25 veces que Robert Redford fue el hombre más atractivo del cine

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A favor de estos carteles electorales en los que se combina traje, corbata y chicle de fresa. (El Candidato, 1972)

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Mucho antes de Leo DiCaprio en El Renacido, Redford sentó precedente con su look de ermitaño altamente atractivo en Las aventuras de Jeremiah Johnson (1972).

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O como colorida estrella del rodeo en El jinete eléctrico (1979). Gracias, Sydney Pollack, por darnos tanto.

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A nadie le sienta tan bien el abrigo forrado de borrego como a Robert Redford en El precio del fracaso (1970).

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El cuello de pico, ese arma de doble filo en el armario masculino, para Redford es un aliado natural. Aquí, con pelazo y gafas de la época en el rodaje de Tal como éramos (1973).

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Las camisas y los jerseys de punto, otro básico indispensable en esa reliquia del estilo masculino que es Los tres días del Cóndor (1975).

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Sudadera, gafas de aviador y sombrero de cowboy vistos en el rodaje de El precio del fracaso (1970). Un triple sí que solo funciona con el fundador del festival de Sundance.

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Otro conjunto impoluto y para el recuerdo sacado de El golpe (1971).

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Jersey universitario con camisa por fuera: algunos lo desterrarían, en Redford todo vale.

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Otra brillante camiseta blanca de algodón en el rodaje de Los tres días de el Cóndor (1975).

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El mejor Jay Gatsby que ha parido el cine. (El Gran Gatsby, 1974)

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Insistimos, a nadie le sienta el cuello cisne igual que a Robert Redford (El candidato, 1972)

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Ese símbolo del pijerío de jersey anudado, hasta ese símbolo clasista tiene sentido en él. (Tal como éramos)

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Esquiador de anuncio en El descenso de la muerte (1969).

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Ya le gustaría a Bon Iver u otros ídolos de la hispterización del leñador lucir una camisa de franela de cuadros como hizo él en El jinete eléctrico.

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Sin camiseta y despeinado, en la cama junto a Jane Fonda, en El jinete eléctrico (1979).

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El uniforme de béisbol, otro vestuario a lucir con acierto. (El mejor, 1984)

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Vaquero iluminado y sin miedo al fracaso en El jinete eléctrico.

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Icono: corbata desabrochada destapando secretos y luchando por el periodismo veraz en Todos los hombres del presidente (1976).

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El mejor accesorio: esa jarra de agua lavando el cabello de  Meryl Streep en Memorias de África (1985).

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La prueba de que en 1969 los dos actores más atractivos del momento, Redford y Paul Newman, compartieron correrías en la pantalla: Dos hombres y un destino.

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Pelazo y americana de paño clavada en, cómo no, Los tres días de el Cóndor.