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El año que criamos peligrosamente: ¿qué es eso de pasar tiempo de calidad con tus hijos?

¿Qué es el “tiempo de calidad” con niños ahora que nos hemos visto abocados a pasar todo el tiempo con ellos?

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Es solo un detalle más de los muchos que han cambiado en el paisaje de nuestras vidas: la desaparición de los abuelos y abuelas de los parques infantiles y de las puertas de los colegios. Nadie quiere exponer a los mayores a riesgos innecesarios y ese trabajo (de amor) no remunerado que ejercían ha recaído, también, en los padres y madres de las criaturas. Muy mayoritariamente en las madres. Lo dicen todos los indicadores como el estudio de la ONU analizando cifras de los 55 países más desarrollados, que contabiliza unos 30 millones de mujeres expulsadas del mercado laboral por ese motivo. Pero, sobre todo, lo puede confirmar al unísono cualquier chat de WhatsApp de madres exhaustas.

Nos pasamos años, décadas, lamentándonos de las pocas horas que el trabajo nos dejaba para convivir con los hijos, y el universo nos tenía preparado este regalo envenenado. Así que, encerrados en casa, una de las primeras cosas que se puso en evidencia fue la falacia del «tiempo de calidad». Las madres, que cargan además con la culpa atávica, llevan décadas repitiéndose ese mantra necesario para seguir adelante cuando apremian las obligaciones: mis hijos y yo pasamos poco tiempo juntos pero el que pasamos es «tiempo de calidad». A diferencia del tiempo de baratillo, este debía emplearse en hacer actividades sugestivas y estimulantes que potenciasen el vínculo y expandiesen los horizontes del niño. Talleres en museos, repostería en familia, construir torres de kapla, pasear por la naturaleza, todo eso contaba como «tiempo de calidad”. Ese es un concepto que excluye o minusvalora la cantidad de obligaciones que exigen los niños que no son siempre estimulantes ni divertidas y que tienen que ver con mantenerlos limpios, sanos, descansados y alimentados. Nadie goza de tanto «tiempo de calidad» como aquel que ha externalizado los cuidados básicos. Alberto Soler Sarrió suele ironizar sobre este concepto en sus Píldoras de psicología, los vídeos que cuelga en YouTube sobre crianza. En su opinión, la idea tiene parte de anestésico social. «Si tenemos a alguien que nos calma la conciencia diciendo que no pasa nada, que media horita de tiempo de calidad es suficiente, pues en cierto modo nos alivia», comentaba al respecto en una entrevista en El País. Desmitificada la calidad, quedaba la cantidad, 24 horas al día que pueden ser pocas o muchas, según se mire, y en las que ha habido que conseguir que quepan el trabajo, las clases telemáticas, los cuidados y todos los actos que componen la inabarcable intendencia familiar en una casa con niños pequeños y que además siempre es susceptible de crecer. Con razón hay quien afronta las alteraciones de la agenda con auténtico pavor. 

¿Qué recordarán los niños de este año extraño? Nos lo hemos preguntado continuamente. Ya hemos visto vídeos de bebés pandémicos en torno al año y medio que creen que todo es un dispensador de gel. Con la resiliencia que les reconoce la psicología infantil, casi todos se han adaptado a los nuevos códigos y seguramente tendrán un recuerdo idealizado del año en que más tiempo vieron a sus madres y padres, aunque los vieran de espaldas, en el ordenador, diciéndoles: ponte uno
más de los PJ Mask en el iPad y ahora voy a hacerte caso. «Tiempo de realidad», habrá que llamarlo .

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