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Cate Blanchett o por qué muchas mujeres prefieren que les llamen actor y poeta antes que actriz y poetisa

La intérprete australiana ha defendido el término que considera genérico por encima del específico para mujeres. En España el debate se centra en las palabras poeta y poetisa.

Whoopi Goldberg y Cate Blanchett han reivindicado el vocablo inglés 'actor' para referirse a ellas; Gloria Fuertes, el español poeta.
Whoopi Goldberg y Cate Blanchett han reivindicado el vocablo inglés 'actor' para referirse a ellas; Gloria Fuertes, el español poeta.getty / gtres / s moda
Javier Caballero

Hace dos semanas, el Festival de Berlín decidió eliminar la diferenciación de géneros en sus premios y aglutinar en uno único las interpretaciones masculinas y femeninas. La discusión se centró en su nombre, Best Actor (Mejor actor), término que en inglés se considera válido tanto para mujeres como hombres. El equivalente español que usaremos para que se entienda esta neutralidad de género será intérprete.

La actriz Cate Blanchett atajó la polémica durante el reciente Festival de Venecia, en el que ejercía de jurado. «Siempre me he referido a mí misma como intérprete (actor en la declaración original en inglés)», respondía a la pregunta. «Pertenezco a la generación en la que la palabra actriz se usaba casi siempre de forma peyorativa. Por tanto, reclamo el otro espacio». Para demostrar su teoría, preguntó a los periodistas italianos si existía un equivalente femenino para la palabra maestro. La respuesta, claro, era no.

Blanchett no es la primera en posicionarse en contra de ese término en inglés. Su compañera de profesión Whoopi Goldberg aseguró en una entrevista con The Guardian: «Una actriz solo puede interpretar a una mujer. Soy intérprete: puedo actuar de lo que quiera».

Actriz, una palabra negativa en inglés

La historia de la palabra podría tener que ver. Su origen se remonta al año 1700, según el diccionario Oxford. Sin embargo, ellas podían subirse a las tablas desde 1656, cuando el rey Carlos II de Inglaterra lo permitió. Es decir, entre la orden que abría esta profesión a las mujeres y la acuñación del término actriz pasaron cinco décadas en las que se referían a ellas como actores.

Sin embargo, la aparición de este vocablo tuvo un doble rasero. Por un lado, se refería a la profesión de la mujer. Por otro, podía ser usado para cuestionar la moral de quienes se dedicaban a esta profesión. El poeta y dramaturgo John Dryden fue de los primeros en usar el término, para evocar «el intercambio de amor que se daba entre bambalinas, donde las actrices proponían indecencias a los hombres casados», como recoge Los Angeles Times.

En la década de los 70 y los 80 del pasado siglo, la ola feminista reivindicó actor para ellas. La actriz Zoë Wannamaker (Mi semana con Marilyn, Harry Potter y la piedra filosofal) explicó a la BBC en 2005 que en esos años pesaba un estigma sobre la palabra. «En especial en este país, en Gran Bretaña, el término actriz parecía tener la connotación de ser una prostituta».

El periódico The Guardian, en su libro de estilo, también descarta actriz desde hace más de una década. En él se puede leer «Usar tanto para hombres como mujeres intérpretes; no utilizar actriz a menos que vaya en el nombre de un premio, como el Oscar a la Mejor actriz». Para el diario, el término está tan obsoleto como lady doctor (doctor mujer) o male nurse (enfermera hombre), normales en los tiempos en los que las profesiones se solían reservar a un género.

David March, autor de la guía de estilo de la publicación, defendió así su postura en la BBC: «Si quiero decir que Judy Dench es la mejor intérprete (actor) de Gran Bretaña, no es ambiguo, significa que es mejor que todos. Si utilizo actriz, quiere decir que es mejor que Helen Mirren y otras actrices, por lo que no digo lo mismo».

¿Poeta o poetisa?

En España, este conflicto surge con las palabras poeta y poetisa. Al parecer, una gran mayoría de escritoras de poesía prefieren el término poeta. Gloria Fuertes lo exponía así: «La poesía es femenina, ¡la mujer es poeta! El hombre…, que sea poeto».

Ana Vidal, filóloga, investigadora y docente en la Universidad de Barcelona, coincide con el pensamiento de la madrileña. «La palabra poeta procede de poeta-poetae. El étimo latino forma parte de la primera declinación que, en conjunto, es femenina, salvo por un segmento reducido de palabras», explica al otro lado del teléfono. «Dentro de esta casuística, está poeta que, junto a nauta y otros términos que refieren profesiones, son ‘excepciones’ de género masculino dentro de una raíz marcadamente femenina. Desde mi punto de vista, este desarraigo (está separación del núcleo femenino) recorrerá a la palabra para siempre. Ya los antiguos reconocieron el principio femenino en lo poético, sin embargo, lo masculino se apropió de ese principio para ponerlo al uso del poder y la autoridad».

Esta apropiación de la que habla Vidal motivó a la invención del término poetisa para designar a la mujer que escribe poesía. En el Diccionario latino-español de 1492, Antonio de Nebrija recoge poeta para hombre y para mujer. No fue hasta 1737, según el Breve diccionario etimológico de la lengua castellana de Juan Coromines, que se registró por primera vez en castellano poetisa Es decir, durante más de dos siglos, la mujer se consideraba también poeta.

Nerea Aguado, experta en comunicación y marketing y de formación y voluntariado en favor de la igualdad y los derechos humanos, opina en su blog que «quizá los hombres se vieran amenazados, y de ahí el surgir de una crítica poética que infravalorase la poesía escrita por mujeres. También como opinión propia, los autores hombres no quisieran incluir a las mujeres en las antologías (¿os suena la ausencia de Las SinSombrero en tantas antologías de la generación del 27?)».

La palabra poetisa, como explica Susan Kirkpatrick en Antología poética de escritoras del siglo XIX, se utilizaba a menudo para ridiculizar a las mujeres que practicaban el verso. Aguado lo ejemplifica con un extracto de Solos, de Leopoldo Alas, Clarín. «La poetisa fea, cuando no llega a poeta, no suele ser más que una fea que se hace el amor en verso a sí misma». Ya a finales del siglo XIX, ante la afrenta, muchas se defendían del término, como Rosario de Acuña, que escribió un poema (que recoge Aguado en su entrada sobre este conflicto) en el que rechaza esa calificación. «Si han de ponerme nombre tan feo, todos mis versos he de romper», se lee en una de las estrofas.

La filóloga Ana Vidal considera al patriarcado, al poder, responsable de este retorcimiento de la lengua. «La gran mayoría de los creadores de la historia de la cultura se sumergen en lo femenino, pero muy pocos lo honran, legitiman, reconocen o consagran. Este traspaso metonímico de género (de lo femenino a lo masculino), en definitiva, esta conquista y apropiación de lo femenino se produce también en relación con otras profesiones», cuenta. Ve un claro ejemplo en la cocina. «La cocina no es considerada como arte hasta que no la ejercen los cocineros. La tradición femenina es una tradición sin artistas porque el arte tal como llega a nosotros en origen es una apropiación donde las mujeres como en tantas otras dimensiones quedan neutralizadas».

Además, Aguado indica que el reclamo de la palabra poeta tiene sentido en tanto que su sufijo de género se corresponde con la forma asociada tradicionalmente al género gramatical femenino.

En defensa de actress y poetisa

Pese a lo anteriormente expuesto, ahora varias mujeres se movilizan para reapropiarse de dichos términos. La actriz Fiona Shaw (Harry Potter) encuentra utilidad al término actress, tal como contó a la BBC en 2005. «La experiencia de ser actriz difiere totalmente de ser actor. Pensar que poniendo el mismo nombre las experiencias se igualarán no es más que una farsa». Para la intérprete, se reivindica el logro de ganarse la vida como tal. «Por cada ocho papeles para ellos, hay uno para ellas. No veo el peso de la vergüenza, sino una insignia por el esfuerzo».

En España, también encontramos mujeres que prefieren el término poetisa. Ana Rossetti la prefiere «dándole contenido y reivindicando a las buenas poetisas que ha habido y que hay, en vez de evitar una palabra solo porque su uso anterior la haya estigmatizado. También las palabras, sobre todo si están bien hechas y cumplen una función, tienen derecho a dignificar su contenido».

A Aguado este uso actual le recuerda a la reapropiación de los insultos. «Como se ha hecho muchas veces desde colectivos discriminados, es el caso de negra o negro, marica, bollera o zorra. Si usas un término de manera despectiva para decir que hay algo mal en mí, yo lo usaré para destacar esa cualidad y característica con orgullo».

La ecofeminista y poetisa Marta Abadía concuerda en su página con las razones de Shaw para decantarse por actriz. «[…] y para nada creo en la minusvalía de las poetisas, de las mujeres, sino en su heroísmo histórico y salvador de la vida, castigado por el mundo masculino y patriarcal», escribe. «Si reivindico decir poetisa, pues, es básicamente porque me gusta; porque me individualiza, porque me siento incluida, nombrada y referenciada en el seno de esa palabra hermosa que suena a poesía, a música y a historia, a magia y a creación con la palabra, y también a mujer–persona que hace esos actos tan bellos y vitales como simbólicos y únicos».

Abadía, también, le quita importancia a su origen peyorativo. Y lo hace contraponiendo el término a otro de uso común: mujer. «Tiene una etimología lamentable, pues viene de mullier, en la antigua Roma, donde solo las casadas podían ser mullier. Las demás no eran nada si a partir de la pubertad no se casaban. La raíz de mullier es mull–, que significa muelle, blanda, adaptable, o moll–, ya que las vocales son muy variables, que significa mojada, húmeda, confortable. Un origen dependiente, definido por el varón, para y por su conveniencia, que en nada ennoblece al ser mujer, pero resulta que es el término que tenemos».

Otros grandes nombres de las letras ( Jorge Guillén, Antonio Machado, Rosa Chacel o Carmen Conde) se han posicionado a favor de poetisa. Todos haciendo un uso vacío de contenido negativo del término, y por razones similares.

La Real Academia Española, en su afán por adaptarse a los tiempos y las demandas sociales, ha ido cambiando las acepciones de poeta y poetisa. Antes de 2001, definía poeta como el hombre que escribe poesía y poetisa como la mujer que escribe poesía. Ante el reclamo del uso de poeta para ellas, optó ese año por mantener poetisa intacto y definir poeta como la persona que escribe poesía. Abadía fue crítica con esta decisión. «Al aceptar la acepción poeta para “persona que escribe poesía”, está fijando un uso que se ha hecho común para hombres y mujeres. Fija un uso, pero no le da esplendor, ni lo limpia, sino confunde y tal vez ¿denigra? Lo argumento así: poeta resulta que se convierte en genérico de «persona que escribe poesía». Pero poetisa, ¿qué es? Si poeta es toda “persona que escribe poesía” y poetisa es “mujer que escribe poesía”, ¿será entonces que para la RAE la mujer que escribe poesía no es persona (a no ser que se llame poeta)?».

Ante este desprestigio, la RAE se corrigió y ahora congrega los dos términos en un mismo artículo, con dos acepciones iguales para las dos palabras. «Persona que compone obras poéticas» y «Persona dotada de gracia o sensibilidad poética».

La elección del término, por tanto y según el organismo encargado de vigilar la lengua española, queda en manos de los hablantes. También de las poetas y poetisas, que están en su derecho de reclamar uno u otro término, con el que se sientan más cómodas. Como propone Abadía, «el asunto ni siquiera tiene que ser polémico». Y se deberá usar el término que uno prefiera o que escoja su interlocutora. «Cuando leo poesía escrita por una mujer, en principio, como no sé cómo prefiere llamarse a sí misma, le aplico la palabra que más respeto para ella: poetisa. Ahora bien, si como algunas amigas poetas que tengo, esa mujer prefiere llamarse poeta, pues para ella diré poeta. Pero seguiré reivindicando la filosofía detrás de la palabra poetisa, porque me parece sugerente, bella, poética, cargada de referencias históricas, de libertad, de juego, de música y de alegría de ser así».

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