Póster de la Red Women's Workshop. Foto: Red Women's Workshop

Por qué en 2021 resucita la rabia de las mujeres hartas de trabajar por amor

La pandemia y el teletrabajo, al poner el hogar y los cuidados en el centro, han hecho visibles todas las costuras de una conciliación que nunca fue, una lucha histórica del movimiento feminista que rescatan, ahora, varias novedades del mercado editorial.

Antes de la pandemia, los maridos ya generaban siete horas extra semanales de trabajo doméstico a las mujeres. Lo contaba Caroline Criado Perez en La mujer invisible (Seix Barral, 2020): curiosamente, mientras viven solos, los hombres y las mujeres dedican aproximadamente el mismo tiempo a las tareas del hogar, pero cuando se formaliza la pareja heterosexual y pasan a convivir bajo el mismo techo, voilà, la cosa cambia y unos se relajan más que otras: ellos podían invertir ese tiempo en, pongamos, verse El irlandés hasta dos veces seguidas mientras ellas lo tenían que dedicar a poner lavadoras, recoger la casa y otras tareas asociadas a la carga mental que afectaba directamente a la salud femenina. La propia Criado desvelaba que estas tareas provocan, estadísticamente, que una mujer tarde más en recuperarse de un ataque al corazón que un hombre por la dedicación al trabajo doméstico extra asumido cuando se convive con el otro género.

En la vida aC (antes del coronavirus), la invisibilización del trabajo doméstico no remunerado y el peso que tiene sobre las mujeres había quedado relegada a un plano marginal en los puntos calientes del feminismo moderno. La vertiente más liberal, la que dominaba el discurso mediático en la era de un endiosamiento de aquel feminismo corporativo que cayó en picado en 2020, había apostado por denunciar la brecha salarial laboral o demandar mayores cuotas de mujeres en los puestos de poder. Obviando las asignaturas pendientes que tenían con las de abajo, las reivindicaciones miraban hacia la cúspide empresarial y acceder a la parte del pastel de los privilegios, al cacareado techo de cristal, mientras los suelos los seguían fregando y asumiendo las mismas de siempre. Tuvo que llegar una pandemia y encerrarnos en el hogar para que el debate del trabajo doméstico se hiciese mucho más visible y hasta aquellas que se pasaban el día en la oficina se iluminaran frente a las grietas y precipicios que no habíamos superado para alcanzar una igualdad que nunca se asumió.

¿Por qué repunta esa rabia por la desigualdad doméstica?

Con la pandemia, cuando el relato de nuestra existencia laboral y personal se confinó a nuestras cuatro paredes, volvimos a poner al foco en la desigualdad más primigenia, sin posibilidad de mirar a otro lado. El estudio ¿Quién se encarga de las tareas domésticas en el hogar? probó que las españolas siguen siendo las principales responsables de la limpieza de la casa, la comida, la colada, y el cuidado de los hijos. Y todo sin cobrar por ello, algo que no sorprendería a ningún analista de la desigualdad. Aunque aquella carga siempre estuvo, nunca habíamos hablado tanto de nuestras lavadoras como hasta ahora, Tanto que hasta The New York Times ha dedicado especiales interactivos al asunto, como el dedicado a las madres trabajadoras que, ante su hartazgo por la carga mental, han creado una línea telefónica con el único ánimo de gritar y desestresar. The Primal Scream, lo llamaron, el grito primitivo ante una agonía que siempre estuvo ahí. Antes de la pandemia se calculó que el trabajo no remunerado por cuidados podría representar hasta casi el 50% del PIB en los países de altos recursos y hasta el 80% del PIB en los países de bajo recursos. El peso de este trabajo no cuantificado en la economía real de España es abrumador: hasta 426.000 millones de euros

La lucha por conseguir que el trabajo doméstico se cuantifique vuelve a ganar relevancia cuando el hogar se sitúa en el centro del relato vital y empujar así a una postal clara del estado de la cuestión. «La omisión de los servicios no remunerados de las amas de casa en el cálculo de la renta nacional distorsiona el panorama», escribió el economista Paul Studenski en su texto de 1958 The Income of Nations, donde concluyó que «el trabajo doméstico no remunerado debería incluirse en el PIB». Según el Fondo Monetario Internacional, a nivel mundial, las mujeres hacen tres veces más trabajo de cuidados no remunerado que los hombres. Ahora que el feminismo corporativo ha muerto y la épica de la #Girlboss ha muerto, ahora que el hogar vuelve a situarse en el centro del debate, la lucha por evidenciar estas carencias ha vuelto a la palestra y varias novedades lo certifican.

Póster de 1925. Foto: Getty

De la economía Doble X al elogio de las que gritaron que no trabajaban por amor

No todo es brecha salarial y cuota de mujeres en el IBEX. «Desde 2005, un flujo de datos sin precedentes está desvelando una realidad: en todas las naciones, la población femenina aparece marcada por un patrón característico de desigualdad económica, y en todas se repiten los mismos mecanismos que mantienen en su sitio los obstáculos existentes. Por todas partes, las barreras a la inclusión económica de las mujere van más allá del salario para englobar también la propiedad privada, el capital, el crédito y los mercados. Dichos impedimentos económicos, combinados con las restricciones culturales que suelen imponerse a las mujeres conforman una economía en la sombra que es única de las mujeres: yo la llamo «economía Doble X», escribe la teórica económica igualitaria Linda Scott en La economía Doble X (Temas de Hoy, 2021). El suyo es un extenso tratado, nominado por el Financial Times a mejor libro del año, sobre las desigualdades y el arrinconamiento de las mujeres en las tomas de decisiones económicas mundiales. También en las que no se consideran como tal y se ignoran para sostener el sistema.

En Por amor, no por dineroScott inicia su relato recordándonos que la historia ha probado que «una mujer no puede tener propiedades porque ella misma es una propiedad». Que todavía vivimos en un mundo en el que un padre obtendrá mejor precio por su hija si esta es joven, que una viuda deberá someterse a la práctica de la esposa heredada si quiere estar cerca de sus hijos, que un hombre ha de pagar al padre y casarse con la hija si la viola y que si un hombre quiere aumentar su producción, solo tiene que conseguir más esposas. Scott pone el foco en el tráfico de mujeres y en cómo las sociedades polígamas la han normalizado para tener mayor mano de obra gratuita, siempre femenina, claro.  También en cómo el trabajo doméstico ha sido un sistema de explotación y control.

Sobre las luchas y la voluntad de crear un salario doméstico para las amas de casa también escribe el filósofo Eudald Espluga en su ensayo Las mujeres no trabajan por amor compilado en la reciente antología Rebeldes (Lumen, 2021), donde rescata el movimiento de Silvia Federici y de las feministas italianas en los setenta para conseguirlo. También de las dificultades y las trabas para normalizar un debate que ahora empieza a normalizarse. Espluga recuerda el caso de Mary Inman, que fue expulsada del Partido Comunista en 1949 por considerar a las amas de casa como miembros de la clase obrera por derecho propio y exigir que su labor estuviera igualmente retribuida. Federici montó en Padua el Comité para el Salario Doméstico, que se asentaba sobre tres bases de trabajo: acabar con el trabajo no remunerado de las mujeres para cambiar las relaciones de poder, exponer cómo la izquierda marxista nunca se había querido enfrentar a la explotación de las mujeres y demostrar que las mujeres pueden poner en crisis la acumulación de capital por parte de la clase dirigente si reclaman un trabajo remunerado bajo sus parámetros económicos. «Si gran parte del feminismo hegemónico está empezando a ver con buenos ojos la propuesta de un salario doméstico se debe al legado pedagógico de estas activistas, que con su compromiso abrieron un nuevo imaginario para pensar el trabajo del hogar como una forma fundamental de explotación capitalista y no como un efecto colateral del sistema», recuerda Espluga.

Una de las protestas de los años setenta, en los que se reclamó el salario doméstico para las amas de casa. Foto: Getty

Adiós, debate del salario para el trabajo doméstico. Hola, «doble jornada» laboral

Quien también rescata la idea de un salario doméstico en la actualidad es la académica de género de la Universidad de Duke Kathi Weeks, que En el problema del trabajo, el ensayo que publicó en 2011 y que ahora edita Traficantes de sueños analiza por qué el feminismo enterró el debate sobre el salario para el trabajo doméstico: «En parte, esto se debió a factores externos: en los años ochenta, muchas teóricas habían pasado a temas fundamentados en marcos diferentes. Lo más notable es que el análisis materialista había pasado al terreno de la economía del cuerpo y la preocupación por la fuerza constituyente de las prácticas laborales dio paso a un creciente interés por el lenguaje, el discurso y la cultura como fuerzas que moldean las vidas de los sujetos generalizados». Dicho de otra forma, el feminismo de índole más marxista quedó «eclipsado» por la popularidad enfoques postestructuralistas. El debate del salario doméstico se apagó y aparecieron nuevas formas de denuncia que obviaban la capitalización y evidencia de cómo los cuidados sostienen al sistema para centrarse en focos de otra índole.

Con la incursión y normalización de la mujer en la esfera trabajadora, apartada de la reclusión en la esfera hogar, el feminismo encaró esta doble realidad bajo otros prismas. Capitán Swing rescata oportunamente ahora La doble jornada: Familias trabajadoras y la revolución del hogarun estudio de Arlie R. Hochslild y Anne Machung que se llevó a cabo en los años setenta y ochenta con entrevistas a medio centenar de parejas para observar la brecha de ocio que había en las parejas heterosexuales. Ellas también trabajaban, pero se hacían cargo de la mayoría de responsabilidades en el hogar y del cuidado de sus integrantes, una situación que derivaba a tensiones, reproches, falta de deseo sexual y de sueño.

A ninguna de estas académicas e investigadoras les sorprende comprobar cómo, medio siglo después, la tónica y dinámicas siguen siendo las mismas. Llegó una pandemia y nos tuvo que encerrar en el hogar para hacernos entender que seguimos igual. Basta con leer con uno de los poemas que Hochsild rescata en La doble jornada tras publicar su estudio, publicado por una lectora del Dallas Morning News, Shawn Dickinson Finley y que más que escribirse en los 80 no chirriaría en ninguno de nuestros muros de Instagram:

Llega el fin de semana. Me gustaría descanasr. 

Pero és está cansado del trabajo y necesita reposar. 

Así que encárgate de todo, ¿vale cariño?

Mientra él ve la tele y bebe litros de cerveza. 

Por fin he terminado, he hecho todo lo que debía. 

De modo que buenas noches. Tengo que darme prisa 

para irme a la cama y soñar

con el dieciocho por ciento que ayuda a limpiar 

25 de julio de 1975: Silvia Frederici y Judy Ramirez, miembros del ‘Power of Women Movement’ y organizadoras de la campaña por el salario doméstico.

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