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Un padre traidor, una larga lista de exparejas tóxicas y un doloroso divorcio que la ha llevado a perder más de 45 kilos: Adele, la reina de la canción melodramática, ya está de vuelta

A escasos días de publicar su esperado cuarto álbum, repasamos la vida y los capítulos más polémicos de la artista que mejor ha sabido cantarle al desamor.

Adele en una imagen reciente de su Instagram.
Adele en una imagen reciente de su Instagram.<a href="https://www.instagram.com/adele/" rel="noopener" target="_blank">@adele</a>

Antes de convertirse en un fenómeno mundial, en una de las estrellas más queridas del siglo XXI, Adele era una adolescente con marcado acento cockney que pasaba las tardes delante del espejo imitando a las Spice Girls y las Destiny’s Child. Quienes la conocieron de pequeña afirman que no era precisamente una estudiante ejemplar. Pero su madre, Penny, rápidamente se percató de que tenía un talento muy especial. Nacida en el barrio londinense de Tottenham, Adele Laurie Blue Adkins no tuvo precisamente una infancia feliz. Su padre, Mark Evans, las abandonó cuando ella apenas tenía tres años, por lo que Penny se encargó de su educación y se vio obligada a compaginar varios trabajos para poder poner un plato caliente sobre la mesa. Luchó con todas sus fuerzas para que nunca les faltara de nada. Tanto es así que, en su séptimo aniversario, la obsequió con un piano que, junto a los discos de Tom Waits, Jeff Buckley o The Cure, acrecentó su amor por la música. Cumplidos los trece, tan pronto descubrió las canciones de Etta James y Ella Fitzgerald, nuestra protagonista ya era más que consciente del camino que iba a tomar.

Cuatro meses después de graduarse en 2006 en la Brit School para las Artes Escénicas y la Tecnología, donde compartió aula con Jessie J o Leona Lewis, un amigo suyo, sin pedirle permiso, subió a la red social Myspace tres demos que había grabado con anterioridad en la escuela. Los audios dejaron con la boca abierta a Richard Russell, el jefe del sello XL Recordings, quien no dudó en ficharla de inmediato dado el potencial de sus cuerdas vocales. No sólo advirtió de que era una cantante excepcional, carismática y cercana, sino que sus canciones estaban sobradas de emotividad y, ante todo, autenticidad. Así fue como el 28 de enero de 2008, tras los adelantos Hometown Glory y Chasing Pavements, su álbum de debut, 19, llegó a las tiendas. Por entonces, Adele ya era conocida en el Reino Unido, pero su espaldarazo internacional llegaría algo más tarde, concretamente el 18 de octubre de ese año. Aquel día, tras actuar por vez primera en el célebre programa Saturday Night Live, Estados Unidos cayó rendido a sus pies. Su vida no volvería a ser la misma.

Por mucho que se tenga la mente fría, nadie está realmente preparado para transformarse en una estrella mundial prácticamente de la noche a la mañana. Y menos a los 20 cuando todos los tabloides sensacionalistas de tu país hurgan en busca de un escándalo familiar o te reciben allá donde vayas con una jauría de paparazzis. “La gente cree que odio ser famosa. Y no es así. Me da mucho miedo. Creo que es realmente tóxico y que es muy fácil ser arrastrada por algo así. Ver a Amy Winehouse deteriorarse es una de las razones por las que estoy un poco asustada. Todos nos divertíamos mucho cuando ella era un desastre. Estaba jodidamente triste por ello, pero si alguien me mostraba una foto de ella viéndose mal, la miraba. Si no hubiéramos mirado, entonces habrían dejado de tomarle fotos. Ese nivel de atención es realmente aterrador”, llegó a decir en 2015 en Rolling Stone.

Con lo que no contaba es que su propio padre, con quien no tuvo contacto durante más de diez años, la traicionaría. En 2011, justo cuando había un pequeño acercamiento entre ellos, aprovechó el éxito masivo de su segundo trabajo, 21, para airear en The Sun sus antiguos problemas con el alcohol, su nula relación y rescatar del baúl de los recuerdos varias fotografías comprometedoras de su infancia. Poco después, en 2012, Adele no dudó en dedicarle unas duras palabras en Vogue: «Lo ha estropeado todo. Nunca volverá a saber de mí. No hay nada que me molestaría más que mi padre fuera sobornado por la prensa. ¡Me cabrea! Regresar después de diez años y decir: ‘Tal vez su problema con los hombres se reduce a mí’. Es como… ¡vete a la mierda! ¿Cómo te atreves a comentar mi vida? Me hace hervir la sangre. Hace que mi familia se sienta incómoda, que mis amigos se sientan incómodos a mi alrededor”. Regla número uno: nunca reveles nada de Adele si ni ella misma lo hace.

Esto último nos lleva a sus discos. Cierto es que todos ellos están repletos de temas en los que la artista se abre en canal recordando a sus ex. Sin embargo, a diferencia de Taylor Swift (toda una experta en lanzar pullitas musicales a sus antiguos amantes), Adele jamás ha desvelado públicamente quiénes fueron esos hombres que le hicieron trizas el corazón. Se sincera con su público poniendo voz a emociones tan universales como la melancolía o el desamor, por supuesto, pero por mucho que analicemos sus letras nunca hemos hallado pistas fehacientes acerca de sus identidades. Pese a su secretismo, se sabe que hay tres: el chico bisexual al que dedicó Daydreamer; el que inspiró Chasing Pavements y el que, siendo diez años mayor que ella, después de dejarla rehízo su vida casándose con otra. Este último fue el leitmotiv del superventas 21. Y, en concreto, de la lacrimógena Someone Like You. “Era increíble. Era genial. Pero nunca iba a funcionar. Y durante mucho tiempo me dije: ¡‘Como si se mereciera algún puto reconocimiento por inspirar mi disco!’. Pero ahora, después de algún tiempo, me parece correcto que la persona que ha tenido el mayor impacto en mí merezca un poco de crédito. De no haberlo conocido, creo que seguiría siendo la niña que era cuando tenía dieciocho años”, verbalizó sobre él en Vogue. ¿Se trata del músico Slinky Sunbeam (conocido como Slinky Winfield)? ¿O bien del fotógrafo Alex Sturrock? Tal como analizamos en S Moda a principios de este mismo año, el misterio sigue sin respuesta.

A su lista de exparejas hay que sumarle una más. A diferencia de los otros, a este sí se le puede poner nombre y apellido. Se trata del filántropo Simon Konecki, el padre de su hijo Angelo, nacido en octubre de 2012. Todo hacía presagiar que, desde que se conocieron en 2011 (justo cuando el fenómeno Adele estalló masivamente con 21) y se casaron secretamente en 2016, lo suyo iba a durar para siempre. De hecho, ella pensaba eso. Tal como hizo saber en Vanity Fair en 2016, estaba convencida de que él, siendo 14 años mayor, la entendía perfectamente: “No tengo ningún deseo de estar con nadie del mundo del espectáculo porque todos tenemos egos. Él no se siente amenazado por ninguna etapa de mi vida, y eso es algo increíble. Es la relación más seria en la que he estado; tenemos un hijo y vivimos juntos. Después de lanzar mi primer álbum, todas las demás personas con las que estuve eran tan inseguras de sí mismas que no podían manejarlo en absoluto. Cuando intento describir esto a mis amigos no siempre lo entienden porque salen con gente de nuestra edad. Pero Simon ya es quien es, y yo sigo siendo quien voy a ser. Él tiene confianza en sí mismo. Es perfecto”. Como viene siendo costumbre, de momento no ha querido hacer ninguna declaración al respecto. Desde que el 20 de abril de 2019 sus representantes hicieran público el divorcio, Adele sólo tocó de pasadas el tema con un divertido meme que colgó en su Instagram el 1 de mayo de aquel mismo año. “Cuando te dejas atrapar por los sentimientos, pero luego recuerdas quién eres”, figuraba en el post. A sabiendas de que su nuevo LP llegará en pocos días, está por verse si en sus futuras composiciones recordará a Simon con cariño o bien sacará el hacha de guerra. Se admiten apuestas.

Sea como fuere, de cara a su último trabajo hasta la fecha, aquel 25 que editó hace un lustro, la cantante quiso terminar de raíz con los malos hábitos que arrastraba de hace tiempo. En varias ocasiones ha confesado que nunca se ha sentido atraída por las drogas porque, siendo ella joven, alguien cercano a su familia murió de una sobredosis de heroína. Pero eso no quita que, ya siendo una estrella, fuese consciente del talón de Aquiles que compartía con su progenitor: el consumo de alcohol. Así lo confesó a Vanity Fair: “Me encantaba emborracharme, pero a medida que me hacía más famosa me despertaba a la mañana siguiente y pensaba: ‘¿Qué carajo dije y a quién carajo se lo dije?’. Nunca tuve un blackout, pero cuando estás borracha y vas a una fiesta hablas con cualquiera. Puedo ver desde la perspectiva de un extraño que nunca escribiré canciones tan buenas como las que están en 21, aunque no soy tan indulgente como lo era entonces, y no tengo tiempo de desmoronarme como lo hice entonces. Estaba completamente loca escribiendo ese álbum, y una lengua borracha es una lengua honesta. Me bebía dos botellas de vino y fumaba sin parar. Luego escribía las letras y a la mañana siguiente pensaba: ‘Mierda, eso es bastante bueno’”.

Sin duda, no le ha quedado otra que asentar la cabeza desde que se estrenó en la maternidad en 2012. Aunque en la misma Vanity Fair confesó cómo el nacimiento de Angelo le afectó psicológicamente (“Le amo más que nada, pero a diario, si tengo un minuto o dos, desearía poder hacer lo que quiera cuando quiera. Todos los días me siento así. Tuve una depresión posparto muy mala después de dar a luz. Me asusté. No tomé antidepresivos, pero tampoco hablé con nadie sobre eso. Era muy reacia”), también dejó entrever que se ha convertido en una persona extremadamente protectora. Tanto con su hijo como con ella misma: “Desde que tuve a mi bebé ya no soy tan despreocupada como antes. Ahora tengo miedo de muchas cosas porque no quiero morir; quiero estar cerca de mi hijo. Ahora hago todo lo posible para evitar cualquier cosa que sea remotamente peligrosa, como caminar por una acera. Prefiero hacerlo sobre el césped o el pasto, en lugar de sobre el pavimento, por si un coche se estrella contra mí. Además, ya no salgo tanto como antes. Voy a cenas muy civilizadas y voy a trabajar cuando tengo que hacerlo. Pero eso no quita que, literalmente, tengas que arrastrarme a una maldita alfombra roja”.

Con su retorno a la vuelta de la esquina (por lo pronto, este fin de semana ejerce de anfitriona en Saturday Night Live), asimismo, tendremos ocasión de comprobar su mayor metamorfosis hasta la fecha. Desde que se divorció de Simon, tal como apuntan diversos medios y hemos podido ver en su propio Instagram, ha perdido algo más de 45 kilos. “¿Mostraría mi cuerpo si fuera más delgada? Probablemente no, porque mi cuerpo es mío. Pero a veces tengo curiosidad por saber si habría tenido tanto éxito si no fuera talla grande. Creo que el público se puede reflejar en mí. No digo que todo el mundo sea de mi talla, pero está relacionado porque no soy perfecta y creo que mucha gente es retratada como perfecta, inalcanzable e intocable”, dijo en Rolling Stone hace cinco años. Sin lugar a duda, sus fans serán quienes determinen si este cambio es a mejor o a peor.

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