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Colgados por Miranda: la rocambolesca historia de la rubia que hipnotizó y engañó a todos los poderosos

Desde Bob Dylan a Richard Gere pasando por Warren Beatty, Billy Joel, Sting, De Niro o Ted Kennedy. Fue uno de los mayores secretos a voces de los 80 y el escándalo explotó a finales de los 90: cómo una voz al otro lado del teléfono consiguió seducir a la plana mayor de la esfera cultural, deportiva y política haciéndose pasar por una atractiva rubia millonaria con descapotable.

De izquierda a derecha y de arriba abajo: Robert de Niro, Richard Gere, Warren Beatty, Quincy Jones, Bob Dylan, Sting, Eric Clapton y Ted Kennedy. Todos mantuvieron una relación telefónica con Miranda.
De izquierda a derecha y de arriba abajo: Robert de Niro, Richard Gere, Warren Beatty, Quincy Jones, Bob Dylan, Sting, Eric Clapton y Ted Kennedy. Todos mantuvieron una relación telefónica con Miranda.Getty

Se calcula que fueron varias docenas de hombres los que estuvieron locos por ella. No eran, precisamente, tipos corrientes: el senador Ted Kennedy, artistas conocidos mundialmente (Sting, Bono, Eric Clapton, Bob Dylan, Art Garfunkel, Peter Wolf), actores (Robert de Niro, Warren Beatty, Richard Gere, Patrick O’Neal), tenistas de renombre (Vitas Gerulaitis, Guillermo Vilas) o productores, guionistas y directores de cine y TV (Paul Schrader, Michael Apted, Buck Henry, Jack Haley Jr.). Todos acabaron colgados por Miranda Grosvenor. Y sin haberla visto ni una sola vez en su vida.

En los años 80, mucho antes del catfishing o de la imparable invasión de Internet a cualquier rincón de nuestra esfera privada, la plana mayor de los hombres más poderosos y apetecibles del showbiz vivió encaprichada (y en algunos casos profundamente obsesionada) por la voz y conversaciones telefónicas que ofrecía una supuesta veinteañera rubia adinerada –a algunos les dijo que era británica, a otros que era de Nueva Orleans–, medio modelo y medio estudiante, que conducía un Ferrari rojo y que presumía de conocer las intimidades de los poderosos, con pruebas para demostrarlo. La leyenda dice que Miranda Grosvenor ayudó a pulir canciones icónicas (Uptown Girl de Billy Joel, el artista barajó escribir un musical en torno los mensajes que se dejaban mutuamente en el contestador), inspiró un personaje en las novelas de detectives de Kinky Friedman e incluso tuvo su momento de gloria de namedropping en el show de Johnny Carson (que se puede escuchar en este podcast, minuto 14:10). La rubia despampanante con la que todos los famosos creían que hablaban («¿tú también charlas con Miranda?», se decían, asombrados y decepcionados por no ser los únicos al enterarse) nunca existió en la vida real. Todo era una farsa ideada por Whitney Walton, una elocuente y asombrosa trabajadora social de Baton Rouge (Luisana, EEUU), capaz de hacerse con la lista telefónica más deseada de los 80 y 90 a base de una voz seductora y un buen puñado de jugosas anécdotas. Conoció a todos. Y todos se morían por hablar con ella.

Robert de Niro, otro de los famosos que solía charlar con Miranda por teléfono, compró los derechos para la película sobre la historia en el año 2000. Nunca se ha materializado.
Robert de Niro, otro de los famosos que solía charlar con Miranda por teléfono, compró los derechos para la película sobre la historia en el año 2000. Nunca se ha materializado.Getty (AFP/Getty Images)

Miranda nunca ofreció sexo telefónico. Walton sabía que lo mejor para que su personaje triunfase era proyectar en sus interlocutores la imagen de una mujer sexy, inteligente, poderosa y con información privilegiada sobre el resto de hombres que admiraban y con los que medían sus logros personales. Un combo mental de piernas de escándalo y cerebro prodigioso, listo para ofrecer las conversaciones más suculentas de la industria. «Solo te llamaba y era muy, muy seductora. Divertida. Sexy. Era increíble», recordaría Paul Schrader en el mítico exposé que publicó Bryan Burrough en Vanity Fair en 1999. «La información que tenía del resto de gente era muy precisa. Ella sabía el cómo, cuándo, dónde y quién iba a hacer tal o cual proyecto«, explicó el guionista de Taxi Driver, que ofreció mayor luz para entender cómo una desconocida conseguía ampliar y mantener su red de contactos: «Una vez que te cazaba, entrabas en el juego. Ella sabía la mitad de trapos sucios de alguien, a lo que tú añadías otro 10% . Entonces ella cogía ese 60% e iba a la siguiente persona… Y siempre había ese coqueteo sobre lo atractiva que era y cómo te describía a sus amigos. Todo iba sobre conversación, mucho flirteo y un networking poderoso».

Grosvenor (Walton) solía utilizar dos técnicas para alargar su lista de ligues telefónicos: o fingía una equivocación al llamar a alguno de ellos o directamente se presentaba al poderoso en cuestión con mucha seguridad y dejando caer alguna anécdota de otro conocido común. Nunca colgaron. Siempre querían más. «Muchísimas noches ella fue mi única amiga», rememoraría Billy Joel a Burrough. El artista sabía que también llamaba a Sting o Eric Clapton: «Como ellos decían, Miranda era buena con el teléfono». «Pregunta a Buck (Henry), pregunta a cualquiera, todos estaban obsesionados con esta chica. Fue algo extraordinario», añadió Brian McNally, dueño de uno de los restaurantes más famosos de la época.

Bono y Sting también fueron asiduos a las llamadas de Miranda, según defendió Billy Joel, que llegó a enviarle un rolex y diamantes y probaba sus canciones dejándoles mensajes en el contestador.
Bono y Sting también fueron asiduos a las llamadas de Miranda, según defendió Billy Joel, que llegó a enviarle un rolex y diamantes y probaba sus canciones dejándoles mensajes en el contestador.Getty (Getty Images)

Muchos intentaron quedar con ella. Schrader llegó a reservar habitaciones de hotel en múltiples ocasiones, pero Miranda nunca aparecía. Cualquier excusa servía: tenía que estudiar, su padre estaba enfermo, tenía que viajar de imprevisto. Todo cambió cuando apareció en escena Richard Perry, una leyenda de la producción musical que dos décadas después se convertiría en pareja de Jane Fonda. Al empezar su relación telefónica con Grosvenor –a él le dijo que se llamaba Ariana–, Perry vivía con dos gatos en la mansión que Reagan construyó a Jane Wyman, en Los Ángeles. En su casa prodigaban fotos de animadas reuniones con Paul McCartney, Frank Sinatra o Ringo Starr. Había trabajado con Barbra Streisand o Carly Simon, pero el productor decidió aislarse para enamorarse hasta la médula de la falsa modelo del Ferrari rojo. Se llamaban cuatro veces al día. Salía del estudio de grabación a las siete como un reloj para poner el altavoz mientras cenaba y hablaba con ella. Fue el mismo que sintió «como un cuchillo atravesaba mi corazón» cuando el dueño de A&M Records, Gil Friesen, le contó que una tal Miranda, también universitaria en Tulane, hacía «exactamente lo mismo» con él al teléfono. Perry quiso averiguar más. Buck Henry, guionista y una de las leyendas de Saturday Night Live (fue anfitrión del programa hasta 10 veces), amigo personal del productor, le confirmó que había descubierto todo el pastel. Henry también se había obsesionado con Miranda, pero de distinta forma. Tras unas cuantas llamadas con la supuesta sensual rubia, Henry quiso tirar del hilo y con su novia de la época, una diseñadora de la revista Time, Irene Ramp, contactaron con los investigadores de la publicación para encontrar a la desconocida. Al poco tenían un nombre: Whitney Walton, residente en Baton Rouge. Precisamente habían encontrado una noticia suya de 1978 en la prensa local en la que Walton ofrecía una charla a los ancianos de la región para evitar ser víctimas de timadores.

Pese a las advertencias de su amigo guionista, Richard Perry decidió seguir con las llamadas y grabar las conversaciones. Cuando tuvo fuerzas para enfrentarse a Ariana, esta le confirmó que era Whitney Walton y que su objetivo era «hacer que cualquier hombre del planeta se enamorase de ella». Él no desfalleció, siguió enamorado y a los pocos meses el productor se empeñó en conocerse en persona en un hotel de Nueva York. Pese a que varios amigos de Walton se habían puesto en contacto con él para advertirle que «no era la persona que imaginaba», al llegar vio que no había ninguna modelo aristócrata de piernas largas sino una «treinteañera desaliñada con sobrepeso y un lunar gigante en su mejilla». De poco sirvieron las múltiples y estimulantes conversaciones, todas esas horas invertidas en idealizar la fascinante mente de aquella mujer. El físico, una vez más, venció a la fantasía. Tras el fallido encuentro, Perry se dejó caer por casa de Art Garfunkel. Le contó todo lo que le había pasado y éste, sorprendido, le dijo que también había hablado con ella durante meses y hasta estuvo a punto de llevarla de vacaciones a Suiza. La dejó al día siguiente y cortó toda relación con ella. Walton, según explicó el productor a Burrough, acabaría desconsolada y llorando, alegando que estaba enamorada de él y escribiéndole una nota manuscrita a su casa semanas más tarde que rezaba: «Has roto todas mis ventanas y arrasado con todas mis puertas. W». La volvería a ver tres años después, en un restaurante de Beverly Hills, sentada junto a Quincy Jones.

El productor musical Richard Perry –que después iniciaría una relación con Jane Fonda– descubrió a la farsante y siguió enamorado pese a la verdad… hasta que la conoció en persona.
El productor musical Richard Perry –que después iniciaría una relación con Jane Fonda– descubrió a la farsante y siguió enamorado pese a la verdad… hasta que la conoció en persona.Getty (Getty Images)

Poco después de que el exposé que firmó Burrough se publicase en Vanity Fair –el escritor llegó a visitarla en Luisiana hasta su humilde despacho como trabajadora social, ella negó impasible toda relación con Grosvenor o con los famosos implicados, pero sus compañeros de trabajo confirmaron la historia y hasta haber escuchado cintas de mensajes de Billy Joel o tenistas conocidos–, Whitney Walton se convirtió en la mujer más buscada de la industria cinematográfica y literaria. Era una historia demasiado jugosa como para no adaptarla a la gran pantalla.

En abril del año 2000 se anunció un contrato millonario con HarperCollins para unas memorias en dos versiones: escritas y en audiolibro narradas por ella misma, claro. MGM y la productora de Robert de Niro –otro de los conocidos contertulios de Miranda– se hicieron con los derechos de la película. Ni el libro ni la cinta se han llegado a materializar. Según una página de obituarios, Whitney Walton falleció el 24 de febrero de 2016. Allí aparece una foto de una mujer atractiva, rubia y con el lunar en la mejilla que tanto destacaron los hombres que la conocieron en persona. El porqué nunca salieron a la luz aquellas memorias continúa siendo un misterio. Como el de qué contaron aquellos hombres poderosos a la seductora rubia del deportivo rojo al otro lado de la línea.

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