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La moda encumbra a la anti-Wintour

Grace Coddington publica sus memorias y consolida su perfil como la figura más universalmente adorada entre la pandilla ‘fashion’.

Grace cover
Getty

No podrían haberlas diseñado mejor. Anna Wintour y Grace Coddington, su directora creativa en Vogue USA, suelen sentarse juntas en las primeras filas de los desfiles. Y sus looks registrados son de lo más fácil de identificar y catalogar: en el corte de pelo bob de una, ni un pelo se mueve sin permiso. En la alocada melena pelirroja de la otra, rutinariamente descrita como boticelliana o prerrafaelita, los rizos se disparan en mil direcciones. Incluso un niño captaría el mensaje: si una representa el rigor, la otra encarna la creatividad.

Seguramente, hay muchos más matices más allá de este esquemático reparto de papeles, pero ¿quién tiene tiempo para menudencias? A los medios, al universo de la moda y a ellas mismas les beneficia esta dicotomía. Hay dos zarinas en Vogue (con respeto de la jerarquía) y si a una se la teme, a la otra se la adora. La imagen de Grace Coddington como la excéntrica tía preferida de fotógrafos, estilistas y diseñadores (la suya es una de las camisetas más vendidas de las que el ilustrador Michael Roberts ha diseñado con capitostes de la moda y que se venden en 10 Corso Como en Milán y Colette en París) quedó prefijada en el documental The September Issue (2009). Allí la ex modelo galesa, que ahora tiene 71 años, aparece continuamente peleando por la integridad artística de su trabajo. Cuando Wintour desecha varias páginas de un elaborado editorial de moda orquestado por Coddington en Versalles, ésta aparece genuinamente tocada. "Eso son probablemente 50.000 dólares de trabajo que no han servido para nada. Me importa mucho lo que hago, si no, no seguiría haciéndolo". A continuación, el director del documental, R.J. Cutler, inserta una de las escenas más recordadas del filme: el gélido y eterno viaje en ascensor que comparten las dos divas en el estudio de Jean Paul Gaultier, sin dirigirse la palabra. 

Culter declaró al New York Times: "Anna es fría, Grace es cálida y lánguida. A Anna le preocupa siempre lo que vendrá después, Grace está más intersada en la perspectiva histórica del arte y la moda. Cada vez que se juntaban, saltaban las chispas". Aunque Wintour se refiere a ella como "genio" en el documental, la propia Coddington no hace mucho por desmentir sus diferencias. "Sentimos respeto mutuo, pero a veces desearía matarla", declaró la estilista al Vogue francés. 

En parte gracias a la fama que le granjeó la película, Random House le ofreció a Coddington más de un millón de dólares por sus memorias que, tras algunos retrasos, verán la luz finalmente el mes que viene. Su revista ya ha publicado un capítulo como adelanto editorial. Allí no habla (todavía) de su famosa jefa, sino de sus inicios como modelo, cuando los sixties apenas estaban swinging. Cuenta cómo fue la primera vez que vio un preservativo, cuando su primer novio se la llevó de fin de semana a una casa de campo, que solía cargar con una botella de vino en el bolso por si se alargaban las sesiones de fotos y da detalles sobre una ruptura amorosa que la noqueó: su prometido, Albert Koski ("un agente de fotógrafos al que a menudo confundían con Warren Beatty") se acostaba también con Françoise Dorléac, la hermana de Catherine Deneuve y protagonista de Las señoritas de Rochefort. De hecho, Dorléac viajaba hacia París para plantearle un ultimatum a Koski cuando estrelló su coche y falleció.

Además de las hermanas Deneuve (las únicas que salían airosas del total look Pacco Rabanne, tipo era espacial, concede la autora), desfilan por el capítulo David Bailey, cuya leyenda de mujeriego se queda corta, al parecer, Ali McGraw, el cineasta Tony Richardson, Vidal Sassoon ("que ensayó conmigo el famoso corte de cinco puntos") y Nena Von Schebrügge, la madre de Uma Thurman. Coddington admite haber sentido ansiedad estilística en sus viajes a Saint Tropez –"Ibas al Sur de Francia un fin de semana y todo el mundo llevaba denim. Volvías la semana siguiente y todos se habían pasado a los florales ingleses. ¡Me preocupaba tanto acertar!"– pero también reclama lo suyo: asegura que ella llevaba las "twigglets", las exageradas pestañas postizas que popularizó Twiggy, "antes de que ésta naciera". Y que las francesas chic iban como locas por copiar los mini-kilts y los jerseicitos de talla infantil de lana Shetland que ella traía de casa.

Coddington ya ha avisado de que su libro, Grace Coddington: an Epic Life in Fashion,  no persigue el escándalo (dedica todo un capítulo a sus gatos) pero seguramente ayudará a consolidar su perfil. Durante la pasada New York Fashion Week, se dedicó a promocionarlo con total (y simpática) desvergüenza, llevando una copia a casi todos los desfiles y poniéndose a hojear su propio libro en cuanto se acercaban los fotógrafos. Si otra lo hubiera hecho, le hubieran llovido las críticas, pero Grace es Grace. La columnista del New York Times Maureen Dowd comparó con acierto el tándem Wintour-Coddington con otra veterana pareja laboral de origen británico: Mick Jagger y Keith Richards. Para la épica y la historiografía del pop, Jagger es el frío cerebro y el motor económico de los Stoens, mientras que Richards es su descacharrada alma bohemia. Si lo simple funciona, ¿para qué cambiarlo?

Una joven Coddington, de cuando «en Inglaterra, la gente creía que modelo significaba prostituta», según cuenta en su libro.

Getty

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