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La guapa y la rara de ‘Los Goonies’: cuando los personajes femeninos importaban poco en la trama

Desde los primeros acordes de la película que marcó a una generación queda bien claro que la peripecia va a ser cosa de chicos.

Los Goonies (1985) es una de esas películas que marcaron a toda una generación. Su influjo continúa presente en nuestros días, quizás porque los que fueron niños en los ochenta y crecieron con ella son los que ahora se encuentran al frente de los nuevos proyectos audiovisuales. Cosas de rentabilizar la nostalgia.

Lo cierto es que, como mecanismo narrativo, el guion escrito por Chris Columbus sobre una idea de Steven Spielberg resultaba demasiado irresistible: apelaba al espíritu aventurero, había mapas de un tesoro, laberintos subterráneos repletos de trampas que parecían un parque de atracciones, malos que perseguían, monstruos buenos y la posibilidad por un día de convertirte en pirata. También apelaba a la idea de compañerismo, de pandilla, de trabajar en equipo, de pasarlo bien antes de que entraran en juego las nuevas tecnologías y los niños se ensimismaran con las pantallas.

En ese momento, no pareció un problema que cada uno de los niños que formaban parte de la pandilla de los Goonies correspondiera a un arquetipo muy codificado, incluso caricaturizado, véase al niño con sobrepeso al que denominan ‘Gordi’ o al asiático-americano, Data, que constituía una constante fuente de gags porque no sabía hablar bien.

¿Y qué hay de las chicas? Eran dos, Andy (Kerri Green), la guapa, y Stef (Martha Plimpton), la nerd. La primera iba ataviada con una minúscula falda plisada, porque ejercía de cheerleader y la segunda llevaba el pelo corto, pantalones y gafotas. El icono infantil sexualizado y su reverso estigmatizado.

Las dos actrices estaban dando sus primeros pasos dentro de la industria. Tenían entre 17 y 15 años cuando rodaron la película a las órdenes de Richard Donner. Y puede que sea una paradoja del destino, pero la guapa Kerri Green no logró despegar (las malas lenguas aseguran que por culpa de Charlie Sheen, con el que compartió varias películas), mientras que la ‘rara’ Martha Plimpton (que, por cierto, era miembro del clan Carradine) se hizo un hueco en el cine independiente y su noviazgo con River Phoenix la convirtió en icono de moda, aunque siempre fiel a su estilo andrógino con el pelo muy corto o incluso rapado.

Desde los primeros acordes queda bien claro que la peripecia va a ser cosa de chicos. Los Goonies son un grupo muy unido que además está dispuesto a vivir su gran última aventura antes de separarse ya que unos malvados especuladores pretenden expropiar a sus familias de sus casas cerca del puerto. El hijo de uno de esos hombres sin escrúpulos, Troy (Steve Antin), tampoco tiene muy buen fondo. Utiliza el espejo retrovisor para espiar la entrepierna de Andy y se pavonea frente a sus amigos diciendo que la tiene en el bote. El típico chulo que ya apunta maneras misóginas.

Reducida a un objeto de deseo por parte de Troy, Andy se sentirá atraída por Brand, el hermano mayor de Mikey (Sean Astin) interpretado por un novato Josh Brolin, que aparecía por primera vez en la pantalla haciendo pesas con uno de esos aparatos de los ochenta que invitaban a ponerse una cinta en la frente. Tenía, al igual que Kerri Green, 17 años.

En cualquier caso, ni el personaje de Andy ni el de Stef tienen demasiado peso en la trama. La principal línea argumental de la primera es conseguir darle un beso a Brand, lo que da pie a una serie de equívocos que son su principal reclamo hasta que tiene que tocar un piano de huesos para abrir la puerta que los conduzca al tesoro de Willy, el Tuerto. En cuanto a Stef, que pronto perderá las gafas en los túneles, se encargará de ser la voz de la conciencia de toda esa chiquillería en algún momento aislado, y poco más.

En realidad, ningún personaje resulta especialmente relevante, porque aquí lo importante es el poder del grupo. Sin embargo, el claro componente estereotipado que define a los dos personajes femeninos se perpetuará a lo largo del tiempo en las películas juveniles. ¿Cuál era el principal objetivo de la chica en una comedia teen de los ochenta? Besar al James Brolin de turno. Siempre habría una Andy obsesionada con el género masculino, y una Stef con un punto de repelente marisabidilla.

Tuvo que pasar un tiempo para que las mujeres se apoderaran del relato y se convirtieran en protagonistas de sus propias historias. Si tomamos como ejemplo la película Súper empollonas (2019), dirigida por Olivia Wilde, no encontramos ya ningún resquicio de la vieja escuela. Las protagonistas se embarcan en su propia aventura, lo mismo que ocurría en Rumores y mentiras (2010), en la que se ponía de manifiesto de forma específica el lastre que había supuesto la demonización social de la sexualidad femenina en este tipo de películas. Por fin los clichés, estaban para poder abandonarlos para seguir avanzando hacia una nueva sensibilidad en la que el cuestionamiento empieza a formar parte de nuestra idiosincrasia.

¿Que los personajes de los Goonies sean arquetípicos le resta mérito a la película? No tiene nada que ver con eso. Si algo sabía hacer Spielberg y su troupe en los ochenta era componer milimétricos artefactos de entretenimiento con escasas fisuras. ¿Que les interesaba poco el elemento femenino y que se convertía en una mera comparsa? Pues seguramente, sí.

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