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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

2021: Código libre

Ni la juventud es un valor al alza ni la vejez algo que debamos venerar. Sí lo son la curiosidad y el ingenio.

Sofía Ruiz de Velasco.
Sofía Ruiz de Velasco.

Hace algún tiempo subí en el ascensor con una niña de 11 años. El aparato de madera, guardado por una reja metálica y con dos puertecillas acristaladas, le pareció a la niña de lo más pintoresco. «Este ascensor es de los ochentas», dijo con muchísima emoción. En plural: los ochentas. El ascensor es de 1956 y la bruma que en la cabeza de esa niña unificó esos 30 años de diferencia me hizo dar un respingo. Que los ochenta le parecieran a esa niña decimonónicos no me sorprende tanto como la nueva añoranza de los 2000 cristalizada en el regreso del chándal deluxe, las mechas rubias contrastadas y los pantalones cargo. Plataformas como Depop, a cuya CEO entrevistamos en este número, venden a paladas pantalones de chándal de terciopelo y zapatillas Puma.

Mientras tanto, en un universo más elitista, pero también de segunda mano (llámenlo vintage), se disparan las ventas de las máquinas de escribir gracias al impulso de Tom Hanks, que en un post de Instagram en el que informaba de su estado de salud (pasó el coronavirus) mostraba una vieja Corona con la que además escribe frases que cuelga habitualmente en la red social. Fue el Financial Times el que publicó la noticia de que las ventas de máquinas habían aumentado un 30%, ilustrando su artículo
con la portada de la biografía de Susan Sontag en la que la escritora aparece con su máquina de escribir y su taza de té
Blue Calico. Quizá al comprar una vieja máquina nos veamos más listas, más altas, más intelectuales y más cultas, con un
bello mechón de pelo cano.

La nostalgia codifica muchos de nuestros anhelos pues los objetos ya usados, ya vividos, contienen un significado. No hace falta explicarlos. Si tienes una vieja Olivetti en tu salón todo el mundo comprende de un vistazo quién eres. La nostalgia también es uno de los motores más activos de la moda. Revisitar tiempos pasados toca una fibra sentimental difícil de alcanzar por otras vías y eso también es una trampa.

Carson McCullers, escritora precoz y lectora voraz (publicó su primer libro a los 23 años), decía para justificar que leyera absolutamente todo lo que caía en sus manos: «Me apasiona lo viejo, me fascina lo nuevo». Es en este territorio en el que nos movemos, conscientes de que lo que conocíamos no volverá y que lo que viene es del todo desconocido.

No pretendemos por tanto en este número hacer un alegato de la novedad, sino de la adaptación. Mentes abiertas que sortean este tiempo con agilidad. Sigourney Weaver, quien como ella dijo «es la mujer que cada cinco u ocho años salva sola a la humanidad desde hace tres décadas», se interpretará a sí misma en televisión. Alicia Vikander dará vida a Gloria Steinem, más de actualidad que nunca a sus 86 años. En la moda, firmas de lujo organizan festivales de cine, se asocian con cartelistas feministas o se unen a un estudio de anime japonés. Otras organizan un desfile al uso, pero sin público, en uno de los lugares más imponentes que existen, un castillo. 

Abran paso a las ventas en Animal Crossing, pero también a inaugurar una tienda en un edificio histórico del centro de una ciudad histórica porque ambas acciones son igual de audaces en este momento. 

La protagonista de esta portada, Mina El Hammani, con sus seis millones de followers en Instagram y sus vídeos en TikTok, representa la nueva hornada de superestrellas de la pequeña pantalla. De origen marroquí simboliza también la diversidad (o realidad, como ella prefiere llamarla) de la sociedad actual. A sus 27 años, sin embargo, ya habla de lo fuerte que viene pisando la próxima generación.

Ni la juventud es un valor al alza ni la vejez algo que debamos venerar. Sí lo son la curiosidad y el ingenio. Cerremos pues este texto y recibamos este año con la frase que mejor se burla de las convenciones de la edad. La pronunció Karen Blixen harta de que no dejaran de preguntarle por la suya: «En realidad tengo 3.000 años y he cenado con Sócrates». Abran paso.

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