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La plaga de los hombres que interrumpen a las mujeres

Un informe asegura que Donald Trump corta sin descanso a Theresa May en sus llamadas telefónicas. El presidente de los EEUU se une al fenómeno universal de hombres que callan a su interlocutoras.

Donald Trump y Theresa May en una foto en Bruselas en 2015.
Donald Trump y Theresa May en una foto en Bruselas en 2015.Getty (AFP/Getty Images)

Donald Trump tiene paciencia para escuchar por teléfono a Theresa May unos 5 o 10 segundos de media…. antes «de interrumpirla y adentrarse en otro de sus monólogos». Esta anécdota, vista en el informe que publicó hace unos días Bloomberg sobre las tensas relaciones políticas entre EE UU y Reino Unido, coloca al presidente de EE UU en primera línea de la irreductible hinchada del manterrupting, un fenómeno universal e interseccional que sí entiende de género pero no de raza o estrato social. ¿De qué se trata? Básicamente, de hombres interrumpiendo a mujeres. Para practicarlo tampoco se necesita un escenario particular: se puede dar en formales reuniones laborales en las que las mujeres son superadas en número por hombres, en comidas familiares o en un vis a vis  en el ámbito privado. Trump interrumpe a May por teléfono. Eduardo Inda a Irene Montero en televisión. Kanye West a Taylor Swift en los Grammy. La senadora Kamala Harris lo padece, insistenteme, con cualquiera de sus colegas masculinos en el Senado de EE UU.  El manterrupting es una auténtica plaga de señores sin complejos y sin vergüenza, encapsulados en ese «déjame interrumpir tu conocimiento experto con mi confianza en mí mismo» que dibujó recientemente Katzenstein para el New Yorker.

El fenómeno está tan extendido que ya hay hasta un app (Woman Interrupted, mujer interrumpida) que contabiliza cuantas veces se calla a una fémina en una reunión con personas del género opuesto. Los interrumpe-mujeres usan esa ecuación que combina el mansplaining de Rebecca Solnit (señores que tratan con condescendenica paternalista a las mujeres cuando les explican cosas que ellas ya sabían previamente y probablemente mucho mejor que ellos) y el broppropate (acto de llevarse el crédito por una idea que ha expresado previamente una mujer). En la reciente The Post, una escena lo ilustra a la perfección: Katharine Graham (Meryl Streep), para evitar disgustos en esas reuniones plagadas de ‘manterrupters’, hace memorizar a un subordinado (masculino) sus propias ideas para que después él las verbalice y así pueda tener el beneplácito y aceptación del resto de presentes.

Eso eran los coletazos de los 60 y los tiempos han cambiado, dirán algunos, pero la teoría la ratifica y moderniza, sin apenas cambios, la propia Sheryl Sandberg. La CEO de Facebook denunció en 2015 las penurias de ser mujer y hablar en un mundo de hombres: «Lo hemos visto una y otra vez. Cuando una mujer habla en un entorno profesional, camina por la cuerda floja. O apenas se le escucha o será juzgada como demasiado agresiva. Cuando un hombre diga exactamente lo mismo, las cabezas asentirán aprobando su idea. En consecuencia, las mujeres han decidido que hablar menos es mejor». Sandberg citaba en su ensayo de The New York Times diversos estudios en los que se prueba que las mujeres tienden a participar menos en las reuniones de trabajo porque a ellas se las penaliza más socialmente por dar su opinión en público o, simplemente, dedicar el mismo tiempo a ofrecer su opinión que sus compañeros masculinos  (Who Takes the Floor and why, 2012). El estudio Can angry women get ahead? concluyó que los hombres que se enfadan son recompensados pero que las mujeres que también lo hacen son percibidas como incompetentes e indignas del poder.

Jessica Bennet, que se inventó el término en Time en 2015, ofrecía varias soluciones para acabar con esta lacra, aunque las resume a la perfección la escritora Soraya Chemali con 10 palabras: «Deja de interrumpirme. Acabo de decirlo. No hace falta explicarlo». O como Katharine Graham lo soluciona en The Post : «Mi decisión sigue estando tomada. Y me voy a la cama».

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