Natalie Portman: «El MeToo creó una comunidad. Antes las mujeres habíamos estado aisladas»

De pequeña Natalie Portman (Jerusalén, 41 años) se quedaba embelesada con muchas cosas. Viendo en bucle la película Dirty Dancing o a su abuela en el tocador, arreglándose. Esa es precisamente una de las primeras imágenes que atesora sobre belleza: “Pasaba varias horas maquillándose cada mañana. Se hacía algo muy concreto y elaborado. Ella tenía sus colores particulares y todo. Lo recuerdo como algo muy impresionante”, cuenta por teléfono desde Los Ángeles. Hija de un doctor y de un ama de casa, defiende que su infancia fue completamente normal, entre Israel y Estados Unidos, pero ya entonces podía sentirse una corriente de excepcionalidad y una madurez poco común. Con nueve años decidió hacerse vegetariana y con 12 pasó sus vacaciones escolares en un set de rodaje. No era un trabajo de aficionados, sino la película de culto de Luc Besson El profesional (Léon), de 1994, y Portman era plenamente consciente de su papel protagonista: “Era divertido y lo veía como un juego, pero también entendía que se trataba de un entorno profesional. Sabía cómo seguir las reglas”.

Acató algunas normas, pero se rebeló contra las que le chirriaban. Quizá por eso ahora, casi tres décadas después, puede presumir de ser una rara avis en la industria. Es una de las pocas actrices que habiendo empezado casi de niña sigue en lo más alto sin perder el norte de la sensatez ni tirar la toalla de lo que le importa. Lo suyo se debe a una interesante mezcla de talento, inteligencia y compromiso. Ha dado vida a personajes que ya forman parte de la cultura popular en cintas como Beautiful Girls (1996), Closer (2004), V de Vendetta (2005), Jackie (2016) o Cisne negro (2011), la obra de Darren Aronofsky con la que ganó un Oscar, un Globo de Oro y un Bafta y en la que conoció al que sería su marido y padre de sus dos hijos, el coreógrafo Benjamin Millepied. ¿Lo más reciente? Convertirse en heroína en lo último de Marvel, Thor: Love and Thunder. También fue Padmé Amidala en los primeros tres episodios de Star Wars, su debut en el mundo de los blockbusters. Aquello supuso un hito, pero en ese momento la israelí tenía otras prioridades: se perdió el gran estreno en Los Ángeles porque coincidió con sus exámenes finales en el instituto. Antepuso sus estudios a su carrera en Hollywood y en 2003 se graduó en Psicología en Harvard.

Sus padres sentaron las bases y ayudaron a que no se desviara en los vulnerables años de la adolescencia. “Creo que es fundamental que estén presentes todo el tiempo. En la misma sala. Las horas de trabajo deben ser pocas y no se debe faltar a clase. Es lo que hicieron conmigo y creo que fue muy importante. Es lo que necesitas, educación y estar cerca de otros niños. Para no olvidarte de ser un niño y para estar expuesto a otras cosas, por si cuando llegas a adulto no te quieras dedicar a esto”. En su trabajo junto a Besson sus progenitores fueron los que exigieron que el rodaje coincidiera con el verano y los que se impusieron para conseguir un par de cambios de guion (no saldría desnuda y eliminaron las escenas en las que la niña cometía un asesinato).

A aquella Natalie que empezaba en el oficio solo le recomendaría que “celebre las cosas que la hacen diferente y que no intente encajar”. Que disfrute del camino. Treinta años después es aristocracia de un sector complicado que analiza con la mirada de la que ha vivido en primera persona su transformación. Especialmente en lo concerniente al rol de las mujeres desde el estallido del caso Weinstein, a finales de 2017: “Realmente fue increíble. Siento que lideraron el movimiento mujeres como Tarana Burke, que inició el MeToo, y luego las otras que se presentaron con mucha valentía en torno a las acusaciones de Weinstein o Ashley Judd, que fue la primera actriz conocida en hablar”. Aquellas oscilaciones tectónicas provocaron cambios irrevocables que mejoraron el día a día de la intérprete. Todos se resumen con una palabra (que no por manida pierde encanto): sororidad. “El MeToo creó una comunidad en un instante. Antes las mujeres habíamos estado aisladas unas de otras. Nos habían mantenido separadas de muchas maneras: generalmente solo había una mujer en cada película y nunca habíamos vivido la experiencia de pasar tiempo de calidad juntas. Pero de repente éramos un grupo, nos apoyábamos mutuamente, nos celebrábamos, trabajábamos juntas, creábamos juntas. Fue algo mágico que ha perdurado. Las amistades que nacieron entonces se han mantenido”. Pese a todo, el objetivo de la igualdad sigue quedando lejos, reconoce. “Creo que se ha acelerado en los últimos años. Coincido en que la conversación sobre el tema ha servido para ejercer presión sobre el cambio. Pero aún queda mucho por hacer”. El recorrido está lleno de trampas que pueden devolver a la casilla de salida, especialmente cuando se impone la inestabilidad. “Estamos en un punto en el que las industrias del cine y de la televisión están cambiando muy rápidamente. Estamos experimentando un cambio de negocio en paralelo al cambio social y seguramente no sea lo mejor para el cambio social. Se contratan más mujeres directoras, pero me hubiera gustado que se las hubiera contratado cuando el negocio del cine estaba boyante y los presupuestos eran más grandes para todos. Ahora es un periodo complicado para el sector en el que la desigualdad se amplía, se vuelve más dura”.

Resulta sorprendente, tras escucharla razonar sobre varios temas, que ella también se desgaste con el síndrome de la impostora: “Quiero probarlo todo, no quiero ponerme límites a mí misma diciendo que no puedo hacer algo, pero dudo de mí todo el tiempo y siento que hay cosas que me gustan en las que no soy tan buena como otros que tienen un gran talento. En la comedia, por ejemplo, de la que me encantaría aprender más”. Lo cierto es que hoy forma parte de un selecto grupo en Hollywood que puede permitirse lo que pocos: hacer lo que quiere. Elegir papeles o dar forma a las historias que le interesan. En 2015 tomó los mandos de la cámara y dirigió (además de escribir y protagonizar) la biografía de Amos Oz, Una historia de amor y oscuridad. “Quería desafiarme a mí misma. Sentía que tenía cosas que contar y quería probar el liderazgo. Fue importante para mí y también una experiencia nueva y divertida”. Otra de sus prerrogativas como influyente nombre del panorama es, defiende, un derecho y una obligación: ser altavoz para distintas causas. “El medio ambiente está ahora mismo en el centro de todo, es el futuro de nuestros niños. Por supuesto está íntimamente ligado con los derechos indígenas, con el trato a las personas de color o con el trato a las mujeres. Todo está relacionado porque todo tiene que ver con el respeto básico por los seres vivos. También, por supuesto, con las conexiones históricas de la forma en la que veíamos a la Tierra como femenina y la forma en que tratamos a las mujeres en la sociedad. Pienso que todos los problemas están entrelazados y estamos en un momento crucial para afrontarlos”. La actriz se ha posicionado contra el maltrato animal, contra el cambio climático, a favor del matrimonio del mismo sexo y es una firme feminista, defensora de los derechos reproductivos de las mujeres. “Desafortunadamente aún no llegamos al mundo en igualdad de condiciones a los hombres. Ojalá pudiéramos simplemente centrarnos en la creación, en nuestras ideas, en nuestras alegrías o en cómo queremos vivir nuestras vidas. Pero también tenemos que luchar por la igualdad. Es necesario que protestemos los que tenemos la suerte de estar en el ojo público”.

Hoy Portman no pasaría varias horas diarias maquillándose frente al espejo, como hacía su abuela, pero sí tiene manías, como lavarse los dientes en cuanto se despierta: “No puedo pasar ni un segundo sin hacerlo. Luego ya me lavo la cara, me aplico hidratante y protección solar”. Valora la sencillez y las aportaciones que faciliten el día a día. Por eso aprecia las propuestas de la directora creativa de Dior, Maria Grazia Chiuri, que la suele vestir en muchas de sus apariciones públicas. “Me ha inspirado cómo se ha atrevido a usar la moda para expresar ideas feministas. Ya sea de forma más evidente, poniendo un mensaje en una camiseta, o haciendo zapatos cómodos o ropa funcional para mujeres que trabajan, corren o bailan. Prendas que te puedes poner y quitar tú sola. Hay muchos aspectos de la moda que tienen un gran impacto en la libertad de las mujeres de forma práctica”. A la maison francesa le une una larga amistad: es embajadora de su división de belleza desde hace más de 20 años, una relación de larga duración poco común en un escenario en el que actrices y marcas saltan promiscuamente de unas a otras. “He sentido que Dior es una familia; hay mucha lealtad, amor, respeto y valores compartidos. Estoy feliz con el compromiso de la empresa con el medio ambiente y con la creación de productos limpios y sostenibles. También con su mensaje de hermandad, de mujeres que elevan a otras mujeres de una manera que me toca el corazón. Ha sido un vínculo muy importante en mi vida”. Este otoño pone rostro a la nueva campaña de labiales de la marca, un cosmético con superpoderes: “Me encanta el labio rojo. Me siento más audaz y fuerte cuando me lo pinto. Siempre llevo un pintalabios en el bolso, casi como un arma secreta, en caso de que necesite un extra de fortaleza. Es curioso cómo lo consigue. Es muy bonito que un gesto tan sencillo pueda tener un impacto tan grande en cómo te sientes”. Es la magia del maquillaje, que ahora además solo requiere unos segundos.

*Maquillaje: Peter Philips. Peluquería: Mara Roznak. Manicura: Ana Marshall.