24 años después de conocer a Cristina Ortiz en televisión, nos hemos vuelto a quedar pegados a la pantalla para ver su vida. Veneno, la serie creada por Javier Calvo y Javier Ambrossi, ha conseguido las ovaciones de público y crítica y ha convertido cada capítulo en todo un evento. Conseguir este fenómeno con una serie sobre una mujer trans, prostituta, que no sabía leer ni escribir, a la que le negaron el cariño familiar, a la que la sociedad relegó a la marginación y a la que ya no le quedaban más escalones que bajar es un hito trascendental. Una serie como esta, tratada con tanto respeto y con tanta empatía, hubiese sido inimaginable hace unos años. Porque entre la irrupción de Cristina en Esta noche cruzamos el Mississippi (1996) y Veneno (2020) se ha producido una metamorfosis: la mirada social hacia las mujeres trans y la forma de contar el relato han cambiado.
En el imaginario colectivo, Cristina fue una “ordinaria”, “chabacana” y “travesti malhablada”* porque así nos la presentaron. La televisión se encargó de crear e imponernos este marco. En su libro Whipping girl (Ménades, 2020), la escritora y activista trans Julia Serano expone los estereotipos habituales que “los medios hacen de las mujeres trans, sean a partir de personajes ficticios o de personas de verdad”. Siguiendo estos arquetipos, conocimos a Cristina como una mujer trans “patética”: instrumentalizada para ser “objeto de burla”, “inofensiva” e incapaz de “engañar a nadie” al ser totalmente visible como persona trans.
Veneno repasa a la perfección todos estos momentos, desde su descubrimiento en el Parque del Oeste, hasta el polígrafo y pasando por las entrevistas en plató con Pepe Navarro. La propia Valeria Vegas, autora de las memorias de Cristina ¡Digo! Ni puta, ni santa (autoedición, 2016) en la que se basa la serie, se refiere así a estas primeras apariciones en el mítico programa: “Se trataba de una entrevista como las que se hacían a otros muchos personajes, denominados posteriormente como freaks”. Cristina subía la audiencia, la televisión se aprovechó y de ella se hizo e hicimos espectáculo.
En su libro Vestidas de azul (Dos Bigotes, 2019), Vegas indaga sobre esta narrativa de la burla en las mujeres trans y revisa cómo en películas de la Transición se las vinculaba con la “clandestinidad”, con “papeles humillantes” y como “mero objeto sexual” y “atracción de feria”. Así, “la transexualidad comenzó a ser abordada de manera despectiva en diálogos ofensivos que solo buscaban una comicidad fácil y malintencionada” y cita títulos como La escopeta nacional (1978) o Las edades de Lulú (1990). Además, a esta narrativa se le añade la del terror, es decir, la persona trans queda retratada como víctima y también como peligrosa, asesina y enferma. Así ocurre en cintas como El silencio de los corderos (1991), tal y como recoge el documental Disclosure (2020) que explora la representación de las personas trans en Hollywood.
Sin embargo, todo esto se rompe con la ficción de Atresmedia. Esa es la gran victoria y conquista de Veneno: derrocar el relato dominante de chiste sobre las mujeres trans. Cristina ha dejado ser la secundaria patética, carismática y despampanante para okupar el centro y protagonizar su propia historia. Veneno la retrata como persona y no como personaje y, con ello, la humaniza tanto a ella como a todas las mujeres trans que aparecen a lo largo de los capítulos. Sus vidas importan y han dejado de ser simples accesorios argumentales. Gracias a esta permutación en la forma de contar el relato, se produce también el cambio en la mirada del espectador: la realidad trans es dignificada y ya no es una excusa para hacer comedia. Por fin estamos celebrando y reconociendo que las vidas trans también son España.

Imagen promocional de ‘Veneno’. Foto: Atresmedia
Lo que antes nos causaba risa o menosprecio, ahora lo abrazamos. Desde la furia que nace contra la marginalidad y el desamparo, que queda plasmada en las escenas en el parque donde todas exponen sus cuerpos en la oscuridad, la pelea contra los nazis con Cristina levantando una hoz y su enfrentamiento con Fani bajo la lluvia; hasta la fiesta que se respira en todas las reuniones en casa de Paca “La Piraña”, las paellas acompañadas de consejos y recuerdos, la secuencia con todas las Cristinas bailando y el entusiasmo de Valeria y Cristina por el libro. La furia y la fiesta trans de Veneno nos fascina porque es pura vida.
Pero lo que más brilla en este sarao es la hermandad trans que reina por encima de todo. En Veneno, las amigas son la familia escogida, las que ayudan a Cristina cuando ella más lo necesita, las que no la abandonan pase lo que pase y las que se dan la mano en cada akelarre con Aquí hay tomate o Sálvame de fondo. Paca “La Piraña” es la madre de todas y durante ocho episodios también es la nuestra. Porque en Veneno, al igual que en la vida, lo importante es la comunidad, el grupo, la palabra “todas” y, como recuerda el personaje de Valeria, jamás se nos puede olvidar el “nosotras”.
Esta modificación de la narración también tiene que ver con los avances a nivel social que ha habido en nuestro país en las últimas décadas. Veneno consigue que nos avergoncemos por haber consumido como entretenimiento la vida de Cristina desde la comodidad del sofá de nuestra casa mientras ella y otras mujeres se tenían que “dedicar a la prostitución para comer y vivir”, tal y como ella misma relata en sus memorias. Además, las vidas de Valeria Vegas (Lola Rodríguez) y de Cristina (Isabel Torres, Daniela Santiago y Jedet) se cuentan en paralelo para contraponer el rechazo y el apoyo familiar (el abrazo de Valeria con su madre no es solo sanador, sino un referente positivo que España necesitaba ver desde hacía tiempo), el despido fulminante y la apertura de puertas laborales o la búsqueda y el encuentro del amor que las dos viven en sus propias carnes.
Sin embargo, estos avances ni tapan ni ocultan la transfobia cada vez más latente. Veneno es el retrato de muchas Cristinas y de la violencia que aún sufren hoy las mujeres trans en España: necesitan un certificado patologizador para acceder a las hormonas y cambiar sus datos en el registro, las palizas y el abuso siguen produciéndose como evidencia el reciente vídeo de unos policías de Benidorm humillando a una mujer trans, la violencia que reciben por una parte del movimiento feministas académico y mediático y una elevada tasa de paro (el 85% de las personas trans está en desempleo, según datos de la FELGTB).
Cristina nunca quiso ser un referente de nada y para nadie, pero sin quererlo se convirtió en un referente de supervivencia para muchas mujeres trans en un mundo que las sigue asesinando, persiguiendo y señalando. Aquellas mujeres –las llamadas travestis en aquellos años, las malas, las putas, las abandonadas, las vulnerables, las pobres, las que ponen el cuerpo, las que habitan las sombras de los parques, las que se plantan con la cabeza alta en las esquinas– tuvieron que aprender a sacar sus garras. Cristina resistió como pudo. ¿Qué podía hacer sino? Ya no le quedaba nada más que perder. Su exposición derribó muros y abrió caminos.
Javier Ambrossi explicaba en el programa que precedió al estreno del episodio final que la intención era “hacer una serie que significara algo” y eso lo consiguieron desde el primer capítulo. En el mismo evento, Valeria Vegas lo ratificaba con una contundencia necesaria: “Se ha hecho justifica con todo un colectivo. Este país se ha pasado 40 años haciendo series y películas donde se mofaban de las personas trans. Esto es un punto y aparte. Es indiscutible.”
Veneno dignifica las vidas de mujeres trans españolas como nunca antes se ha visto. El sexto capítulo está dedicado “a todas las que vinieron antes” porque Veneno es de todas las Cristinas, Pacas, Juanis, Onassis y Manolas pero también de “todas la que están por venir”, como remarcó Jedet en el mismo especial. Veneno no es un homenaje. Veneno hace memoria y hace futuro. Y eso es lo que más falta nos hace ahora mismo.
Camila Sosa Villada escribe en Las malas (Tusquets, 2020) que “eso somos como país también, el daño sin tregua al cuerpo de las travestis; esa huella de odio”. La gran asignatura pendiente de nuestro país es mirar atrás, reparar y asegurarnos que no vuelva a ocurrir. En los minutos finales de la serie, Cristina pregunta: “¿Valeria, es bonita mi vida?”. “Es preciosa”, le responde. Claro que es bonita, Cristina. Tu vida y la de todas las mujeres trans. Veneno ya es una serie histórica de la televisión. Veneno es nuestra. Veneno es de todas. Veneno es España.
*Cristina explica en su biografía que usa “la palaba travesti en lugar de transexual porque es la que en ese momento se usaba en la calle y nos entendíamos todas”. Hoy en día algunas organizaciones y personas trans apuestan por el término “trans” al no estar ligado a la genilitalidad y a la patologización.