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Naja Marie Aidt: «Es un mito pensar que cuando un hijo muere ayuda mirar sus fotos. Es más bien una tortura»

Tras la muerte accidental de su hijo de 25 años, la autora explora en el devastador ‘Si la muerte te quita algo, devuélvelo’ (Sexto Piso) el duelo desde su prisma y el de otros artistas que también sufrieron pérdidas familiares repentinas.

Naja Marie Aidt.
Naja Marie Aidt.

La noche del sábado 14 de marzo de 2015 el hijo de la poeta y autora Naja Marie Aidt falleció tras caer de la ventana de su piso por una psicosis inducida por la ingesta de setas alucinógenas que él mismo había comprado y cultivado en su piso. «En medio de su psicosis se desnudó, abrió la ventana, cogió carrerilla y saltó hacia la noche», escribe Aidt en Si la muerte te quita algo, devuélvelo, un devastador tratado sobre el duelo que edita ahora Sexto Piso con traducción de Blanca Ortiz Ostalé. Apoyándose en un estilo fragmentado que le permite no tener que dar coherencia a un dolor inimaginable, la autora nacida en Groenlandia pero crecida en Dinamarca traza una sentida crónica crónica familiar que mezcla recuerdos y reflexiones personales con las de otros artistas que también sufrieron pérdidas abruptas y escribieron sobre ellas (Mallarmé, Joan Didion, Anne Carson, Denise Riley o Nick Cave, entre otros). Enviamos un cuestionario a la autora por correo electrónico y esto fue lo que contestó:

Normalizas en tu ensayo el derecho a sentir rabia y parálisis frente al duelo. Es interesante que lo hagas, porque culturalmente se ha extendido la idea de que una mujer/madre solo tiene permitido sentir una rabia no violenta, una que no traspase su dignidad. ¿Era crucial para ti expresar esa rabia?

Sí, porque la rabia también es común en el duelo de mujeres y madres. Tienes razón cuando se habla de la rabia como un sentimiento «no deseado» en el duelo femenino. De las mujeres se espera una pena ‘limpia’. Solo se les permite exhibir el dolor con lágrimas silenciosas, aunque el caos de ese dolor sea un verdadero caos, uno que involucra y mezcla sentimientos y emociones que son impactantes, nuevas, desconocidas y aterradoras.

La ira aparece más tarde en el proceso de duelo: ¿cómo pudo suceder esto, a quién puedo culpar? La necesidad de culpar a alguien o algo por una cosa que carece de sentido es muy humana, creo. O puede ser una expresión de soledad y la sensación de estar aislada del mundo y de otras personas que simplemente están viviendo su vida ordinaria, sonriendo y riendo, mientras la persona en duelo ha perdido su centro, su identidad, su normalidad. Recuerdo enfurecerme cuando la gente hablaba de lo bien que les estaba yendo a sus hijos. Su felicidad era como una espada atravesando mi corazón, recordándome la vida que mi hijo no iba a vivir, recordándome mi increíble pérdida. La ira y la rabia son sentimientos humanos normales, como la alegría y la tristeza, y creo que es importante permitirse a uno  mismo y a los demás tener cualquier sentimiento que sea natural en un estado de desesperación. Si obtienes ayuda, apoyo y amor, irás más allá de la rabia y tu pérdida y dolor encontrarán un lugar tolerable en tu alma para que puedas vivir en paz con ellos, aceptar de alguna manera esa pérdida aunque parezca imposible al principio.

¿Cómo te ayudó la lectura y estudio de otros autores respecto al duelo? 

Busqué todos los libros sobre el duelo que pude encontrar. Ese proceso me ayudó a entender mi nueva vida, darme cuenta de que no estaba sola, que no era la primera en experimentar esta condición aterradora e insoportable con estos sentimientos abrumadores. El poeta francés Stephane Mallarmé fue el escritor con el que más conecté. Cuando leí el libro A Tomb for Anatole, una colección de fragmentos desesperados escritos justo después de la muerte de su hijo de 8 años, fue como mirarme en un espejo. Había empezado a escribir mi libro y Mallarmé me convenció de que la forma incompleta, fragmentada y no perfecta era la única posible. Ya lo sabía, porque eso era todo lo que podía hacer, pero Mallarmé me demostró que era un camino transitable y verdadero. Sus fragmentos son desgarradores. A veces se detiene en medio de una oración sin poder terminarla. Como yo, estaba escribiendo en un estado de dolor crudo y nuevo. Cuando estás totalmente destrozada y has perdido la fe en todo, incluso en el lenguaje, incluso en ti misma y en la vida como tal, los fragmentos de dolor y desesperación son la única forma de, al menos, intentar expresar un poquito de esta completa oscuridad que tienes y a la que te han lanzado.

«PIENSO CON DESPRECIO EN LA GENTE QUE ESCRIBE SOBRE LA MUERTE QUE COQUETEA CON LA MUERTE PINTA LA MUERTE», escribes, gritando, en mayúsculas, sin coger aire y obviando cualquier signo de puntuación en un fragmento que desprende cólera. ¿Sigues enfadada frente a quienes fetichizan la muerte en el arte?

Sabes, he estado escribiendo sobre la muerte desde que era joven como tantos otros escritores, pero de repente tuve que comprender la diferencia que hay entre imaginarla y vivir con ella todos los días. Tuve que sacar fuerzas para entenderla a un nivel mucho más profundo del que tenía antes. Leer poemas románticos o sentimentales sobre la muerte se convirtió en una pesadilla, ¡me enfurecía! Odiaba cada línea y también despreciaba mi propia poesía del pasado. Sentí como si me hubieran quitado una cortina de la cara y ahora estaba mirando directamente a los ojos de la Muerte. Ya no odio esos poemas. Simplemente creo que son ingenuos y no tienen nada que ver con la realidad.

Tres días antes de la muerte de Carl la mayor parte de tus recuerdos sobre él ardieron en un incendio. Escribes sobre cómo Joan Didion pudo escribir en Noches azules sobre los vestidos infantiles de su hija, pero tú te quedaste sin ninguna foto infantil a la que regresar. ¿Duele más un duelo sin recuerdos físicos a lo que agarrarse?

Bueno, sí y no. Lo más extraño de todo es que no podía casi mirar las fotos de Carl. Solo de pensar en cuando era un niño o un bebé me hizo llorar horas, así que guardé las pocas fotos que me quedaron en un armario durante bastante tiempo. Era demasiado doloroso mirarlas. Al mismo tiempo, me sentía culpable por rechazarlo, lo que era ridículo porque pensaba en él constantemente, día y noche. Estuvo presente en mí en todo momento, con o sin fotos. Todavía guardo las cosas que dejó en un armario, pero tengo dos fotos de él en mi escritorio. Me he acostumbrado a mirarlas, pero si alguien me enseña otra foto que no había visto antes, me abruma el dolor. Creo que es un mito eso de que cuando muere un ser querido, y especialmente si es un niño, se impone esa necesidad de sentarse en su habitación a mirar fotografías. Eso, la mayoría de veces, es una tortura. Me encantaría tener más cosas de la infancia de Carl, especialmente sus dibujos, notas y fotos suyas. A medida que pasan los años, estoy mejorando en recordarlo con alegría, y no solo con tristeza. Es un viaje muy largo, probablemente dure toda mi vida.

Recoges las palabras de C. S. Lewis: «Nadie me había dicho nunca que la pena se viviese como miedo. Yo no es que esté asustado, pero la sensación es la misma cuando lo estoy». ¿Así la has sentido?

Sí, es tal cual. El miedo y la ansiedad invadieron mi vida durante el primer y segundo año, o aquello, al menos, se sentía como miedo. Creo que pasa porque el cerebro y el cuerpo están tratando de afrontar y comprender lo que ha sucedido: la sensación de estrés de alguna manera, la conmoción. Ha pasado lo impensable, lo único que siempre temí más, como cualquier otro padre. Ocurrió. No podía entenderlo, era demasiado para procesar. Recuerdo tener miedo de que ocurriera otra catástrofe. Cada vez que mis otros hijos o mi marido llegaban tarde, básicamente pensaba que estaban muertos. Cuando no podía comunicarme con ellos por teléfono, pensaba que estaban muertos. Fue muy estresante.

Hablas de la «hamartia» (un término de la poética de Aristóteles que se refiere a un error trágico o fatal) sobre la muerte de Carl y recuerdas en el libro el caso del hijo de Nick Cave, Arthur, que falleció de una forma similar. ¿Te has sentido identificada con los textos de Nick Cave y su arte tras vivir, también, esa tragedia?

Sí. Vi el documental en cuanto salió. De nuevo, fue como verse en un reflejo. Todavía lo siento así y reconozco todo lo que se dice en él. Es una película muy poderosa. Su música todavía me hace llorar. Es tan hermoso y… cómo lo podría expresar, verdadero, profundo. Le admiro por hacer sus Red Hand FIles, su escritura sobre el duelo y el amor, ayudando a otros a llevar su duelo, respondiendo sus cartas. La necesidad de buscar respuestas, de ayudar a los demás es algo en lo que me recnozco. Me he comunicado con muchísimas personas en duelo por email y por redes sociales desde que mi libro se publicó. Viajar por el libro, hablar y compartir con otras personas ha sido un proceso muy sanador. Daba sentido a las cosas cuando nada tenía sentido ya. Sabes, como si esta experiencia horrible pudiese tener algún tipo de sentido. He intentado dar algo a cambio, simplemente, como también intenta Nick Cave.

En tu escritura el duelo se expresa, fragmentado, en un espacio en el que parece que el tiempo y la noción de no-tiempo colapsan de forma simultánea.

Sí, así es exactamente como se sintió. Un colapso tanto del tiempo como de la atemporalidad. El libro de Denise Riley El tiempo vivido, sin su fluir describe eso de manera muy precisa. Lo cito en mi libro. Explica lo que ocurre con la concepción del tiempo después de la muerte de un niño y lo hace de una manera muy profunda y poética. Una vez más, leer su libro fue como un espejo para mí. De una manera extraña, solo existes en el ahora. El ahora mismo. Tu pasado se fue, tu futuro se fue. No puedes recordar tu pasado y no puedes imaginar tu futuro. Estás atrapado en un doloroso ahora, el único tiempo que queda. De alguna manera está atrapado en el tiempo detenido de tus seres queridos muertos, un no-tiempo, y como él o ella ha perdido su pasado y su futuro,  tú también lo has hecho. Cuando lo pienso ahora, creo que es bastante hermoso. Sentimos esta solidaridad con los muertos. Los reflejamos instantáneamente, naturalmente, no es una elección que hacemos, simplemente sucede. Sucede porque los amamos. No podemos imaginar la vida sin ellos, así que los seguimos un rato en su tiempo detenido.

Después de escribir este libro, ¿sentiste que algo había sanado en tu interior?

No, escribir no es una terapia para mí. ¡Cuando eres un escritor profesional, pierdes la oportunidad de escribir terapéuticamente! Fue una forma de intentar comprender lo que sucedió, de describirlo. Una forma de enviar un reportaje literario desde el lugar más oscuro. Después de escribir el libro, me sentí extremadamente deprimida y vacía. No podía hacer más por Carl, ¿entonces qué? Una gran nada enorme. Tuve que ir a terapia de duelo para tratar de curarme un poco. Trabaja en los flashbacks y las experiencias traumáticas. Fue muy desagradable y difícil, pero me ayudó. Me llevó a un nuevo lugar de aceptación. No puedes vencer a la Muerte –Aidt la escribe, así, con capitular, en su respuesta–. ¡Ni siquiera puedes discutir con la Muerte! Puedes gritar y gritar, puedes llorar hasta el cansancio, pero no puedes traer de vuelta a los muertos. Suena loco, pero se necesita tiempo para comprender y aceptar ese hecho obvio. Una vez más, comprender algo intelectualmente y vivirlo en realidad son experiencias completamente diferentes. Como cuando una niña entiende que la gente aparentemente se enamora, pero luego ese niña crece y se enamora y lo entiende a su manera. O cuando imagina dar a luz en comparación con dar a luz en realidad. La forma en que experimentan nuestros cuerpos es totalmente diferente de cómo lo hace nuestro cerebro. Aprendí y me di cuenta de eso de la manera más difícil.

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