDB, superando a Breaking Bad y The Wire. Habla con respeto de algo desconocido y lo hace desde la perspectiva de las personas afectadas cuyas historias proceden en algunos casos del libro de Svetlana Alexievich Voces de Chernóbil. Una de las protagonistas, Lyudmilla Ignatenko, interpretada en la serie por Jessie Buckley, malvive hoy con su segundo hijo minusválido mientras su nombre aparece en medios de todo el mundo. “No es una serie sobre el accidente”, resume Craig Mazin, creador, escritor y productor ejecutivo en el podcast The Chernobyl podcast, sino sobre “el coste de las vidas”; Chernobyl habla de vidas como las de Lyudmilla, la mujer rubia con permanente que vemos mirar por la ventana con un camisón de flores.

Ulana Khomyuk (Emily Watson) en una escena de la serie.
Ulana Khomyuk (Emily Watson) en una escena de la serie.Cortesía de HBO

Ver Chernobyl es difícil, hacerla también debió de serlo al haber pocos documentos confiables de la época. Este drama histórico ha optado por una recreación puntillosa de cada detalle y esto pasa por el vestuario, diseñado por Odile Dicks-Mireaux. Mazin afirma que esa “obsesión” se la debían a quienes vivieron la tragedia, muchos de ellos, aún vivos. “Siempre supimos que la serie significaba mucho para muchas personas y era importante contar la historia con precisión. Quería que quienes vivieron ese hecho y que, incluso quienes estaban en la sala de control esa noche, dijeran de nosotros: ‘se han preocupado’, declara el creador en el podcast que acompaña a cada capítulo. Dicks-Mireaux se ha preocupado. El vestuario es una exhibición de respeto, documentación y músculo creativo. La serie, protagonizada por Jared Harris, Stellan Skarsgård y Emily Watson, retrata a los trabajadores de la central y a sus familias, a los científicos, bomberos, personal sanitario, soldados, voluntarios, biorobots y los miembros del aparato del partido. En la serie aparecen los llamados liquidadores, las casi 200.000 personas que ayudaron a limpiar e intentar minimizar las consecuencias de la explosión y los grandes héroes de esta historia. A estos personajes tenía que vestirlos. A todas y cada una de las personas en las que estaban inspiradas se les debía veracidad.

La actriz Jessie Buckley interpreta a Lyudmilla Ignatenko.
La actriz Jessie Buckley interpreta a Lyudmilla Ignatenko.HBO

Esta británica, autora de vestuarios como Brooklyn, Una Educación y El Jardinero Fiel, se enfrentaba a una tarea colosal. Debía trasladarnos a los años 80 de una ciudad, Pripyat, que encontramos hoy en Ucrania cerca de la frontera de Bielorrusia, construida en los 70 para alojar a quienes trabajaban en la central; allí vivían 50 000 personas. El desafío de esta mujer era, en su palabras, “hacer un vestuario tan soviético como fuera posible”. Lo soviético en aquel momento, en el que faltaban pocos años para la disolución de la URSS, era muy diferente a lo europeo. A la serie le llueven alabanzas dentro y fuera de Rusia. Alena KH, escritora bielorrusa residente en España, reconoce que está “muy bien ambientada y contada, especialmente, el aspecto político. La gente era tan culta como confiada”. Ella, que vivió la explosión a 100 kilómetros cuando tenía cuatro años, reconoce la precisión en la puesta en escena y afirma que la serie está teniendo muy buena acogida en su país, aunque sus compatriotas critican un matiz. Tiene que ver con Pripyat y se explica: “la edad media de los habitantes era de 26 años; los trabajadores de la central que vivían allí eran personas formadas que ganaban dinero. Era una ciudad moderna y en las calles se veían prendas que no estaban en el resto del país. Esa zona, la actual Ucrania, siempre estaba más a la vanguardia que otras”. Ella considera que en la serie “han añadido algo de decadencia” y “la ropa es más de la URSS que la de entonces de Pripyat, donde se veían vaqueros, zapatos de colores y ropa que estaba llegando del extranjero”. En los años 80 comenzaban a llegar a esa zona los jeans desgastados que los propios habitantes desteñían comprando en mercados vaqueros de Bulgaria, los jerséis con manga de murciélago, las bailarinas-cangrejeras y las Moonboots, que eran el colmo de la modernidad. Chernobyl no refleja esto y el motivo puede ser una licencia para que la narración se corresponda con la imagen que tiene Occidente de la Rusia de entonces.

El periodista ruso Slava Malamud ha publicado un hilo muy prolijo en Twitter destacando la precisión de la puesta en escena. Afirma que es “todo, y con esto quiero decir, todo, es increíblemente auténtico: las babushkas de provincia hablando en la calle, los utensilios de cocina, los uniformes blancos de los niños que celebraban el 1 de mayo-la tragedia ocurrió justo antes, los zapatos, el pelo…”. Va más lejos al afirmar que “no es que Chernobyl sea más realista que cualquier serie o película sobre Rusia, es que es más realista que nada que los rusos hayan hecho sobre sí mismos, al menos sobre este tema. Y no estoy exagerando”. Hasta la forma de pintarse los labios parece ser la que era.

Parte de la responsabilidad de esta autenticidad es de Dicks-Mireaux. Ella y su equipo se enfrentaron a una labor de investigación que pasó por recorrer los mercadillos de Minsk, Kiev, Moscú y Kaunas; ellos escrutaron el Ebay Ucrania para encontrar gafas como las de Leganov, que no acaban de encajarle en la nariz, accedieron a la documentación de instituciones como Belarus Film Studios y conocieron a profesionales que cosían en los 80. Un sastre lituano de la época fue quien les dijo que todos los trajes entonces eran de poliéster y lana. La diseñadora reconoce que “detesta el poliéster” y que, a pesar de eso, todo en la serie es de este material. El director, Johan [Renck], dio la directriz de que quería un vestuario feo. Eso liberaba, según la diseñadora, de tener que crear looks de estrellas. A Jared Harris, al que conocemos por Mad Men (en las antípodas del feísmo) le preguntaron qué color no le gustaba y respondió que el beige. Viste de beige durante toda la serie. La paleta cromática de la serie oscila entre todos los tonos posibles de beige, azul, marrón y gris. Dicks-Mireaux ha debido hacer un buen trabajo ya que afirma que su marido, que es ruso, está entusiasmado con la serie.

Chernobyl es una serie de uniformes porque habla de lo colectivo. El sacrificio por el bien del pueblo es uno de los grandes temas del relato. La anulación del individuo a favor de la comunidad, el no cuestionamiento de las necesidades personales genera una sociedad con poco espacio para explorar la identidad personal a través de la ropa. El equipo de vestuario encontró bastante material documental de uniformes. Encontró centenares de trajes de bomberos y pilotos incluidos los casos Minor. Los uniformes originales de los liquidadores, en la realidad, eran unos trajes contra incendios a los que se les añadían unas placas de plomo improvisada, también hubo que inventar sobre la marcha máscaras para enfrentarse a la radiación, que no dejaban de ser mascaras antigás con viseras de más plomo. Al terminar de trabajar su ropa tenía que ser limpiada, en la medida de lo posible, y sus calzoncillos secados al aire; de ahí que en la serie se vean en algunas escenas. El equipo de producción fabricó delantales de goma y piezas de plomo de aluminio. Compró muchos uniformes originales nuevos que nunca se habían usado y tuvo que hacer que parecieran viejos. “En la medida de lo posible, todo es real”, declara Dicks-Mireaux. Los niños acudían al colegio con los mismos uniformes y las mismas mochilas que aparecen en la serie. Los políticos civiles visten todos con trajes de chaquetas azules y grises de grandes solapas y corbatas anchas de rayas. Tanto el poder como la clase obrera tenía uniforme.

Son las mujeres las que se desmarcan de esta estética. También son las que más desconfían de la versión oficial y las que menos se creen las mentiras. El personaje de Ignatenko, una especie de rayo de luz en medio del drama, lleva chaquetas de punto tejidas a mano (pican hasta desde el otro lado de la pantalla) sobre vestidos de flores de colores. Hay, en los primeros momentos de la serie, cierta coquetería en el personaje; luego desaparece y los colores que usa se van apagando hasta terminar vestida con una bata blanco. La científica Ulana Khomyuk, interpretada por Emily Watson y uno de los pocos personajes de ficción, lleva vestidos camiseros cuando estudia, usa prendas color burdeos y rojos, chaquetones de ante y gabardinas cuando sale a la calle y ropa lisa y autoritaria cuando tiene que enfrentarse al poder. Sus gafas, como las de Legalov nos ayudan a fijar el tiempo y el lugar. Los niños que vivían en Pripyat aportan la poca alegría que tiene la serie. Con sus gorros de lana gruesa y sus abrigos y bufandas descoordinados viven ajenos a lo que sucede a pocos kilómetros: hasta los vemos, para nuestro horror, jugar con la lluvia radioactiva como si fuera nieve. Alena KH cuenta que esos años aún no entraba ropa de niño del extranjero, así que “mientras que los padres eran modernos, sus hijos eran soviéticos”.

Al comienzo de la serie, en el primer episodio, es el único momento en el que vemos color. Esa noche, cuando los vecinos de Pripyat miraban la explosión como si fuera una atracción, vemos un hombre que salen a ver la explosión con una chaqueta de chándal (ahí hay un detalle de la modernidad de la ciudad), paseando una sillas de niños; vemos a vecinas que han agarrado la primera prenda de punto que han encontrado y se la han puesto sobre el vestido de flores. Al día siguiente, cuando el gobierno no había aún dado la voz de alarma, la vida seguía igual: las vecinas iban al mercado, las mujeres paseaban por el parque con zapatos de medio tacón blanco. Eso nunca volvió a ocurrir: a las 36 horas de la explosión horas los habitantes de Pripyat fueron evacuados y la ciudad quedó desierta. Les dijeron que volverían en pocos días, aunque muchos tuvieron tiempo de llenar y llevar consigo sus maletas sin ruedas. La gente creyó a la autoridad sin cuestionarla. En ese momento desaparecen el rosa, el azul y el verde y son sustituidos el gris y el beige. Nunca más se volvieron a ver vestidos de flores o chaquetas de chándal en Chernobyl ni en Chernóbil.

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