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El trágico destino de la mítica Veronica Lake: defenestrada de Hollywood a los 30, alcohólica y «maldita»

Este 14 de noviembre la actriz más icónica del Hollywood dorado habría cumplido 98 años. Medio siglo después de su prematura muerte, repasamos el declive de la mujer que puso en jaque al Departamento de Defensa de EEUU con su melena rubia.

Veronica Lake fue la gran estrella cinematográfica de la década de los 40.
Veronica Lake fue la gran estrella cinematográfica de la década de los 40.Getty (Getty Images)

Fue un periodista del New York Post el que consiguió reconocer en los ojos azules de aquella camarera rubia, de unos 30 años, menuda y delgada, la mirada de un icono crepuscular del séptimo arte. Estaba, como cantaría aquel, detrás de la barra del único bar que vio abierto. El de un hotel situado entre Park Avenue y Madison, en el centro de Manhattan. Se hacía llamar Connie y su especialidad eran los cócteles. “¿Siempre has sido camarera?”, le preguntó. “No, antes era una estrella de cine”, respondió para sorpresa del reportero, que no tardó en publicar la exclusiva que certificaría el declive de la gran Veronica Lake.

Tras desvelarse el triste paradero de la que fuera una de las actrices más taquilleras y copiadas de la década de los cuarenta en Hollywood, las cartas se acumularon en el buzón de Lake. Decenas de admiradores le enviaban dinero para ayudarla económicamente. También lo hizo su antiguo amante Marlon Brando, que ordenó a su contable enviarle un cheque por valor de mil dólares, cifra mareante en aquel 1952. Pero el orgullo impidió a la neoyorquina aceptar un solo centavo de caridad. Y el cheque de Brando lo enmarcó para presumir ante las visitas. “La gente sintió pena por mí, pero me gustaba el trabajo. Por fin había encontrado la paz”, confesó. Una armonía que no le duraría mucho a la que se definiría como una figura “maldita”.

La actriz neoyorquina posa en un retrato de 1969.
La actriz neoyorquina posa en un retrato de 1969.Getty (Getty Images)

Veronica Lake, nacida como Constance Frances Marie Ockelman, murió un 7 de julio de 1973. Lo hizo en el hospital de una pequeña ciudad del Estado de Vermont, al noreste de Estados Unidos, después de haber sido ingresada varios días atrás a causa de una hepatitis y una insuficiencia renal. Tras promocionar su biografía en Inglaterra, un doctor local descubrió que los insoportables dolores de estómago que sentía eran producto de una cirrosis provocada por su vetusto alcoholismo. Murió a los 50 años y lo hizo sola, sin la compañía de alguno de sus cuatro esposos, de su controladora madre o de parejas tan célebres como Aristóteles Onassis, Gary Cooper o Clark Gable. Sin la compañía de ninguno de sus tres hijos vivos, con los que llevaba años sin mantener una relación fluida. “Nunca fui la típica madre de leer cuentos”, admitía.

La soledad no era una sorpresa. En 1960 había inaugurado una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood con la única compañía de una periodista cinematográfica, un compañero actor y otro par de curiosos como público. Por no haber, no había ni micrófono. “Fue devastador, una experiencia horrible. Aunque intentaba sonreír, tan pronto como se hizo la foto, dejó la ciudad para siempre. Era uno de los seres humanos más rotos que he conocido”, declaró Sue Cameron, la reportera que la acompañó al evento. Sus cenizas no fueron reclamadas hasta tres años después, cuando su autobiógrafo y amigo cercano, Donald Bain, cumplió el deseo de la actriz de que fueran esparcidas por las aguas de las Islas Vírgenes. En 2004 se encontró una urna con otra pequeña parte de las cenizas en una tienda de Nueva York. Nadie supo cómo habían llegado hasta ahí.

Con solo 30 años, Lake, que en la década de los cuarenta había protagonizado más de una veintena de películas como Los viajes de Sullivan o La dalia azul, erigida en epítome del glamour del Hollywood dorado, estaba defenestrada profesionalmente. Las jóvenes ya no imitaban su peinado Peekaboo, de raya marcada, con una parte peinada por detrás de la oreja y una melena larga ondulada tapándole su ojo derecho, que llevó al Departamento de Defensa de EE. UU. a prohibir a las mujeres que trabajaban en fábricas durante la II Guerra Mundial que lo luciesen. La dificultad en la visión que producía el look, que conquistó al director John Farrow durante un ensayo y se convirtió en su marca personal, provocaba accidentes laborales. Paramount inclusó obligó a la propia Lake a cortárselo para dar ejemplo. Años después, se inspirarían en ella desde Jessica Rabbit hasta la femme fatale Lynn Braken de L.A. Confidential, que le valió el Oscar a Kim Basinger.

Como ella misma aseguró en una entrevista con The New York Times, en sus últimos años se identificaba más con el término “sex-zombie” que con el de “sex-symbol”. Había dejado Hollywood convencida de que la única manera de sobrevivir era abandonar las colinas de Los Ángeles, pero su rostro, “más digno de una mujer de 70 años que de una cuarentona”, evidenciaba los múltiples estragos de una vida torturada. Una serie de fracasos consecutivos de taquilla, un alcoholismo autodestructivo y un carácter explosivo en los rodajes provocaron su defenestración de la industria. Ella se consolaba alegando que, al menos, no consumía heroína. Raymond Chandler la conocía como Moronica (moronic significa imbécil en inglés), aunque “la zorra” era el sobrenombre más extendido en el sector. En un tiempo, claro está, en el que cualquier mujer que mostrara cualquier amago de carácter o se negara a ser un mero objeto en manos de los productores ya era considerada como “difícil”. Un tiempo no tan remoto.

“Siempre fui una rebelde y quizás podría haber llegado mucho más lejos si hubiera cambiado mi actitud. Pero si lo piensas, llegué bastante lejos sin cambiar nada. Estoy feliz por eso”, replicaba la intérprete. “Ella no era muy simpática en los platós. Le gritaba al equipo, a sus coprotagonistas… Supongo que fue por eso por lo que la echaron de Hollywood”, añadió la periodista Sue Cameron. Lake fue diagnosticada con esquizofrenia desde la infancia, iniciándose en la interpretación como forma de terapia. Los problemas mentales la acompañaron hasta el final de sus días, convencida, por ejemplo, de que el FBI controlaba cada uno de sus pasos y habían pinchado su teléfono. Fue internada en centros psiquiátricos en varias ocasiones durante su vida adulta.

Millones de jóvenes querían replicar en las peluquerías el peinado de Lake.
Millones de jóvenes querían replicar en las peluquerías el peinado de Lake.GETTY (Everett Collection / Everett Col)

Poco antes de morir, Lake había vivido un efímero renacer profesional y personal en Inglaterra. Su interpretación de Blanche en una versión teatral de Un tranvía llamado deseo le granjeó comentarios entusiastas y se enamoró de un capitán de barco llamado Robert, ‘Captain Bob’ para los amigos. Apenas duraron un año. De vuelta a Estados Unidos, al menos las enfermeras y los pacientes del hospital de Vermont en el que falleció celebraron la presencia de una estrella entre ellos. Dicen que disfrutó firmando los autógrafos que llevaba dos décadas sin conceder. Y, como manifestaría en una de sus últimas entrevistas, no se arrepentía de nada. “No viviría mi vida de una manera diferente a como fue. Si no, ¿cómo hubiera aprendido a ser persona?”.

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