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«Teletrabajo de madrugada porque no llego a todo en casa»: la nueva normalidad machaca a las mujeres

El #QuedateEnCasa sobrecarga de tareas y estresa más a las españolas. Los hombres solo han cambiado patrones animándose a hacer más la compra.

"El trabajo de una mujer nunca acaba". Póster de 1974. de la Red Women’s Workshop.
"El trabajo de una mujer nunca acaba". Póster de 1974. de la Red Women’s Workshop.Red Women’s Workshop.

«Aún no he visto en mis chats de padres del cole de WhatsApp a dos padres (hombres) comentarse entre ellos: ‘Oye, ¿habrá casals (colonias de verano)? ¿A cuál le apuntaréis?’ Qué cosas, eh, porque entre las madres no se habla de otra cosa». Paula es autónoma, tiene dos hijas menores de 10 años y ya teletrabajaba desde casa antes de la pandemia. Su pareja, asalariada, también lo hace en su piso desde marzo y entre los dos procuran repartirse «50/50» la educación y cuidados de las niñas, así como las tareas de mantenimiento del hogar. Ella, sin embargo, siente que le oprimen 200 tareas mentales más de control y administración de su núcleo familiar. Dinámicas que ya venían heredadas de mucho antes del confinamiento. «Aquí intentamos ir a medias, pero yo siempre noto la carga mental. Tengo que recordar qué hay que hacer para la clase, las claves de Zoom del teatro de una de mis hijas, pedir hora para la revisión del CAP, llamar al gestor de Hacienda, etcétera. Esto es muy difícil de cambiar», aclara.

Cristina es asalariada, trabaja en el sector de la comunicación y también teletrabaja desde marzo con su pareja y su bebé de un año y tres meses. La mayoría de noches, después de acostarla, decide terminar las tareas pendientes que tenía del trabajo. «Me veo teletrabajando de madrugada porque no llego a todo. De día mi hija es muy exigente y requiere cuidados. Mi marido y yo intentamos turnarnos, pero me he dado cuenta de que por la noche encuentro más calma para acabar tranquila lo que me ha quedado pendiente», explica. Su horario nocturno no la exime de la reunión diaria telemática de su empresa a las nueve de la mañana. Si sumamos horas, ¿cuánto dura la jornada laboral de Cristina?

El confinamiento y la nueva normalidad tiene a las españolas agotadas, estresadas y dedicando más horas al mantenimiento y los cuidados que sus parejas masculinas. «Los datos muestran que las mujeres están soportando la mayor parte de la carga de las tareas domésticas durante el confinamiento», afirma Libertad González, profesora de Economía y Empresa de la Universitat Pompeu Fabra (UPF) y miembro del Centro de Estudios de Género (CEDG). González y Lídia Farré, profesora de Econometría, Estadística y Economía Aplicada de la Universitat de Barcelona (UB), han coordinado un estudio dividido en dos rondas que viene a probar que el confinamiento y la denominada nueva normalidad no ha igualado la balanza en el hogar.

Limpian, cuidan y educan más…, y se estresan más

El estudio ¿Quién se encarga de las tareas domésticas en el hogar? se desarrolló en una primera fase en el mes de abril, donde realizaron una encuesta online a 7.091 personas,  familias con hijos, principalmente en territorio catalán. En mayo, con la desescalada, se pasó a una segunda ronda de la encuesta, apoyadas por la empresa Ipsos y por las investigadoras Yarine Fawaz y Jennifer Graves, con observaciones sobre 5.000 personas adicionales, repartidas por todas las regiones españolas. «A pesar de un pequeño aumento en la participación de los hombres, ellas siguen siendo las principales responsables de la limpieza de la casa, la comida, la colada, y el cuidado de los hijos», explica González. «Dado el importante volumen de trabajo generado por el cierre de los centros educativos, y que muchas mujeres tienen empleos que permiten el teletrabajo, el aumento de la carga ha sido muy importante», puntualiza sobre las consecuencias más llamativas de su estudio. Con cinco bloques sobre las tareas domésticas (limpieza, compra, ropa, comida y cuidado de los hijos, tanto ocio como educación), la investigación concluye que la única actividad en que el hombre es el principal responsable ha sido hacer la compra. «Ya antes del confinamiento, la compra era la actividad que más se repartía entre hombres y mujeres, aunque ellas eran las responsables en la mayoría de los hogares. Sin embargo, durante el confinamiento, esta es la única actividad que pasa a ser desempeñada mayoritariamente por los hombres. Esto lo observamos claramente en nuestras dos muestras», aclara la investigadora. Aunque la participación de los hombres ha subido ligeramente en todas las tareas, las españolas siguen siendo responsables de lavar la ropa (39 puntos más que los hombres), limpieza (29 puntos más) y cuidar de la educación de los niños (24 puntos más).

Hacerse cargo también implica más ansiedad. El proyecto Conciliación familiar en tiempo de confinamiento por COVID-19 (Family reconciliation in times of confinement, por su nombre en inglés), coordinado por Cristina Benlloch y Empar Aguado, profesoras del Departamento de Sociología y Antropología Social de la Universitat de València, y la politóloga-jurista Anna Aguado, indica que las mujeres con menores que teletrabajan soportan la mayor parte del estrés del confinamiento. El estudio, basado en encuestas telefónicas y online realizadas a mujeres, se publicó inicialmente en The Conversation y desprende que las madres «sienten que están todo el día trabajando», que el seguimiento escolar de los hijos suele desarrollarse con ellas, lo que «se ha convertido en un elemento de ansiedad y estrés añadido» y que una nueva estrategia frente a esta situación está siendo «el recurso de teletrabajar durante la madrugada, bien sea retrasando el momento de ir a la cama o levantándose antes que el resto de miembros de la familia».

El falso efecto del cesto de la colada

Las españolas no están solas. Estudios similares desarrollados en EE UU y Argentina durante el confinamiento sobre la repartición de tareas en el hogar y del home schooling indican resultados en sintonía con los vistos en nuestro país: los hombres participan más por ser más conscientes que nunca del trabajo que supone administrar una casa, pero el peso y el estrés ha seguido recayendo de forma más acusada en las mujeres. Simbólicamente vendría a ser el efecto del cesto lleno, algo que Brigid Schulte –autora de Overwhelmed (2014) y directora del programa sobre trabajo, igualdad de género y política social en el think thank New America, Better Life Lab– explicó recientemente a la periodista Terry Gross en el podcast Fresh Air. Schulte está investigando las «grotescas» desigualdades de género en el confinamiento en EE UU, realizando entrevistas telefónicas y encuestas desde su think thank. Una parte de la investigación de su equipo se ha centrado en entrevistar a maridos y parejas de mujeres que trabajan en el sector sanitario y que se han tenido que aislar del resto de miembros de su familia para evitar posibles contagios. Hombres que han asumido totalmente el cuidado de la casa por el giro de los acontecimientos. Una de los detalles más entrañables, por así decirlo, que ha percibido en las charlas con estos hombres ha sido una anécdota recurrente: el efecto de la cesta de la colada y como ésta se ha hecho poderosamente significativa para los hombres que han asumido las tareas domésticas. «Muchos me han dicho entre risas que antes pensaban que la ropa doblada se metía mágicamente en sus cajones, ni pensaban en ese trabajo invisibilizado, no contaban con ello y que ahora al guardarla son conscientes de que sus mujeres eran las que siempre lo hacían y que, también, la cesta se llena una y otra vez».

¿Ayudarán estos despertares masculinos a cambiar patrones de reparto del trabajo en los hogares? ¿Puede el gesto de guardar la colada salvar las desigualdades? No, si las políticas sociales públicas no intervienen y conjugan el teletrabajo con la conciliación. Como dice la investigadora Caroline Criado Pérez: «Existe una tautología sobre la mujer trabajadora: no existe la mujer que no trabaja, solo hay mujeres a las que no se las remunera». El trabajo dentro del hogar permanece invisibilizado de forma interesada en los planes institucionales, considerándose un espacio de ocio personal, porque los cuidados son valorados como una cuestión de afectos (te cuido porque te quiero), alejándolos así del imaginario del intercambio mercantil. Una estrategia que ha servido para cimentar los excesos del sistema capitalista. El pasado mes de enero lo confirmó un informe de Oxfam: si pagásemos el trabajo de cuidados que mujeres y niñas realizan por todo el planeta gratis supondría el triple de gasto en tecnología a nivel mundial (unos 12.500 millones de horas diarias, el equivalente a 10,8 billones de dólares anuales).

Ahora que sesudos análisis (masculinos) se preguntan si podremos arreglar de una vez por todas el dilema de la eficiencia del teletrabajo versus la presencialidad en la oficina con esto del coronavirus, irrita, pero no sorprende, comprobar cómo la conjugación de las dinámicas de la conciliación con nuestra productividad y flexibilidad laboral siguen excluidas de la ecuación de ese pensamiento teórico. Tampoco sorprende, precisamente, que sean líderes con perspectiva de género, como Jacinda Ardern, las que sí lo estén planteando a la hora de conjugar el futuro que se nos avecina ahora que hemos puesto el hogar en el centro. Porque no todo se arreglará, milagrosamente, vaciando y guardando el cesto de la colada.

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