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El síndrome de la mesa de los niños o cuando la soltería elegida es un problema

El estigma de la mujer soltera que no es tomada en serio permanece, haciendo que quienes adoptan este modo de vida resistan también frente a las opresiones de un sistema social y económico diseñado para parejas.

Woman flexing muscles in front of superhero shadow
Klaus Vedfelt (Getty Images)

“Que no quiero amor, no quiero amor. Quiero estar tranquila, felicidad, comer bien y hacer deporte. ¡Ya!”. Estas palabras, pronunciadas por Anabel Pantoja en Sálvame el día de San Valentín, desafiando los intentos del programa por explotar la narrativa amorosa tras su separación mientras un modelo disfrazado de Cupido golpeaba su cabeza con una flecha del amor, son lo que en el contexto de internet se viene a denominar un whole mood. Un estado de ánimo que abraza la soltería, en contra de los dictados sociales y de una economía aún concebida para la pareja y la familia bajo el prisma heteropatriarcal, y que presiona con más fuerza a las mujeres. Es la lucha contra el estigma de la persona fallida que no es tomada en serio porque no ha encontrado a ese otro, que quiere romper con la idea de que el vínculo íntimo con otra persona es lo que te completa, como explica en sus investigaciones la socióloga Eva Illouz, autora de Por qué duele el amor o El fin del amor: una sociología de las relaciones negativas (Conocimiento).

«Mientras los niños aprenden autonomía, las niñas aprenden apego. Las mujeres estamos socializadas para ser cuidadoras”, dice Illouz en el documental Singled Out, de las cineastas Mariona Guiu y Ariadna Relea, disponible en Filmin, que explora la soltería femenina en la era de la elección. “Las mujeres deben demostrar que se les da bien unirse a alguien y mantener a ese alguien unido a ellas; estar soltera significa que no se ha tenido éxito en esta definición de la feminidad”.

La mujer soltera que no es tomada en serio

Esa idea de fracaso que tradicionalmente se ha reflejado bajo el término ‘solterona’ no ha terminado de borrarse a pesar de que la palabra hoy se perciba con mayor facilidad con sus tintes misóginos. Como mujer soltera por elección en la treintena, encuentro en mi círculo inmediato y en mi propio historial una serie de vivencias que lo confirman. La naturalidad con la que aún en cualquier encuentro familiar, detrás del saludo, viene un “¿tienes novio?”; y tras el “no”, llega un inquisitivo “¿y eso por qué?”. Experiencias más extremas como la de Elena, de 37 años, que cuenta cómo hace unos años, en la boda de una de sus primas, la llegaron a sentar en la mesa de los niños porque no llevaba acompañante: «Me sentí desplazada, humillada e infantilizada, ahora intento evitar este tipo de eventos familiares». O las de la viñetista y activista antirracismo Quan Zhou, autora de Gente de aquí, gente de allí (Astiberri), que ha mostrado en sus viñetas lo interiorizada que dentro de su entorno familiar, de origen chino, está la máxima de casarse antes de los 30 para no convertirse en una de esas mujeres que en el país se denominan como sheng nu (mujer sobrante). “Si eres soltera de larga duración, que nadie te cuaja, puedes llegar a pensar que es problema tuyo, y más por esa idea que está metida tan adentro de que el fin que debes cumplir es casarte y reproducirte”.

En España, el 36% de la población está soltera —divorciados incluidos—, según datos de IPG Mediabrands en 2020. Y la tendencia, como reflejan las cifras del INE del mismo año, es vivir en solitario: 4,9 millones personas habitan solas en su domicilio, un 26,1% de la población española. Las causas son diversas: ya sea con intención reivindicativa, circunstancial, como consecuencia del creciente desencanto del amor romántico o, como explica a S Moda por teléfono Amparo Lasén, profesora de sociología en la Universidad Complutense de Madrid, “como respuesta racional a una situación social”; lo cierto es que la soltería es una realidad al alza.

“Existe esa expectativa social de la pareja, pero con la incorporación de la mujer al mercado laboral, que es quien tradicionalmente se ha encargado de los cuidados y el trabajo doméstico, surge la dificultad de conciliar”, apunta Lasén. “Hay entonces una toma de conciencia de que si tienes tu proyecto laboral, si tienes que trabajar, y teniendo en cuenta las demandas del mercado sobre la mujer, se da esta respuesta, esa resistencia a la expectativa de emparejarse o tener hijos”.

¿Estoy buscando pareja porque es el mandato social o la estoy buscando porque es mi deseo? Esta es la pregunta que dio pie a la pieza documental de Mariona Guiu y Ariadna Relea, Singled Out, mencionada anteriormente. Relea, que además es psicóloga, explica en conversación telefónica que se topaban con la siguiente realidad en su entorno: mujeres que habían llegado a donde querían a nivel laboral y personal, con amistades sólidas y que aun así, experimentaban “una pequeña insatisfacción por el hecho de no tener una pareja”. El documental cuenta la historia en primera persona de cinco mujeres de cuatro lugares distintos (China, Turquía, Australia y Barcelona) en torno a su soltería y los problemas que esta les genera respecto a su entorno, su deseo de ser madres y su propia autoexigencia. “Lo que vimos claro en todos los casos, a pesar de lo dispares que eran sus situaciones, es que hay una cuestión con la identidad femenina. Esta idea de feminidad ha colocado a la mujer como objeto de deseo y no como sujeto deseante, por eso si no consigue pareja es que hay algo malo en ella; algo que falla. Con el documental quisimos poner el foco en la mujer: ¿qué es lo que buscamos y deseamos nosotras?”, cuenta Relea.

La verbalización de ese deseo y su forma, ya sea a gritos en el programa de máxima audiencia de las tardes, como en el caso de Anabel Pantoja, o a través de reflexiones más reposadas, como la de la filóloga y copresentadora del podcast Puedo hablar!? Beatriz Cepeda (Perra de Satán en redes), se va amplificando. En varios de los episodios del programa que conduce junto a Enrique Aparicio (Esnorquel), Beatriz ha contado lo que explica también por teléfono a este medio: que durante muchos años ha vivido su orientación sexual y sus relaciones sexo-afectivas de manera opresiva por tratar de ceñirse a los modelos preestablecidos socialmente. “Me di cuenta a la vez de mi bisexualidad y de que me había forzado a mí misma a seguir el camino de las relaciones heterosexuales. En las relaciones tenía la sensación de que me esforzaba demasiado. No es que yo reivindique la soltería, es que el concepto de relación me resulta opresivo porque siempre me ha llevado a esforzarme para encajar. Como me ha pasado con ser gorda e ir a comprar ropa. Con las relaciones igual, toda la vida intentando encajar en un modelo y sin pensar que me puedo construir mi propia relación a medida”.

¿Dónde están las solteras en la ficción?

La falta de referentes aspiracionales en torno a la soltería femenina en la ficción también dificulta la posibilidad de dar en la tecla con ese deseo. “Ha sido difícil caer en referentes audiovisuales de este tipo”, cuenta María Castejón, historiadora especializada en cine y género y autora de Rebeldes y peligrosas de cine (Lengua de Trapo). “Partimos de la base de que toda mujer que esté sola se considera fracasada. En la ficción, estas mujeres solteras aparecen representadas como totalmente acabadas: beben, tienen la casa hecha un desastre y están en profesiones masculinizadas, como Sandra Bullock en Miss Agente Especial”.

Ni esa Jo March escritora, que en la primera escena del Mujercitas de Greta Gerwig escucha cómo el editor le dice que sus personajes femeninos tienen que acabar muertas o casadas, como menciona la periodista Mireia Mullor en un fantástico repaso por la incapacidad de Hollywood de dejar a sus protagonistas acabar felizmente solteras publicado en Elle. Ni la fascinante Samantha Jones, que acaba enamorándose contra la voluntad de Kim Cattrall (la actriz que le dio vida en Sexo en Nueva York). Ni la nueva tanda cinematográfica de las solteras treintañera alocadas y desastrito, como Fleabag o Sam, la protagonista de Single Drunk Female. Es difícil encontrar, incluso en textos o contenidos audiovisuales actuales, personajes femeninos en los que el sexo o el amor no formen parte de su narrativa.

Curiosamente, los hechos contradicen el cliché de los solteros solitarios y desastrados de la ficción. En un artículo publicado por la psicóloga e investigadora en materia de soltería Bella DePaulo en The Washington Post, recogido en LitHub, esta expone que es más probable que las personas solteras “apoyen, visiten, aconsejen y se mantengan en contacto con sus padres y hermanos” que las casadas, que tienden a aislarse en lo que denomina la “familia nuclear”. Su conclusión está alineada con el papel tradicional que las personas solteras han tenido en las comunidades. Ese “quedarse para vestir santos” que venía a indicar que —especialmente ellas— suplirían los cuidados familiares por los comunitarios, como bien explica la socióloga Lidia García en el episodio 14 de su podcast sobre copla y cultura pop ¡Ay, Campaneras!

Brecha económica y jurídica

Más allá del estigma, elegir la soltería es también enfrentarse a más gastos. La llamada tasa single hace referencia a ese gasto proporcional de más para los bolsillos de los solteros en materia de vivienda, suministros e impuestos. “La norma de la pareja exige que la díada íntima/sexual sea la unidad básica de la vida social”, escribe la socióloga Sasha Roseneil, coautora del ensayo The Tenacity of the Couple-Norm en una columna de The Guardian titulada Es hora de acabar con la tiranía del parejismo. “Esta opera a través de leyes y políticas que asumen y privilegian a la pareja, con innumerables impactos económicos en términos de acceso a beneficios sociales, pensiones, herencia y vivienda».

Esto se recrudece cuando hablamos de mujeres solteras que además toman la decisión de ser madres y serlo solas. “En todos los niveles de ingreso nosotras estamos pagando más impuestos y con mayor presión fiscal que el modelo de familia biparental”, cuenta Míriam Tormo, presidenta de la Asociación de Madres Solteras por Elección. Este grupo de mujeres, que lleva 15 años luchando por una ley de familia monoparental, denuncia la doble brecha a la que están sometidas. “Hay madres que renuncian a empleos o a su ascenso profesional para poder conciliar. Necesitamos corresponsabilidad en los cuidados por parte del Estado. Tenemos los mismos derechos en conciliación, vivienda, igualdad, salud y trabajo que los demás, pero nos regimos por un modelo que se remonta al franquismo que premia la biparentalidad, el matrimonio y a las familias numerosas”. Y a eso, se le suma en muchos casos el estigma de la soltería y de haber decidido emprender el camino por su cuenta: «Para colmo, cuando nos quejamos de la carga añadida o reclamamos estos derechos nos dicen, ‘¿pues no era esto lo que querías?».

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