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Miriam Toews: «Mi mayor arrepentimiento es no haber respetado la voluntad de mi hermana de quitarse la vida dignamente»

¿Y si tu adorada hermana solo quiere matarse? En Pequeñas desgracias sin importancia, Miriam Toews novela, con humor, las tragedias de su vida.

COLLAGE NOELIA RAMIREZ WEB

Miriam Toews (Steinbach, Canadá, 58 años) sabe cuál es su mayor arrepentimiento: “No haber acompañado a mi hermana a Suiza, como me pidió, para poder morir en paz, junto a quien más quería. No haber respetado su voluntad de quitarse la vida dignamente. Me parte el corazón que acabese suicidándose, sola, y de forma tan violenta”, cuenta, sincera, en conversación por Zoom desde su casa en Toronto. Pese a la seriedad del asunto, esta multipremiada escritora nos recibe con una charla ágil, rápida y elocuente, bromista y despierta; probando, una vez más, que una siempre acaba siendo como escribe.

Toews se muestra generosa con su tiempo pese a las semanas de intensa promoción que le esperan: por un lado, se estrena en el festival de Toronto —y en diciembre llegará a España—, Ellas hablan, la película que dirige Sarah Polley —y protagonizan Frances McDormand y Rooney Mara—, que adapta su novela en la que imaginó qué pasaría si las víctimas tomasen la palabra en el caso de las violaciones a 151 menonitas bolivianas que los hombres de su comunidad perpetraron mientras dormían, drogándolas con anestésicos para abusar de ellas entre 2005 y 2009. Toews no es ninguna intrusa en esa historia: hasta los 18 años vivió en una de esas colonias en Canadá, bajo una corriente protestante (anabaptista) que se muestra cerrada al progreso y suele asentarse en zonas agrícolas. “Ya he visto la película y estoy maravillada. Es increíble lo que Sarah ha hecho con la novela”, avanza.

Pero esa cinta no es el motivo de nuestra charla. Tras Complicada bondad (Anagrama, 2007) y Ellas hablan (Sexto Piso, 2020), otra de sus novelas acaba de ser traducida al castellano por Julia Osuna en Sexto Piso, Pequeñas desgracias sin importancia. Es, sin duda, su texto más personal. Lo escribió en 2014 para “sobrellevar el desorden tremendo” que supuso el suicido de su hermana. El 5 de junio de 2010, Marjorie —su hermana mayor, con la que se llevaba seis años—, una prodigiosa pianista a la que veneraba, se lanzó a las vías del tren y acabó con su vida, imitando el método que usó su padre para quitarse la vida unos pocos años antes.

Partiendo de un poema de Coleridge, Toews novela aquí su propia historia —el libro lo narra Yolandi, una escritora, lidiando con las tentativas suicidas de su hermana pianista, Elf— sorteando con ingenio el abismo. “Escribir es dar orden a mi vida”, argumenta, “además, a mi hermana le encantaban mis otros libros. Era mi primera lectora. Siempre me animaba a escribir en mis altibajos. Era mucho más que más mi consuelo y apoyo, era mi amiga. Necesitaba crear eso de nuevo”.

Este libro derrocha muchísimo sentido del humor.
Porque el mundo es un sitio divertido… y ridículamente trágico. Tenía que ser graciosa, escribir algo que hubiese hecho reír a Marjorie. Esta novela está escrita en el lenguaje con el que nos comunicábamos. Es algo que hacemos en mi familia. Hemos sufrido tanta tristeza, dolor y pérdida que necesitamos reírnos y convertirlo todo en una broma como forma de supervivencia.

En la novela, Elf le pregunta a Yolandi de qué va su próximo libro y responde: “De hermanas”. No le hace falta decir más.
Aquella que no tenga una hermana quizá no lo entienda, pero, para las mujeres, en este mundo opresivo en el que se impone el derecho masculino, cuando tienes una hermana, sabes quién eres. Hay solidaridad ahí. Obviamente, eso no excluye al conflicto, tensión, distanciamiento o tristeza. Pero si tienes una hermana, sabes que ahí tienes a otra con la que moverte por el mundo. Y sabes que siempre estará ahí.

Sus libros son una rebelión constante contra esa opresión, en este escribe: “Puede que los descendientes de la Estirpe Femenina no tengamos riquezas ni ventanas decentes en nuestras casas llenas de corrientes de aire, pero nos queda la rabia y construiremos imperios con ella, caballeros”.
La idea de la herencia es clave en las menonitas: solo los hombres —los hijos, los hermanos— heredan las propiedades y el dinero. Pero creo que es algo que no solo ocurre en estas comunidades aisladas y religiosas. Los hombres, por norma general, lo heredan todo. Por un lado, el poder es masculino. Por otro, es obvio que esa agencia y poder de las mujeres está en el corazón de todo lo que escribo. Crecí en una comunidad en la que se separaba mucho a los hombres y las mujeres, así que siempre estuve con las niñas. Hay cierto poder subversivo, real, en esa segregación que se nos impone: se genera un vínculo poderoso que aporta muchísima fuerza.

Yolandi dice que el “mayor enemigo de los menonitas es una chica con un libro” y enumera una lista de las “hermanas literarias” que le han permitido sobrevivir a la tragedia, ¿son las suyas?
Sí, absolutamente. Mi padre era profesor, éramos una anomalía dentro de la comunidad por no ser granjeros, y de niña, cuando me aburría, me decía: “¿Por qué no escribes algo, lo que sea?”. Siempre nos animó a leer historias de mujeres. Lo de las hermanas literarias viene de cuando mi hermana se fue a la universidad y empecé a robarle libros. Me colaba en su habitación y saqueaba su estantería: Alice Munro, Virginia Woolf, cualquier cosa que estuviese allí merecía mi atención. Si a mi hermana le acompañaban aquellas mujeres, ellas, por extensión, también eran mis hermanas.

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