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Nuevas perspectivas del feminismo contemporáneo: sororidad para todas las mujeres

Del 15-M al 8-M, en esta década de salto generacional, si algo ha demostrado el pulso del activismo social es que la revolución, por mucho que siga irritando a algunos, sí tenía que ser feminista.

Arriba, de izquierda a derecha: Alana Portero con vestido de EL CORTE INGLÉS, Carla Antonelli con vestido de DRIES VAN NOTEN vía MYTHERESA, Valeria Vegas con vestido y pendientes de UTERQÜE y Silvia Agüero, con camisa de BIMBA Y LOLA y pantalón de MANGO. Abajo, de izquierda a derecha: Lucía Mbomío lleva vestido de PROENZA SCHOULER vía MYTHERESA, Elizabeth Duval con bodi de ETAM y pantalón de LOEWE, Desirée Bela-Lobedde con abrigo y pantalón de MARINA RINALDI, y Nuria Alabao con vestido de ADOLFO DOMÍNGUEZ y pendientes de UTERQÜE.
Arriba, de izquierda a derecha: Alana Portero con vestido de EL CORTE INGLÉS, Carla Antonelli con vestido de DRIES VAN NOTEN vía MYTHERESA, Valeria Vegas con vestido y pendientes de UTERQÜE y Silvia Agüero, con camisa de BIMBA Y LOLA y pantalón de MANGO. Abajo, de izquierda a derecha: Lucía Mbomío lleva vestido de PROENZA SCHOULER vía MYTHERESA, Elizabeth Duval con bodi de ETAM y pantalón de LOEWE, Desirée Bela-Lobedde con abrigo y pantalón de MARINA RINALDI, y Nuria Alabao con vestido de ADOLFO DOMÍNGUEZ y pendientes de UTERQÜE.ANTÁRTICA

«La revolución será feminista o no será”. Ese fue el único lema que irritó al 15-M. La única gran pancarta que se arrancó de cuajo en la acampada madrileña de Sol en la primavera de 2011 tenía escrito ese mensaje. “El problema mayor fue que mientras el individuo que la quitó se golpeaba el pecho a lo King Kong, un grupo grande de gente le aplaudió y abucheó a las mujeres. Cuando bajaron del andamio había debajo un grupo que insultó a quienes habían subido la pancarta”, escribiría poco después la escritora Belén Gopegui sobre este simbólico incidente en el epicentro de esperanza y lucha por la transformación social.

Muchas de las crónicas que han conmemorado la década de aquella utopía social experimental en nuestras plazas no suelen recordar que las mujeres que acamparon por la igualdad también se vieron abucheadas, vejadas y ninguneadas por sus compañeros. “En las plazas en las que convivimos se reproducen las violencias que existen fuera de ellas”, denunciaron Feministas Indignadas de la acampada barcelonesa.

Del 15-M al 8-M, en esta década de salto generacional, si algo ha demostrado el pulso del activismo social es que la revolución, por mucho que siga irritando a algunos, sí tenía que ser feminista. Y es más, que como la opresión o privilegio funcionan según nuestras categorías sociales –porque no tendrán las mismas oportunidades ni saldrán de la misma casilla de la vida una heredera de un negocio que una migrante recién llegada con su situación por regularizar–, y como predijo en 1989 la académica estadounidense afrodescendiente Kimberlé Williams Crenshaw: la revolución será interseccional o no será.

Puede que el poder por la igualdad de derechos que eclosionó en las calles el 8 de marzo de 2018 devolviese la empatía y la fe al poder de la protesta y la queja, pero el feminismo en este país también ha evolucionado para no solo luchar por las de siempre y, lo más importante, para conectar las desigualdades, desde la emergencia climática a la crisis económica y social, denunciando también los grados de separación estructurales por raza, género y poder.

El tren de la libertad contra la reforma del aborto,  el #MeToo –un fenómeno global que a casi media década vista, ha servido más para creer a las mujeres que para derribar, realmente, a los depredadores poderosos– o el #HermanaYoSíTeCreo nos mostraron a mujeres de varias generaciones unidas gritando contra la #JusticiaPatriarcal y apoyando a la víctima de La Manada, expandiendo el #Cuéntalo y debatiendo sobre el consentimiento sexual. Conquistas por los derechos sociales que han convivido con el auge y caída del feminismo corporativo, la cultura del empoderamiento femenino, la de la #GirlBoss o jefaza, cuando todo orbitaba en torno a la brecha salarial o la cultura del techo de cristal. Problemáticas reales, pero que suelen afectar a un sector específico de mujeres: blancas, de clase media y con estudios superiores. Pero ¿y qué pasaba con todas las demás?

Por eso han peleado, y pelean, las mujeres de este reportaje. Son las que han puesto el cuerpo y el relato para que la sororidad no fuese excluyente, porque sus demandas son las de todas.

“La generación 8-M está animando a muchas mujeres a sobreponerse al miedo a hablar y a contar sus historias”, recuerda la escritora y comunicadora barcelonesa afrodescendiente Desirée Bela-Lobedde, “pero no necesitamos que el feminismo blanco nos salve de nosotras mismas”, sentencia. Para la autora de Ser mujer negra en España (Plan B, 2018), “el feminismo hegemónico debe dejar de adoptar posturas de salvación blanca creyendo que sabe mejor que las mujeres racializadas lo que nosotras necesitamos. Tenemos agencia política, tenemos capacidad de decisión y tenemos nuestra propia agenda”. Una agencia de cambio que también transforma la periodista Lucía Mbomío (Alcorcón, Madrid), que llevará a Netflix Hija del camino (Grijalbo, 2019), su novela debut donde ahonda en la identidad, los lazos familiares y el racismo porque, como resume “la lucha no debe contarse solo con una sola forma de ser mujer”. O la activista gitana Silvia Agüero, una vallecana residente en Valencia, que a través de su blog y revista en papel, Pretendemos gitanizar el mundo, y de su libro Resistencias gitanas, coescrito con Nicolás Jiménez, rompe mitos contra el feminismo “payocentrado” y reivindica a pioneras como Rosa Cortés, que en 1753 lideró a un grupo de mujeres que huyeron del genocidio, o a la académica Ethel Brooks, gitana estadounidense y experta en sociología del género en la Universidad de Rutgers.

¿Qué heroínas merecen quedarse en el archivo y los libros de historia? ¿A qué mujeres se les ha otorgado el altavoz, la autoridad y la credibilidad para serlo? En una década en la que también explosionó el periodismo feminista de calidad autogestionado desde medios como Afroféminas o Píkara, ejes transformadores del discurso y la pedagogía interseccional, en los generalistas no ha sido habitual ofrecer ese altavoz a la diversidad. “Los medios tienden en sus propias limitaciones a reflejar el activismo feminista: entienden y representan mal la dimensión colectiva de las luchas, se tiende a individualizar en personas más que en agrupaciones. Se priorizan temas o luchas que están en el radar de las periodistas por su propia pertenencia de clase y no se explican tan bien otras demandas de las que están más abajo”, apunta la valenciana Nuria Alabao, periodista y antropóloga, responsable de Feminismo en la web CTXT e integrada en la Fundación Comunes.

Que los libros de historia han obviado al colectivo LGTBIQ+ lo sabe la valenciana Valeria Vegas, escritora de las memorias de La Veneno, que triunfan globalmente en su adaptación a serie televisiva, que ahora reivindica ese archivo que nadie ha contado a través de su podcast Orgullo en Spotify. En esta década de interseccionalidad, también comprendimos que el género es una construcción social, y, por tanto, debíamos reivindicar los derechos de todas las mujeres. «Hemos aprendido lo que es ‘sororidad’ en toda la extensión de la palabra», aclara. Para la autora, el término que define la solidaridad entre mujeres ha sido una de las lecciones de la década: «Es un término que ya estaba ahí, pero del que hemos tomado consciencia en los últimos años. Yo percibo que estamos más unidas, y que hemos comenzado a teorizar para entender muchas heridas o incluso miedos. Pero todavía queda mucho por recorrer, que haya menos prejuicios entre nosotras, aceptar que también podemos ser diferentes entre sí», cuenta.

“España es más feminista, más abierta y está más concienciada que hace 10 años; no estoy segura de que en 2011 yo o mis compañeras trans hubiésemos podido estar aquí sin ser ridiculizadas de una manera mucho más bruta”, apunta la escritora y pensadora Elizabeth Duval, madrileña residente en París autora de Reina (Caballo de Troya, 2020), Excepción (Letraversal, 2020) y Después de lo Trans (La Caja Books, 2021). El Anteproyecto de ley para la igualdad real y efectiva de las personas trans y para la garantía de los derechos de las personas LGTBI, conocida popularmente como Ley Trans, dio sus primeros pasos en junio de 2021. La norma convirtió a España en el 16º país del mundo en permitir la libre autodeterminación de género –poder cambiar el nombre y el apartado de ‘sexo’ en el DNI solo con su voluntad– y también facilita la filiación de hijos de lesbianas, la reproducción asistida para personas con capacidad de gestar y sanciona las terapias de conversión.

Muchos vieron en la pugna del redactado de esta ley una lucha escondida por la hegemonía política del feminismo en España, algo que confirma la tinerfeña y activista LGTBIQ+, primera y única mujer trans en ser diputada de la Asamblea de Madrid, por el PSOE, Carla Antonelli. “Esa pugna no solamente ha dejado en un segundo plano los derechos de las personas trans, con especial inquina hacia las mujeres del colectivo, también al de todas las mujeres en general y su amplia diversidad, algo kafkiano y vergonzoso”, reivindica, recordando que “se llegó incluso a argumentar y defender de forma espuria y en nombre del mismo las ‘terapias reparativas de conversión’ hacia las personas trans, algo que hasta hace dos años solo defendía la extrema derecha y, que, por supuesto atenta contra cualquier principio de los derechos humanos, por no decir que está en las antípodas del feminismo en mayúsculas”.

Para la historiadora y autora madrileña Alana Portero, que participó en el compendio Vidas trans (Antipersona, 2019), erigida en una de las voces de referencia a través de las redes sociales y de sus colaboraciones en prensa, “los avances son importantes, pero no debemos confundir la visibilidad con las realidades materiales. Sin una es difícil que se dé la otra. La reacción antifeminista, anti-LGTBIQ+ y racista ya se ha hecho con posiciones en las instituciones”. ¿El objetivo? Como dice Portero, “traspasar la barrera de la excepcionalidad. Superar la lógica de los porcentajes y ser ciudadanes de pleno derecho en todo los niveles”. Por mucho que lo hayan querido arrancar del activismo, ya sea metafóricamente o en una pancarta en una plaza abarrotada de activistas, sí, será feminista.

* Estilista: Ángela Esteban Librero. Maquillaje: Cynthia de León (Cool) para Bioderma y Nars. Peluquería: Eli Serrano (Cool) para GHD. Asistente de fotografía: Gerardo Romero. Asistentes de estilismo: Aina Nogué Prat y Ariana Zabalaga. Agradecimientos: Taburete de madera Zara Home (59,99 €). Para más información de Valeria Vegas (Javiera en la web JVV) contactar con JVV: info@jvv.com. IG: @jvv_pr

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