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Jamie Dornan: «Personalmente, no me va el sadomasoquismo»

Y Christian Grey se hizo carne. El actor británico pone cara (y cuerpo escultural) a la fantasía sexual creada por E. L. James, que el 13 de febrero llega a los cines.

Jamie Dornan

El nuevo objeto del deseo se llama Jamie Dornan. Norirlandés de mirada clara, se ríe con un gesto desenfadado, insinuante. Del traje que llevaba puesto hace un rato le quedan la camisa blanca –remangada y sin corbata– y unos pantalones grises de verano –todavía bien planchados– con los que capea el invierno californiano. A este actor de 32 años no se le nota una pizca de nerviosismo ante el gran salto que está a punto de dar. Porque una cosa es saber que Dornan protagoniza 50 sombras de Grey (lleva meses rodando junto a Dakota Johnson la película más esperada de este invierno, que se estrena el 13 de febrero), pero otra muy diferente será verlo en pantalla encarnando al hombre más deseado del planeta, Christian Grey.

La cinta, por si queda alguien que no lo sepa, se basa en el primer volumen de la trilogía de la autora británica E. L. James, convertida en fenómeno literario internacional –más de 100 millones de copias vendidas en todo el mundo– y enseña del género mommy porn (porno para madres).

El actor ha llegado hasta aquí bien preparado: Sofia Coppola descubrió su atractivo en María Antonieta, fue modelo de Calvin Klein (y hombre objeto de Eva Mendes en una de sus campañas) y salió con Keira Knightley… También lo avalan sus últimos trabajos en televisión, las series Érase una vez (donde era el sheriff Graham) y The Fall (interpreta al psicólogo y asesino en serie Paul Spector).

Es curioso que, como a Christian Grey, a Dornan le acompaña un pasado trágico. Su madre murió de cáncer de páncreas cuando no era más que un chaval de 15 años y, meses más tarde, uno de sus mejores amigos falleció en un accidente de tráfico. Pero no ha venido al Chateau Marmont de Los Ángeles para hablar del pasado. Este hijo de familia metodista criado en Belfast está disfrutando de la calma antes de la tormenta (además de 50 sombras de Grey prepara una película con John Wells y otra con Alexandre Aja). Y afronta su ascenso al estrellato junto con su mujer, la actriz, cantante y pianista inglesa Amelia Warner –conocida como Slow Moving Millie–, y su hija de poco más de un año.

¿Qué opina su esposa de todo esto?

No tengo nada de lo que disculparme. Ella también fue actriz y conoce el tema. Sabe que actuar es pretender. No es real. Al revés, me felicitó por mi trabajo.

The New York Times dice que tiene un «torso de oro». Primero ha sido modelo en algunas de las campañas con más sensualidad del mercado y ahora protagoniza la película con mayor carga erótica del año. ¿Tan cómodo se siente en su propia piel?

Nadie se siente totalmente cómodo con su cuerpo. Y yo no soy diferente. Sí es cierto que el hecho de haber sido modelo ha facilitado mi trabajo en la película. Existen elementos similares en cine y en publicidad. La gran diferencia es que, como modelo, tu labor consiste en capturar el momento, pero fuera de eso puedes estornudar, reírte, rascarte la oreja… Pero como Grey, no podía salirme de la intensidad que marcaba el personaje.

Y en su opinión, ¿existe algún parecido entre Christian Grey y Jamie Dornan?

No, entre otras cosas porque no existe nadie como Grey. Al menos, yo no conozco a nadie así. Es una fantasía, un superhéroe, el protagonista de un cuento de hadas, un hombre inalcanzable. Ese es parte de su atractivo, que no conocemos a otro así.

El hombre que tengo delante parece accesible, pero esta película va a convertirlo en el más deseado del planeta. ¿Cómo se prepara para algo así?

Es imposible. Solo te queda aceptarlo. Me parece estupendo que la gente me encuentre sexy; si les gusta lo que hay debajo de esta camisa, bienvenidos. Pero no hay nada que pueda hacer para prepararme.

Jamie Dornan junto a Dakota Johnson

Cordon Press

Al menos se habrá puesto al día físicamente, ¿o este es su cuerpo de todos los días?

Como te podría decir cualquiera, cuatro semanas no son suficientes para preparar un cuerpo. Ese es el tiempo que tuve desde que supe que iba a interpretar el papel de Grey hasta que comenzamos a rodar. Afortunadamente, gozo de buenos genes y de un metabolismo que no me deja ganar peso. Pero carezco de disciplina. Siempre me doy excusas. Como padre que trabaja, me digo que no me queda tiempo para ir al gimnasio, en lugar de poner el despertador a las cinco, suena a las seis y media. Pero me gusta el deporte. Y competir: rugby, fútbol… Hasta una partida de tenis de mesa que jugué estas Navidades la convertí en un torneo competitivo. Me tomo estas cosas realmente en serio.

Hubo muchos candidatos para el papel y al final fue el elegido. ¿Está nervioso por cómo le juzgarán los fans de la novela?

Sé que no soy el Christian Grey que todos querrían. Los libros son así. Todos los leemos y nos hacemos nuestra propia composición de los personajes. No soy el personaje que esperan, como tampoco lo habrían sido Charlie Hunnam, Matt Bomer, Alexander Skarsgard… o cualquiera de los otros mencionados para interpretarlo. Afortunadamente, para la gente del estudio, para Sam Taylor-Johnson –la directora– y para todos los que tienen algo que decir en temas de casting, fui la elección acertada. Y aquí estoy.

¿A qué cree que se debe el éxito de este libro entre las mujeres?

Al poder, a su control y también al hecho de que Grey sea descrito como el epítome de la belleza masculina.

¿Y el tema del sadomasoquista? ¿Lo entiende y comparte?

Para nosotros 50 sombras de Grey es sobre todo una historia de amor. Pero no hemos descubierto ningún secreto oculto: el sadomaso existe, no hay nada de malo en ello, no es un crimen. Personalmente no me va, pero entiendo a la gente que lo practica y quizá esta película le abra los ojos a más de uno.

Supongo que necesitaría aprendizaje en este terreno.

Por supuesto. Contamos con una especie de consejero en sadomasoquismo, Liam, que estuvo con nosotros durante el rodaje. Una noche me invitó a la habitación que utiliza para su diversión y le vi con una de sus sumisas. Resultó una experiencia muy interesante.

Tengo entendido que durante la película hubo algo peor que estar desnudo: vestir el saco de la vergüenza, lo que en España se conoce también como el calcetín.

Por supuesto que es peor que estar totalmente desnudo. Se trata de una manera muy rara de comenzar el día y deja bien claro lo que te espera el resto de la jornada. Resulta imposible sacarte de la cabeza la idea de que estás haciendo una película erótica cuando tienes todas tus partes ataditas a esa bolsa de color carne.

Parece difícil imaginar un rodaje como este sin que toda esa carga erótica acabe con una buena carcajada de vez en cuando.

Hubo más de un ataque de risa. Por ejemplo, con los objetos que utilizamos en las sesiones de sadomasoquismo y que desconocíamos antes de que llegaran a nuestras manos. O, simplemente, al grabar las escenas de cama. Porque lo de rodar a puerta cerrada es una falacia. Mientras estás dando vida a esos momentos tan íntimos, alguien está operando con la cámara en tus narices, otros sujetan un micrófono en tu cabeza y el set está lleno de chicas que no dejan de mirar.

Si las predicciones son correctas y van a verlo los 100 millones de personas que han leído el libro, tenemos un taquillazo. Un buen momento para ponerse de gala. ¿Comparte al menos la elegancia en el vestir del protagonista?

¿Yo? Mi armario es una ruina. Lo abres y se viene todo abajo. Puedo hacer un esfuerzo para quedar bien en la alfombra roja. De nuevo, los años de trabajo en la industria de la moda me han enseñado algo. Me gustan los trajes y tengo prendas que me dieron en mis años de modelo. Aunque no me van las tendencias y me siento la mar de bien con un Levi’s y una camiseta. Pero cuando me pongo un traje como el de Louis Vuitton que llevé a los Globos de Oro me doy cuenta de que tal vez debería de vestir así más a menudo.

¿Y no se afeitará la barba?

Cada uno es como es. Y yo soy un hombre pegado a una barba. No me gusto sin ella. Me siento desnudo. Todos tenemos un punto débil; el mío es la cara. No me gusta. Y, por encima de todo, odio afeitarme.

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