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El pantalón más cómodo de la cuarentena esconde una de las primeras reivindicaciones feministas de la historia

Hace 170 años las Bloomers adoptaron al pantalón bombacho como símbolo de la lucha por los derechos de la mujer.

La historia del pantalón bombacho, uno de los modelos más cómodos para pasar la cuarentena, esconde una poderosa reivindicación. En la foto: una modelo luce un bombacho de terciopelo en 1965.
La historia del pantalón bombacho, uno de los modelos más cómodos para pasar la cuarentena, esconde una poderosa reivindicación. En la foto: una modelo luce un bombacho de terciopelo en 1965.Getty Images
Patricia Rodríguez

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A Amelia Bloomer (1818-1894) se le despertó la conciencia feminista cuando tenía solo 16 años: su vecina quedó viuda y fue desahuciada porque, al no tener hijos, toda la herencia del marido fue a parar a manos de un primo lejano al que nunca había visto. Elizabeth Cady Stanton (1815-1902), por su parte, recordaba el primer incidente que estimuló su deseo de luchar por los derechos de las mujeres también en la adolescencia. Resulta que formaba parte de un club de chicas en el barrio y decidieron recaudar fondos para ayudar a pagar los estudios a un prometedor chaval que quería formarse en el seminario. Organizaron rifas, ventas y conciertos hasta conseguirlo. ¿Cómo se lo agradeció aquella joyita de vecino? La primera vez que le invitaron a hablar frente a la congregación escogió citar este versículo de la Biblia, de las Epístolas de San Pablo a Timoteo: “No permito que la mujer enseñe ni ejerza dominio sobre el hombre, sino que guarde silencio”.

Ni Bloomer ni Cady Stanton sabían entonces que terminarían convirtiéndose en dos personajes clave de la primera ola del feminismo. Y, sin pretenderlo, en revolucionarias figuras en la historia de la moda.

Además del evidente daño del corsé al constreñir los órganos, la moda a mediados del siglo XIX no permitía a las mujeres ni levantar bien los brazos. Eso sin hablar de la poca higiene de todas esas capas de tela que arrastraban por el suelo y por calles que carecían de aceras tal y como hoy las conocemos.
Además del evidente daño del corsé al constreñir los órganos, la moda a mediados del siglo XIX no permitía a las mujeres ni levantar bien los brazos. Eso sin hablar de la poca higiene de todas esas capas de tela que arrastraban por el suelo y por calles que carecían de aceras tal y como hoy las conocemos.Getty Images

A mediados del siglo XIX las mujeres en Nueva York (y en buena parte del mundo) no tenían permitido poseer ninguna propiedad a su nombre, un derecho que recaía siempre sobre un pariente varón. Relegadas a dos roles muy concretos (de esposa y madre), eran ciudadanas de segunda que no podían votar ni asistir a la universidad. La vestimenta era solo la manifestación estética de ese papel secundario, decorativo, que se les otorgaba, porque la moda nunca son pedazos de tela, sino un elemento social con una carga simbólica inmensa.

Las mujeres eran esclavas del traje que la sociedad esperaba que lucieran: una silueta muy restrictiva en forma de reloj de arena que, además de limitar el movimiento, era perjudicial para la salud. “Empezando por debajo, vestían una especie de blusón a modo de ropa interior. Podía ser tipo camisón o una combinación de camisa y polainas hasta las rodillas, generalmente en algodón o lino”, enumera la coautora del podcast Dressed, April Calahan, comisaria en el museo del FIT. “Sobre ello se ponían un corsé bien ajustado. Entonces estaban de moda las enaguas, pero con enaguas hablamos de muchas capas de tela (quizá seis o siete) para crear volumen y mantener la forma acampanada de la falda. Después de todo esto ya se ponían el vestido. Y esta era la vestimenta de todas las mujeres, independientemente de su clase social. Variaba la riqueza de los materiales con los que confeccionaban las prendas, pero todas sufrían la misma silueta”. Una suma de prendas, no precisamente cómoda, que podía llegar a pesar 11 kilos en total.

Para 1850 algunas voces empezaron a cuestionar el sistema: Elizabeth Cady Stanton fue una de las primeras. Difundió su testimonio en The Lily, la publicación que fundó Amelia Bloomer en 1849. Uno de los primeros periódicos editados por mujeres y dedicados a mujeres. Bajo el pseudónimo Sunflower (girasol), fue pionera formulando preguntas como “¿por qué nuestras ropas son tan difíciles de poner? ¿Por qué necesitamos la ayuda de alguien para vestirnos, mientras que los hombres no?”. Y aquí es donde aparece el pantalón ancho, tipo bombacho, que el confinamiento provocado por el Covid-19 ha rescatado del olvido.

El look Bloomer combinaba un vestido corto (que no renuncia a la silueta reloj de arena) con un bombacho debajo a juego.
El look Bloomer combinaba un vestido corto (que no renuncia a la silueta reloj de arena) con un bombacho debajo a juego.Getty Images

Entonces era impensable que una mujer apareciera en público en pantalones. Sí los lucían como ropa interior (esas polainas) o en ocasiones muy determinadas como para tomar los baños. Pero la prenda que se conocía como pantalón turco, haciendo referencia a su exotismo, fue adoptada por aquellas primeras feministas. Según recordaba The New York Times en 1939, en el 45 aniversario de la muerte de Amelia Bloomer, parece ser que la más adelantada fue Elizabeth Smith Miller que visitó a su prima, Elizabeth Cady Stanton, vistiendo estos pantalones. Cady Stanton ya era amiga de Bloomer, a la que había conocido en el primer congreso feminista en los Estados Unidos (en 1848, en la convención de Seneca Falls) y así llegaron hasta ella. Fue Bloomer la que, a través de las páginas de The Lily, popularizó el estilo liberador que acabó siendo bautizado con su apellido (en inglés, ‘bloomer’ significa precisamente bombacho).

Se recortaba varios palmos el largo de la falda y se llevaba con un calzón amplio, ceñido al tobillo, a juego con el vestido. No era el atuendo más cómodo de la historia, pero que las mujeres adoptaran ese pantalón, potestad del armario masculino durante siglos, aterrorizó a muchos. La audacia estaba en que por primera vez en la historia de Occidente las mujeres vistieron pantalones en público. Y significaba mucho más: el hecho cuestionaba los roles de género y era visto como toda una amenaza al orden establecido.

Las mujeres se pusieron pantalones por primera vez en la historia de Occidente y dejaron a los hombres anonadados, enfurecidos y asustados.
Las mujeres se pusieron pantalones por primera vez en la historia de Occidente y dejaron a los hombres anonadados, enfurecidos y asustados.Getty Images

El estilo no consigió imponerse de forma masiva, pero desde Nueva York llegó a Florida, California o Londres. Tuvo un éxito relativo gracias al periódico de Bloomer que alcanzó una tirada de 4.000 ejemplares e incluyó patrones para que cualquiera pudiera cortarse el modelo en casa. “A vosotras, amas de casa, os decimos: desabrochad vuestros vestidos y dejad que todas las prendas queden holgadas. Respirad a pleno pulmón, henchíos de aire, y en ese mismo instante abrochad la ropas. Cortad después esas faldas hasta la altura de las rodillas, y poneos unos pantalones holgados, abrochados en los tobillos”, proclamaba uno de los números.

Fueron muy frecuentas las tiras cómicas que ridiculizaban a las Bloomers. En la imagen, una viñeta inglesa de 1952 en la que las mujeres hablan y se comportan como hombres. A ellos les reservan tareas tan ‘escandalosas’ como cuidar de los bebés.
Fueron muy frecuentas las tiras cómicas que ridiculizaban a las Bloomers. En la imagen, una viñeta inglesa de 1952 en la que las mujeres hablan y se comportan como hombres. A ellos les reservan tareas tan ‘escandalosas’ como cuidar de los bebés.Getty Images

“En la prensa se pueden encontrar algunas reacciones interesantes: ‘Si queréis ejercer vuestros derechos, nosotros como hombres tenemos el derecho a reírnos y ridiculizaros en las calles. Superadlo, chicas’. Y esto no es lo peor. Para entender lo que tuvieron que aguantar estas mujeres, en 1952, un doctor de la Temperance Society a la que pertenecía Bloomer llegó a decir que ‘esas criaturas son híbridos, mitad hombre, mitad mujer, sin pertenecer a ninguno de los dos sexos”, cuenta Calahan. Fueron frecuentes las viñetas cómicas que las ridiculizaban y mostraban a las Bloomers en actitudes típicamente reservadas al hombre. “Que los hombres se vean obligados a usar nuestros vestidos por un tiempo y pronto les escucharíamos abogar por un cambio, tan fuerte como ahora lo condenan”, cuenta que dijo Bloomer su biógrafa, Mary J. Lickteig.

Toda la prensa negativa en realidad supuso un gran empujón al movimiento feminista, situándolo en primer plano; Amelia y sus compañeras lo aprovecharon. Pero llegó un momento en el que les sobrepasó y decidieron que la transformación del armario debería quedar desterrada a segundo plano. Esta lucha podía distraer y prefirieron enfocarse en un solo problema sobre el que hacer virar todo su poder e influencia: el derecho a voto. El movimiento reformista del vestido no volvió a adquirir relevancia hasta finales de siglo, pero entonces se centró en acabar con el corsé proponiendo el ‘vestido reforma’.

Emilie Floege en 1906 (izda.) y 1909 (dcha.) con el vestido reforma que por fin prescindía del corsé.
Emilie Floege en 1906 (izda.) y 1909 (dcha.) con el vestido reforma que por fin prescindía del corsé.Getty Images

Hasta más de un siglo después de la hazaña de las Bloomers el pantalón no se impuso como prenda del guardarropa femenino de manera general. Ni Amelia, ni Elizabeth pudieron verlo, como tampoco llegaron a ser testigos de cómo las mujeres alcanzaron por fin el derecho a voto en su país. Un hito que no se consiguió hasta 1920.

Sobre la firma

Patricia Rodríguez
Periodista de moda y belleza. En 2007 creó uno de los primeros blogs de moda en España y desde entonces ha desarrollado la mayor parte de su carrera en medios digitales. Forma parte del equipo de S Moda desde 2017.

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