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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Por qué y cómo Lana del Rey sigue representando la angustia adolescente contemporánea

El ensayo Diez maneras de amar a Lana del Rey: una investigación POP analiza la carrera de una artista que después de diez años sigue vigente.

Lana Del Rey en un concierto en Londres en 2011.
Lana Del Rey en un concierto en Londres en 2011.Getty (Redferns)

En Murcia, una profesora debe abandonar el aula durante unos minutos y da permiso a sus alumnos para que pongan música mientras la esperan. Cuando regresa, ni hay alboroto, ni suena Bad Bunny: la voz de Lana del Rey los hipnotiza. En España, según el INE, entre 2010 y 2019, el nombre “Lana” ha sido cuatro veces más popular que durante la década anterior. Esto es: de 85 “Lanas”, unas 60 inscripciones serían atribuibles a la cantante. También Yung Beef le ofrece un homenaje permanente: el nombre artístico de este trapero es un guiño a la canción Young and beautiful.

Las anécdotas, pero también las métricas (Born to die aguantó más de 400 semanas en la lista Billboard de los más vendidos; prácticamente cada semana desde hace diez años Lana aparece entre los 25 artistas más escuchados en Spotify), ofrecen la dimensión global del fenómeno y el alcance masivo de su música. Y, sin embargo, frente al brillo pulido y cristalino del resto de estrellas de su generación —que siguen cauces convencionales incluso durante sus escándalos y tropiezos—, Lana continúa representando una anomalía o un enigma. Desde que decidiera dejar de ser Lizzie Grant, la neoyorquina ofrece a sus seguidores —y son tantos— talento, complejidad, desconcierto y, a ratos, morbidez. Con su dulzura amenazante, Lana se ha levantado sobre los últimos mitos románticos y ha logrado convertirse en uno de ellos. Como cualquier obra de arte valiosa, sus canciones, aparentemente narcisistas, dicen tanto sobre ella como sobre su público, que las reproduce una y otra vez y comenta cosas como: “Me hace sentir nostalgia por algo que ni siquiera he experimentado” (Nitikila Sood, 46890 likes, bajo Videogames, Youtube).

Lana Del Rey en una imagen de archivo.
Lana Del Rey en una imagen de archivo.Getty (WireImage)

En septiembre de 2022, las revistas de tendencias estadounidenses difundieron, con una pizca de sorna, la noticia de que la Universidad de Nueva York estaba organizando un seminario sobre la carrera de Lana con el objetivo de que los alumnos pudieran “pensar críticamente sobre el icono al que admiran”. No es un asunto trivial, como sugirieron, pues a partir de Lana —y no tanto de Lady Gaga, por más que triunfara en la MET Gala de 2019, de temática camp— es posible enfrentar varios problemas fundamentales de la cultura contemporánea. El primero, por cierto, sería el de la propia interpretación, un proceso al que Lana siempre se ha resistido. Del lado de Susan Sontag —no podía ser de otra manera en alguien que también encarna lo camp—, Lana suele rebelarse contra las interpretaciones que los críticos “imponen” a sus canciones y a sus poemas. “El pop —escribió Sontag— es tan estridente como «lo que es» que no puede interpretarse”. Si hiciéramos caso a la filósofa —y, de paso, a Lana, que se considera transparente— deberíamos abandonar este texto: bastaría con escuchar unas cuantas canciones con algo de atención para conocerlas —a las canciones y a su compositora— en profundidad. Toda crítica de arte se basa en la idea opuesta.

Luis Boullosa es un madrileño que vive en una aldea de Pontevedra y que se dedica, precisamente, a la crítica musical. Ha escrito Diez maneras de amar a Lana del Rey: una investigación POP, y resta valor a lo que un artista pueda expresar sobre su obra: “En último término, cuando la obra está hecha, atañe al mundo entero, y a partir de ese punto, en contra de la creencia general, es cuando la opinión del artista deja de importar”. Entonces, ¿es Lana consciente de lo misteriosa e indescifrable que resulta? “Creo que es hiperconsciente —continúa Boullosa—. Hay en ella una lucha hacia lo contrario, hacia la fluidez, que podríamos definir como ese momento en que la consciencia se retira y el arte brota de manera casi animal o vegetal. Sus últimos discos son una progresiva disolución de la forma hacia el sentido, y su manera, muy inteligente, de manejar su fama y relacionarse con los fans refleja ese mismo intento de retorno a la naturalidad”.

Lana Del Rey en The Roxy Theatre en West Hollywood, California en 2012.
Lana Del Rey en The Roxy Theatre en West Hollywood, California en 2012.Getty (WireImage)

Diez maneras de amar a Lana del Rey es un ensayo denso sobre la esencia del POP, sobre el viaje hacia el Oeste de una camarera de 19 años en busca de atardeceres y palmeras de neón y, en definitiva, sobre todo aquello de lo que Lana es síntoma. La tesis principal es la siguiente: el POP surge en los cincuenta y es un movimiento de adolescentes que reaccionan a su aburrimiento casi metafísico. Mediante el juego y los errores —surge en una sociedad próspera: pudieron permitírselos—, esos adolescentes que han decidido no creer en la vida adulta construyen su propio mito. Impregnan los restos casi inalterados del Romanticismo con bastante ideología capitalista y rescatan algunos mitos heredados (América como utopía para pioneros): surge así la América Imaginada. Varias décadas y muchas aventuras más tarde —de Marilyn a Kurt Cobain, pasando por las novelas alucinadas de K. Dick—, Lana “se sitúa en el centro espiritual de esa mística”. Cuando en 2011 lanza Videogames, con su “doliente pero magnética imagen retro”, millones de jóvenes se entusiasman, comprenden su nostalgia renovada y la acompañan en ese doble movimiento hacia el pasado y hacia el futuro.

Han pasado más de diez años desde el lanzamiento de Born to die (el álbum que contiene Videogames) y, hoy, los pocos profesionales que lo alabaron presumen de olfato. Entonces se acusaba a Lana de no ser auténtica y se difundió el rumor de que su padre era un poderoso millonario que financiaba su carrera. El rumor fue desmentido enseguida, sin embargo, la demanda de autenticidad, una constante en la historia de la música popular, persistió. Esta exigencia empezó midiendo la distancia desde los músicos de rock hasta aquellos bluesman de los que tomaron sus recursos; pero, últimamente, se ha convertido en un desafortunado examen que pasa por alto la naturaleza de la verdad poética y comprueba si biografía (o realidad) y obra (o ficción) se acoplan con precisión o sinceridad. “Lo ‘auténtico’ no existe —explica Boullosa—, es una anulación de la vida, que es más montaraz y más contradictoria. La sinceridad con uno mismo es necesaria para crear cosas de valor, pero su primer fruto es, probablemente, la comprensión de que todos somos más de una persona (y más de una cosa). Lana Del Rey se divierte jugando con esas paradojas”.

Poco después de debutar (en realidad, Lana habría debutado varias veces: su álbum Lana del Ray salió en 2010 pero la discográfica, con problemas financieros, lo retiró en dos meses), Lana se traslada de Nueva York a Los Ángeles. Patricia Bolaños, escritora e ilustradora que acaba de publicar New York is the Thing, un libro sobre la ciudad en la que vive desde hace años, entiende esa mudanza: “Lana es puro L.A. y su ambiente rústico-chic se respira mucho más en la Costa Oeste”. “Esos cardados enmarcados en batines con volantes —sigue Patricia—, esos paisajes desenfocados en golden hour, esa intensidad mocha de rímel corrido no la encuentras en Nueva York sin que haya una jeringuilla enganchada a un brazo de por medio”. ¿Y las coronas de flores? “Aún vuelven de vez en cuando o son atrezzo todavía palpable en festivales de música pijos tipo Coachella. Pero son vestigios y creo que la película Midsommar cerró ese capítulo de folclore ornamental”.

Lana del Rey en una fiesta de la revista Nylon en 2013
Lana del Rey en una fiesta de la revista Nylon en 2013Getty (Getty Images)

Norman Fucking Rockwell! (2019), es un disco tan californiano que parece escrito mano a mano con Joni Mitchell en su famosa casa de Laurel Canyon. Es, además, el primero que pone a todo el mundo de acuerdo y barre las comillas de todos los halagos. Se afirma sin ironía y con rotundidad: es una obra maestra. Y, entonces, el escándalo. Titula el Insider: “Los fans dan la espalda a Lana del Rey. La cantante arruina su propia reputación”. En el momento más inesperado —en la cresta de la ola NFR!—, Lana publica una nota en su Instagram: “Ahora que Doja Cat, Ariana Grande, Camila Cabello, Cardi B., Kehlani, Nicki Minaj y Beyoncé han tenido números 1 con canciones sobre ser sexy, ir desnudas, follar o poner los cuernos… ¿Puedo, por favor, volver a cantar sobre sentirme bien con mi cuerpo o con estar enamorada, incluso si mi relación no es perfecta, o sobre bailar por dinero, sin que me crucifiquen o me digan que estoy romantizando el maltrato?”.

La relación de Lana con el feminismo llevaba tiempo siendo tormentosa. Por un lado, versos como “he hit me and it felt like a kiss” (“me pega y siento que me besa”, Ultraviolence) habían dado lugar a juicios más que justificados sobre su universo presuntamente machista. Kim Gordon, de Sonic Youth, fue tajante en 2015: “Lana ni siquiera sabe lo que es el feminismo. Piensa que consiste en que las mujeres puedan hacer lo que les dé la gana, algo que en su mundo equivale a autodestruirse acostándose con hombres horribles. Quizá fuera mejor luchar por la igualdad salarial y de derechos”. La escritora Laura Snapes se mostró más comprensiva en The Guardian (“es legítimo que busque incorporar al feminismo algunas experiencias ambiguas que la cultura contemporánea insiste en apartar”) pero también mostró su rechazo a la nota publicada en 2020: “es difícil de creer que la sexualización de todas esas artistas negras que nombra puede ser peor para el feminismo que sus letras sobre novios violentos”.

Cuando en muchas de sus canciones Lana se presenta a sí misma —o a su personaje— como objeto, si tensamos al máximo nuestro afán interpretativo, es posible descubrir en ella ese “objeto puro” que el filósofo Jean Baudrillard —otro traficante de mitos— describió en Las estrategias fatales. Sagrado y en éxtasis, el objeto puro gira sobre sí mismo, jamás confiesa del todo su secreto y, finalmente, vence al sujeto (o al amante, o al espectador) convirtiéndolo en su rehén. Somos rehenes de Lana, pero, después de tantas capas, el significado de “he hit me and it felt like a kiss” sigue pareciendo unívoco.

Lana Del Rey en un retrato tomado en Seattle en 2019.
Lana Del Rey en un retrato tomado en Seattle en 2019.Getty (Getty Images)

En septiembre de 2021, Lana borró todas sus cuentas en redes sociales. Algo antes había lanzado Chemtrails over the Country Club, su séptimo disco, producido, como NFR!, por Jack Antonoff y merecedor de una recepción igual de positiva. También había publicado Violet bent backwards over the grass, su primer libro de poemas. A pesar de las polémicas, en ninguna de las dos obras se aprecia un cambio de rumbo, más bien, Lana profundiza en sus motivos y refuerza su mito con temas como White Dress, sobre su etapa como camarera (figura central de la América Imaginada y de las canciones de Tom Petty y Neil Young).

Blue Banisters, su último trabajo, pasa algo más desapercibido, quizá porque hay quien echa en falta la frescura que aportó la producción de Antonoff a los dos anteriores. En cualquier caso, Boullosa explica que “cada uno de los tres últimos discos tiene cualidades inexpugnables y Blue Banisters es un disco sanador. NFR! era una guerra. Chemtrails, un reinado. Y Blue Banisters es un hogar”.

Se cierra el círculo y el misterio sigue intacto. Otra de las cosas que Sontag recuerda en Contra la interpretación es que Aristóteles otorgó un valor terapéutico al arte, que sería útil para purgar emociones peligrosas. Puede que toda interpretación esté atrapada entre límites así de antiguos y que sea inútil seguir interrogando a quien no oculta nada. Lana, por ejemplo, dice que pasa muchas horas tomando el sol en la Playa de Venice. De tanto en tanto, se levanta y baila.

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