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Brenda Navarro: «No llegamos a fin de mes, pero mantenemos este ideal europeo de Ikea, de limpieza y orden, por el miedo a reconocernos como pobres»

Sobre el veneno de sentirse inferior por tener menos dinero, el buenismo europeo y la imposibilidad de regresar al pasado. Vuelve Brenda Navarro.

La escritora mexicana Brenda Navarro.
La escritora mexicana Brenda Navarro.ILUSTRACIÓN DE ANA REGINA GARCÍA REALIZADA CON RETRATOS CEDIDOS POR LA AUTORA Y LA EDITORIAL, Y CON FOTOS DE GETTY IMAGES.

Diego García es un atolón del archipiélago de Chagos en mitad del océano Índico. Este pequeño trozo de tierra de 44 kilómetros cuadrados en el que Estados Unidos tiene una base militar estratégica es el que aparece mencionado en Sympathy, uno de los temas de Vampire Weekend donde Ezra Koenig canta: “Diego García/ Rodeado por las olas/ Solo en el océano/ Pero de todas formas/ Siempre lleno de amor/Y del sentimiento de acompañamiento más cálido”. En Ceniza en la boca (Sexto Piso, 2022) la última novela de Brenda Navarro (Ciudad de México, 1982), Diego García también es el nombre del hermano suicida de la protagonista y Vampire Weekend era su grupo favorito antes de aislarse y acabar con su vida tirándose de un quinto piso, estampándose contra la acera de una calle del barrio madrileño del Pilar. “Una isla suele ser una persona que se siente muy sola”, cuenta la mexicana afincada en España en conversación por Zoom a propósito del simbolismo que tiene este nombre en su novela. “Como dice en Un gran chico Nick Hornby, que es uno de mis escritores favoritos, por mucho que quiera un hombre ser una isla no puede ser una isla, porque una isla, para entenderse como tal, necesita a otras personas”.

De esa imposibilidad de ser islas, entre otros muchos factores que nos vienen impuestos sin nosotros pretenderlo, va la cruda e ingeniosa segunda novela de Navarro tras el éxito de la no menos adictiva Casas vacías (Sexto Piso, 2019). En este texto ahonda en las angustias y déficit de diversión en el viaje a la madurez de dos hermanos mexicanos marcados por el desarraigo y el peso de la migración. Dos chavales perdidos que primero sentirán el vacío por la huida de una madre a España y que después serán incapaces, cada uno a su manera, de adaptarse a su nueva vida en Madrid y Barcelona, reducidos al binomio de delincuente/limpiadora. Una ficción sobre el venenoso poder del dinero como marcador social, el silencio frente a la violencia en la esfera de lo privado y una diana al racismo, clasismo y ensimismamiento de una Europa empeñada en considerarse la mejor de las personas sin poder serlo. De todo eso va este último libro en el que una joven sin rumbo no puede dejar de comerse las cenizas de su hermano. De atragantarse por su recuerdo en la boca.

La novela no es autoficción, pero al igual que su protagonista, también ha migrado de México a España, pasando por Barcelona y Madrid. ¿Su viaje ha sido muy distinto?

Mucho. Si yo hoy estoy hablando contigo implica que he sido bienvenida en España. En esta novela me ha pasado algo parecido que con Casas vacías. Es mi voluntad de conocer lo que no estoy viviendo y que no estoy experimentando, pero que está afectando a otras personas. Te lo aclaro con un ejemplo: en Barcelona una vez se me acercó una cuidadora boliviana pensando que yo era una de ellas, porque hay una red de limpiadoras e internas de su país muy establecida en la ciudad. Al verme como latinoamericana, pensó que yo también cuidaba o limpiaba. Yo entiendo mi privilegio de no haber llegado como ellas y de no sufrir lo que ellas han vivido o vivirán. Y eso, probablemente, es lo que me hizo querer escudriñar y cuestionarme de qué forma vivo mi migración.

¿En qué sentido?

A mí no me generó ningún conflicto que me vean como cuidadora porque yo también cuido de mis hijas y de otras muchas personas, pero de pronto me di cuenta de que yo estaba viviendo un privilegio que parecía que no me correspondía. Una cosa que nos pasa a muchas latinoamericanas es que sentimos siempre mucha culpa por no estar viviendo esas adversidades. Supongo que la literatura me ayuda a comprenderlo mejor.

“No hay nada que agradecer en la migración”, piensan los hermanos al llegar a España. ¿Está de acuerdo?

Sí, aunque viene desde el enojo adolescente. No quieren ser adultos si ese proceso implica todas las responsabilidades que deben afrontar. Esos hermanos se aferran a una idea de niñez que no tuvieron en realidad. No sé si aquí en España pasa mucho, pero en América Latina hay muchas mujeres que se vuelven madres muy jóvenes o que tienen que ir a trabajar muy pronto, que se pierden esa idea de una adolescencia muy larga. Creo que tienen derecho a reclamarlo.

“Soy del barrio del Pilar”, contesta la protagonista cansada de qué siempre se la trate de forastera.

Me parecía muy pertinente cuestionar qué significa actualmente un hogar. Un hogar se puede construir con las personas con las que te rodeas y probablemente no tenga que ser con las personas que compartes vínculos de sangre. Es lo que le pasa a ella misma, cuando se relaciona con las limpiadoras de Barcelona y se llaman entre ellas “las primas”. No hay vínculo de sangre, pero sí mucho afecto.

Al llegar a Europa, la pobreza de los hermanos les atormenta, como si el hecho de no tener dinero les hiciera inferiores, moralmente hablando, del resto.

La pobreza acarrea una carga moral muy fuerte. El miedo a ser pobre es muy duro, no queremos serlo bajo ninguna circunstancia. Aunque no lleguemos a fin de mes, tratamos de mantener este ideal europeo, este símbolo sueco de Ikea, de todo limpio, perfecto, bonito, estético, etc., porque si nos reconociésemos como pobres nos tendríamos que hacer responsables y poner el cuerpo para quejarnos. Tenemos que cuestionar qué significa la pobreza dentro de nuestra precariedad.

Las universitarias que se ofrecen a llevar las redes de las limpiadoras en lucha, luego las dejan solas en sus manifestaciones. ¿Hay hipocresía en el feminismo blanco?

Yo tengo un problema con el buenismo. Normalmente, la gente que quiere ser buena necesita a la gente que sufre, ¿no? Los feminismos, especialmente los académicos, que son los que trato de criticar en la novela, tienen mucho que escuchar, pero no quieren.

Ese falso buenismo también lo practica Tom-Tomás, el escocés precario con el que se enrolla la protagonista, que se considera superior por ser europeo, aunque tampoco llegue a fin de mes. ¿Se ha encontrado muchos así?

¡Muchísimas personas son así! Él funciona como símbolo de esa sociedad que se cree buena. Gente tan ensimismada creyendo que tiene que ser buena y que no se entera de lo fea que es.

“No hables, no preguntes”, le repite la abuela de la protagonista para tapar y silenciar la violencia y los feminicidios que les rodean en México.

En Casas vacías situé el feminicidio en España porque quería escribir sobre una violencia que funciona de puente entre España y México. Aquí quise hacerlo al revés. En España se dice mucho “de eso no se habla” y esas, precisamente, son las cosas que hay que tratar. Es interesante ver cómo la realidad mexicana y la española tienen el mismo problema.

En el libro escribe que “la violencia en España es más aparatosa y cruel”.

Sí, porque creemos que por tener un respaldo judicial y por ley frente a la violencia, estaríamos más seguras, pero las españolas siguen siendo obligadas a desaparecer y siguen muriendo, aunque se meta en la cárcel al feminicida. En el fondo hay un contexto político muy doloroso del que no se habla. Esa violencia me parece más dura porque nos hacen creer que hay esperanza en las instituciones, pero nos están fallando deliberadamente.

La protagonista se desprende de su nostalgia por un pasado que nunca vivió en realidad. ¿Qué es para usted?

Una cosa es sentir nostalgia y otra cosa instalarte en ella. No está bien utilizar la nostalgia como se está usando en muchos lugares del mundo. No podemos regresar al pasado porque el pasado nunca ha sido mejor. Y la única enseñanza que nos tiene que dar el pasado es no equivocarte de nuevo, ¿no? La nostalgia te tiene que hacer sentir tan incómoda que no quieras volver atrás. Resulta absurdo querer vivir en un estado nostálgico porque además estás mintiéndote, y, para mí, la única mentira aceptada en el mundo es la ficción. Cualquier mentira que mantenga el poder de una persona o de una institución o de un estado es poco ética, por decirlo de una forma muy suave.

“España vive atrapada en un monólogo sobre España que solo escucha España y nadie más”, explica Navarro. En Ceniza en la boca vuelve a tender puentes con México sobre todo lo que nos une, y no nos aísla, de los demás.
“España vive atrapada en un monólogo sobre España que solo escucha España y nadie más”, explica Navarro. En Ceniza en la boca vuelve a tender puentes con México sobre todo lo que nos une, y no nos aísla, de los demás.Sexto Piso

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