_
_
_
_
_

¿En qué momento decimos que Maradona era un supuesto maltratador?

El futbolista falleció un 25-N y puso sobre la mesa el debate sobre cómo llorar a los ídolos acusados de violencia de género.

Maradona y Claudia Villafañe, en su boda el 7 de noviembre de 1989.
Maradona y Claudia Villafañe, en su boda el 7 de noviembre de 1989.Getty

La casualidad hizo que Diego Armando Maradona falleciese en 25 de noviembre, el Día Internacional Contra la Violencia de Género. Es la tercera vez en lo que va de año que la opinión pública se enfrenta al mismo dilema. Ocurrió con Kobe Bryant, que semiadmitió en 2003 un caso de violación del que existía evidencia de ADN –dijo que hubo sexo, pero lo creyó consensuado y el asunto se dirimió fuera de los tribunales–. Volvió a pasar hace unas semanas cuando falleció Sean Connery, que fue acusado de maltrato por su primera mujer, Diane Cilento, y tenía ideas muy concretas sobre cuándo y cómo conviene pegar a las mujeres (cuando no queda otro remedio; con la mano abierta), y ahora de nuevo con Maradona. ¿En qué momento es decoroso mencionar que el héroe tenía una pulsión violenta hacia las mujeres?, ¿es suficiente hablar simplemente de “luces y sombras”?, ¿puede una violación o una serie de agresiones reiteradas archivarse como una sombra biográfica, como si se tratase de un caso de fraude fiscal?, ¿hasta qué punto define la vida de una persona haber ejercido la violencia contra las mujeres o puede considerarse un detalle anecdótico?

A diferencia que en los casos de Bryant y Connery, en los que aquellos episodios eran relativamente desconocidos para el gran público o se habían olvidado ya, en la biografía de Maradona estaban bien frescos en la memoria colectiva, tanto como sus borracheras públicas o sus jugadas más famosas.

En 2014, su expareja Rocío Oliva acusó a Maradona de golpearla y circuló un vídeo en el que se le veía claramente haciéndolo. 

El año pasado, su expareja y madre de dos de sus hijas Dalma y Giannina, Claudia Villafañe, le acusó de violencia psicológica en la Oficina de Violencia Doméstica de Argentina. Según su abogada, Elba Marcovecchio, Villafañe, que se separó de Maradona en 2003, nunca había querido querellarse contra el padre de sus hijas, pero alcanzó un momento de hartazgo por el acoso de su ex y de los seguidores de este en las redes sociales. Maradona también murió con casos pendientes de sexo con menores: la demanda de paternidad por parte de su hijo putativo Santiago Lara quedó archivada como pedofilia en Argentina porque la madre de Lara era menor de edad cuando Maradona la dejó embarazada. En marzo pasado también se filtraron fotos del exfutbolista en Cuba con dos chicas desnudas que podrían ser menores. Si bien no los detalles –es fácil perderse con semejante biografía–, todo esto sí estaba en el archivo mental del público medio. Por “Maradona”, a todo el mundo le viene “maltratador”, junto a “ídolo”, “problemático” y otros. La cuestión es qué importancia se le da a eso en el debate público.

Un ejemplo claro de esta contradicción fue la publicación, muy criticada , en la cuenta de Twitter de Izquierda Unida, tras conocerse la noticia de la muerte, expresó su dolor con un emoji del puño en alto y un “hasta siempre, comandantes”, al que se añadía la foto de Maradona y Fidel. El futbolista viste una camiseta del Che.

Una hora más tarde, y empujado quizá por la cantidad de comentarios que señalaban la efeméride –“¿le estáis rindiendo homenaje a un maltratador el Día Mundial Contra la Violencia de género? Le estáis rindiendo homenaje a un maltratador el día mundial de la violencia de género”– el mismo community manager publicó otro tuit: “Nos ha dejado un símbolo, pero no podemos olvidar, y menos el #25N, los oscuros episodios de su vida relacionados con la violencia machista”.

Ese tipo de dinámica de pivote (ídolo sí, maltratador también) es la que han ido adoptando en este duelo público descomunal muchas voces asociadas al ámbito de la izquierda, que siempre ha tenido a Maradona por uno de los suyos por salir de la pobreza extrema, apoyar el comunismo cubano y causas como la palestina. Algunos trataron de integrar un todo en uno (las contradicciones, las luces, las sombras) tirando de lírica y elipsis, como Íñigo Errejón: “Va mi homenaje a un tipo diferente. Que hizo soñar a un pueblo, y luego a un planeta. Que siempre peleó por aquello que creyó justo. Que fue imperfecto, como nosotros. Y que llevaba a Argentina y a los humildes en la sangre. De qué planeta viniste. Y en qué planeta estarás, Diego”. Y otros ni siquiera llegaron a eso. El vicepresidente Pablo Iglesias colgó una canción de su grupo fetiche, Los Chikos del Maíz, y la famosa oración a Maradona que parafrasea el Padrenuestro: “Diego nuestro, santificada sea tu zurda, Dios no está en el cielo, se recupera en Cuba. Diego nuestro, barrilete cósmico divino, Dios lleva el 10 a la espalda y es argentino”. Y añadía, también con emoji del puño: “Gracias por tantos momentos de felicidad. Hasta siempre”. Iglesias comparte tono estilístico con el presidente francés, Emmanuel Macron, famoso por los largos obituarios que le gusta escribir en ocasiones señaladas. En el que ha dedicado a Maradona le afea su defensa de Castro y Hugo Chávez pero no su ejercicio de la violencia.

Todos ellos han recibido respuestas de usuarios, casi siempre mujeres, señalando la omisión.

El autoproclamado azote de la izquierda posmoderna, Daniel Bernabé, autor de La trampa de la diversidad y La distancia del presente (ambos en Akal) razona, también en su Twitter, que es “perfectamente comprensible” que las feministas destaquen el historial de violencia de Maradona –la pregunta es ¿solo las feministas tienen que hacerlo?, ¿no habíamos quedado que la violencia de género nos afecta a todos?, ¿hasta cuándo tienen las feministas que actuar de first responders, de bomberas de la moral en el lugar del accidente, cada vez que ocurre esto?– pero Bernabé no entiende que se atribuya la categoría de cómplice a quienes señalan su naturaleza de icono. Además, contraataca: “El propio feminismo también aplica esta mitificación icónica. ¿Qué se dice del episodio de Beauvoir y la plana mayor posmo defendiendo la pederastia? Pues en general se obvia, entiendo, porque pesan más otras facetas de vida y obra”. Bernabé se refiere, entendemos, a la carta que Simone de Beauvoir, Jean Paul Sartre y muchos otros intelectuales franceses firmaron en 1973 por la liberación de tres acusados de “actos lascivos” con niños de 13, 14 y 15 años.

Otra arma dialéctica que se suele esgrimir contra quien señala el pasado violento de los fallecidos es una vieja amiga en las discusiones políticas, la “superioridad moral”. ¿Acaso no es humano idolatrar a seres imperfectos? La invocó el politólogo y jurista Edu Bayón: “La superioridad moral de algunos comentarios sobre Maradona ignoran la trascendencia social de su figura, además de reducirla al fútbol. Al fin y al cabo, muchos piensan que solo es emancipadora y transformadora la obra de escritores, músicos o pintores drogadictos y burgueses”. En este caso el debate se desvía, enmarcándolo en un fútbol versus arte.

Aunque esto puedan parecer microdebates en el seno de la izquierda tuitera, que ha podido aprovechar para introducir la cuestión Maradona en su eterna discusión –identitarismo o conciencia de clase, como si solo se pudiera escoger uno, o como si la violencia de género fuera una cuestión identitaria–, muchas versiones micro de este diálogo se fueron reproduciendo en ámbitos privados, en las casas y en las conversaciones de whatsapp, en las que muchos (muchas) no se atrevían a interrumpir el aluvión de memes luctuosos de sus amigos con un aguafiestas “ya, pero era un maltratador”.

En el debate público hablar “mal” de los muertos es algo que va en contra de casi cualquier tradición, de la costumbre y del instinto. Escuece y se considera un detalle de mal gusto y una falta de respeto al duelo. Sin embargo, nadie se despidió de Margaret Thatcher sin olvidarse de que dividió a su país –aquí la necrológica de The Guardian, que debió ser pulida 200 veces antes de publicarse– y nadie rememorará a Henry Kissinger el día que se muera sin mentar Suráfrica, Chile, Argentina. Pero eso son actos (para algunos, crímenes) cuya pertenencia a la esfera pública no se discute. En cambio, cuando hablamos de violencia de género en el contexto de una necrológica, muchos vuelven a incluirla en la esfera de la que creíamos que la habíamos sacado en la última década, la doméstica, la menor. La que aparece en el último párrafo, en el segundo tweet, o no aparece.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_