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Christina Rosenvinge: “He leído muchas frases sexistas sobre mí. A las mujeres no se nos reconoce el cerebro que hay detrás”

Reunimos a Christina Rosenvinge y Almudena Grandes, agitadoras culturales y Premios Nacionales 2018, para hablar del compromiso con la escritura, la igualdad, el lenguaje inclusivo, el sexo en la literatura y cómo se hace un buen cocido.

Christina lleva americana de H&M, camisa de THE KOOPLES, pantalón de LEVI’S y botines de THE KOOPLES. Almudena viste conjunto de top, pantalón y collar de MARTINO MIDALI.
Christina lleva americana de H&M, camisa de THE KOOPLES, pantalón de LEVI’S y botines de THE KOOPLES. Almudena viste conjunto de top, pantalón y collar de MARTINO MIDALI.Jorge Fuembuena

Cambiar conciencias. Reiteran el mensaje, y el tono de ambas es siempre categórico. Son Almudena Grandes y Christina Rosenvinge; una Premio Nacional de Narrativa por su libro Los pacientes del doctor García (Tusquets) y la otra de Músicas Actuales ocho meses después de publicar su último disco, Un hombre rubio. Viejas conocidas, se saludan con afecto. Había un cocido pendiente. “Me han dicho que Almudena hace el mejor de Madrid”, dice la compositora. La escritora lo confirma: “Porque lo tengo hirviendo hasta que se aburre. Los guisos de cocción lenta son buenísimos para escribir; te dan una excusa para levantarte cada 20 minutos”, sonríe. Ambas podrían charlar sobre cocina, flamenco, poesía, y Margaret Atwood durante horas. Feministas contra la castración intelectual y la emocional, nada más verse comienzan a hablar de sus hijos y asuntos caseros varios.

La casa y los hijos están grabados en nuestro ADN. ¿Creen que sus parejas habrían tenido la misma conversación al saludarse?

ALMUDENA GRANDES: Hablar de la vida cotidiana ha sido siempre el ámbito de las mujeres, la vida privada…

CHRISTINA ROSENVINGE: Yo le contaba que me he comprado una aspiradora de estas que trabajan solas. Y estoy convencida de que si me encuentro con Luis (García Montero, marido de Almudena), habríamos tenido una conversación casi calcada. Las mujeres, lo primero que hacemos es montar una casa. Y la llegada de estos robots es liberadora. Conozco a muchos hombres que lo ven así ahora.

¿Están cambiando? Los hombres, digo.

A.G.: Totalmente, aunque son tan listos que, claro, en el cambio de costumbres, ellos se quedan con lo que hasta ahora se habían perdido, que son los hijos. ¿Cómo les iba a gustar limpiar el polvo?

Ambas han recibido un Premio Nacional este año. Almudena es la 7ª mujer en ganar el de Narrativa de un total de 68 galardonados. Cristina, cuya categoría es más reciente, es la quinta de diez ediciones.

¿Estamos viviendo, por fin, un cambio de enfoque en los porcentajes por sexos?

A.G.: Yo he sido finalista muchas veces. Recuerdo que cuando tenía treinta y tantos y escribía novelas como El corazón helado me sabía incluso quiénes estaban en el jurado [ríe]. Esta vez me pilló por sorpresa. Y te diré que cuando me dijeron que yo era la séptima mujer, dije: “No puede ser”. Me resultaba inverosímil. Concha Espina, Martín Gaite, Ana María Matute… Vamos, que primero subes al Everest y luego tienes opciones de ganar el Nacional. Pero antes lo han recibido muchos hombres de los que ya no se acuerda nadie, ni de su nombre ni de las novelas con las que lo han ganado. Las mujeres, hasta que no llevas una vida escribiendo, no lo ganan. Eso es así.

Christina Rosenvinge: «La crítica adjudica tus logros a los hombres».
Christina Rosenvinge: «La crítica adjudica tus logros a los hombres».Jorge Fuembuena

Este año, por primera vez, también tanto el Cervantes como los Nacionales de las Letras, Poesía y Ensayo lo han celebrado mujeres. ¿Qué está pasando?

A.G.: Yo creo que, de repente, hay una conciencia. Una cierta sensibilidad social, como se dice ahora. Hemos llegado a un punto en el que, si no ganan mujeres eso habla mal del jurado y del premio. Y que hay mucho que compensar. Pero hasta que las haya que lo ganen con su primera novela, o con una novela mediocre, como tantos hombres, no habrá igualdad.

C.R.: A mí me hace mucha gracia escuchar a algunos señoros diciendo esto de: “Es que claro, ahora se lo están dando todo a las mujeres”. Y pienso: ¿Estáis poniendo en duda que se estén dando por la calidad del trabajo y no ponéis en duda que se hayan dado por su sexo a los 50 que han venido antes?

A.G.: No les chirría. Es como el tema del maltrato. Cuando te dicen: “¿Pero a ti no te preocupa que a un hombre le puedan condenar injustamente?”. Y tú le contestas: “¿Y a ti no te preocupa ni te ha preocupado que cada año maten a 60?”.

¿Desde cuándo escriben y por qué?

A.G.: Yo escribo desde que soy muy pequeña. Primero quería ser azafata o enfermera. En aquella época todas queríamos ser eso, lo mismo que ahora quieren ser modelos o concursantes de Gran Hermano. Pero antes de ser la niña que ganaba el concurso de redacción todos los años en el colegio, mi padre nos llevaba todos los domingos a merendar con mi abuelo para ver el partido. A los niños nos daban lápiz y papel para dibujar y a mí, como dibujar me aburría, una tía abuela me dijo un día: “¿Y porqué no escribes un cuento?”.

C.R.: En mi casa había muchos libros. Mi hermana tenía los cuentos de Alan Poe, y lo primero que hice fue aficionarme a los de terror. Cogía los folios, les quemaba los márgenes para ambientarme y con pluma escribía historias de miedo. Así empecé a escribir. La música, en realidad, llegó a mi vida a través del ballet. Mi padre ponía todo el rato cintas de Chopin en el coche. Yo quería aprender a tocar el piano pero comprar un piano era impensable… y me apuntaron a clases de ballet. Imagínate: ¿te gusta la música, cariño? ¡Pues a hacer ballet! [ríe]… Pero me encantó. Tanto, que pensé incluso en dedicarme a ello profesionalmente. Pero ya a partir de los 15 empecé a ir a conciertos, Madrid estaba en un momento muy efervescente, me aficioné a la música y ahí empecé a tocar la guitarra. Mi primera canción debí componerla con veintitantos. Era una muy punki, adolescente, autoafirmativa, hablando de odio más que de amor.

Hablemos de compromiso. Un disco, un libro, ¿debe tener un discurso ideológico?

A.G.: Escribir es, un poco, ajustar cuentas con la realidad. Es obligar a la realidad a ser más justa. ¿Un libro puede ser político? Eso depende de la voluntad del autor. Pero un libro siempre es un producto ideológico. Porque escribir es mirar el mundo. Y la mirada de uno está filtrada por nuestra idea del bien y el mal. De lo que es justo e injusto.

C.R.: Además, el compromiso no está solo en lo que escribes, también se construye a través de todas las elecciones y decisiones que tomas. De hecho, hay una cierta exigencia por un compromiso más explícito que no me gusta que se imponga desde fuera.

A.G.: Es cierto. Adoptar posturas exhibicionistas no incrementa el nivel de compromiso de una obra de arte.

Almudena Grandes: «Si no llevas una vida escribiendo no te premian».
Almudena Grandes: «Si no llevas una vida escribiendo no te premian».Jorge Fuembuena

Vivir al margen de lo popular, de lo establecido o lo fácil. ¿Es una necesidad o también una estrategia?

C.R.: Es una de las decisiones que tienes que tomar. Y siendo mujer es mucho más difícil. Tú puedes pensar en hacer algo fácilmente digerible y llegar a la máxima cantidad de público. O puedes pensar en qué es lo que el momento necesita y, en lugar de correr detrás del público, intentar ir un paso por delante, hacia donde crees que hay que ir. El resultado puede ser una carrera solitaria en la que nadie te sigue y que nadie más que tú entiendes. O lo contrario, un acierto total que te permite sentir que realmente estás abriendo un nuevo camino, teniendo una visión de futuro.

A.G.: En mi caso, yo siento que mis lectores son mi libertad, porque en el momento en que me fallen tendré que empezar a escribir lo que otros creen que debo escribir… o dejar de hacerlo. Tener éxito no tiene que adocenarte. Muchas veces es lo que te permite profundizar en tu exigencia e ir por caminos que no parecen los más fáciles. Cuando yo empecé la serie Episodios de una guerra interminable los periodistas me miraban como si estuviera loca y dije: Puedo hacer esto porque espero que mis lectores me acompañen. Y así ha sido.

¿Se han sentido minusvaloradas en el camino por gente a la que, incluso, respetaban?

A.G.: Pues mira, yo nunca he sentido una limitación agresiva, pero recuerdo que cuando escribí Atlas de geografía humana, sobre cuatro mujeres que contaban su historia, un crítico le dijo a mi marido, porque a mí no tuvo huevos de decírmelo: “Tu mujer, también, ¡que cosas hace!, porque yo mira que quiero apoyarla, pero después de Malena… ¿como se le ocurre hacer otra novela de mujeres?”. Que era como decir, ¿por qué no hace una novela seria? Ese tipo de cosas son agresiones.

C.R.: Son expresiones de los prejuicios.

A.G.: Sí porque, ¿cuál es el problema en la literatura? La mirada masculina se considera universal por defecto. Un hombre escribe y piensa que se dirige por igual a hombres y mujeres. ¿Una mujer solo interpela a las mujeres? Eso es una barbaridad. Esa es la barrera que hay que derribar.

C.R.: ¿Y a qué nos lleva eso? A que a nosotras nos resulta natural identificarnos con hombres. Cuando eres pequeña y empiezas a leer La odisea, ¿con quién te identificas? Pues con Ulises que es el que se lo pasa pipa. Sin embargo, ¿qué hace Penélope? Pues está ahí con la tricotosa… Los personajes femeninos no existen por sí mismos, solo como contrapunto a un personajes masculino muchísimo más desarrollado. Hay que cambiar el imaginario desde la infancia. Desde el colegio. Y luego está la crítica. No valora igual la música hecha por mujeres y hombres. Hace poco una estudiante que prepara una tesis sobre sexismo en la música me mostró críticas de discos míos a lo largo de los años y cuando me enseñó subrayadas en rojo las frases sexistas me quedé impactada.

A.G.: No te habías dado ni cuenta…

C.R.: Sí me había dado cuenta pero una ante todo tiene que tener sentido práctico. Saber cómo quiere ir del punto A al B. Mi abuela escribía poemas que nadie leyó jamás y que estaban en las páginas de un libro de cocina y, sin embargo, yo tengo una tribuna. Estoy agradecida porque he nacido 50 años después y he tenido esta oportunidad que no han tenido tantísimas mujeres antes.

Christina, ¿qué decían esas frases marcadas en rojo?

C.R.: Adjudicaban el mérito de tus logros, tus talentos, tus aciertos, al hombre que tienes al lado: al productor, a los músicos… Tu valor artístico se limita solo a la labor interpretativa. No se te reconoce el cerebro que hay detrás. Resumiendo mucho.

Al menos, en el mundo literario la imagen no tiene tanto peso.

A.G.: Tiene demasiado para lo que debería, que es ninguno.

C.R.: En la música la imagen es demasiado severa, se toma muy en serio, como si tu obligación sobre el escenario fuera agradar.

A.G.: … Sonreír, ser seductora.

C.R.: Este tipo de comentarios también estaban marcados en rojo. Porque en lo de tener que ser atractivos hay un doble juego. Leonard Cohen y Bob Dylan siempre han intentado parecer lo más atractivos y sexys posible sobre un escenario. Pero, mientras que en los hombres eso no pone en entredicho su talento ni distrae el tema, en las mujeres sí.

¿Cómo eran los hombres que las educaron?

C.R.: Yo siempre he percibido una paradoja en los hombres que he tenido alrededor. Por un lado sentían respeto y admiración hacia ti como persona y, por otro, estaban imbuidos en la convención social. Lo vi desde mi propio padre a quien le pareció fatal que yo hiciera una carrera musical, pero no podía menos que expresar admiración o respeto por cómo me expresaba desde pequeña. Esta paradoja la he sentido en muchísimos hombres. No en mis músicos, que siempre he tenido una relación personal y profesional que ha funcionado como soporte potenciador.

A.G.: Yo estoy de acuerdo. La primera y más radical influencia positiva de mi vida fue mi abuelo paterno que hacía conmigo una cosa que yo creía que hacían con todos los niños, que era preguntarme cosas y escucharme. Él era poeta aficionado. Fue la primera persona que creyó que yo podía hacer algo, y era un hombre. Y también me pasó lo que a Cristina. Mi padre era muy machista pero siempre me apoyó. Como él solía sacar los pies del tiesto a menudo, me dejaba sacarlos a mí. No me gustaría que se me entendiera mal, pero creo que la influencia más machista de mi adolescencia y juventud fue mi madre, que nació en el año 35 y era un producto perfecto del franquismo. Estaba en una posición de mucho menos poder que mi padre y su experiencia era más limitada.

¿Qué medidas creen que podrían poner fin a estos límites desde el Estado?

A.G.: Habría que crear un observatorio. Pero a mí me gustaría hacer una puntualización. Me gusta más el concepto de igualdad que el de feminismo. La igualdad es un concepto bendito de todos con todos que no solo previene el machismo y la homofobia, sino un montón de desigualdades más… Y hay que partir de la premisa de que no podemos seguir aceptando políticas de minorías porque somos la mayoría.

C.R.: Y el trabajo empieza en la escuela: los maltratadores de dentro de 20 años están ahora en el colegio. Y es el momento de modificar esas estructuras de su entorno que son insanas.

Como madres, ¿Cómo se educa a un niño para que no sea una machito?

A.G.: Yo no he sido nada pesada en el sentido de decir: ‘Vamos a contar cuentos de princesas que pelean por sus derechos’. Creo que si educas a tus hijos partiendo de la base de que haces lo que puedes y funcionas por instinto… Mis hijas son muy independientes y mi hijo más. No sé si es feminista, pero no es nada machista. Nunca ha cargado con su persona a nadie que viviera a su alrededor.

C.R.: Los seres humanos aprendemos de lo que vemos más que de lo que escuchamos. Y si tu hijo ha vivido un proceso natural en el cual él, a los 12 años, empezó a poner lavadoras porque su camiseta favorita nunca estaba limpia, oye pues eso ya se lo lleva toda la vida.

Christina, la suya es una de esas voces que insisten en que hay que explicar el feminismo a las nuevas generaciones.

C.R.: Es que con el #metoo se habla de feminismo y mucha gente no entiende lo que realmente es. Además, los hombres se benefician también de esta corriente porque parece que es solo una cesión de privilegios y no, señores. Cambiar la estructura social de una sociedad patriarcal a una igualitaria también significa muchas conquistas para ellos. Creo que muchos hombres lo han entendido perfectamente pero la gran mayoría no. No es una guerra de sexos es una modificación de la estructura. Para ellos, dejar de tener toda la carga productiva en la familia significa libertad.

¿Están a favor del uso del lenguaje inclusivo?

A.G.: No. Lo del lenguaje inclusivo es como lo de los coches de gasoil. Va a llegar o va a llegar. Da igual lo que opinen tres o cuatro cráneos privilegiados. Pero yo creo que tenemos la obligación de crear un lenguaje inclusivo que sea perdurable. Y asumir que todos los cambios que vayan en contra de la estructura del lenguaje fracasarán. Ya hay una serie de normas felices que han triunfado: decir ‘persona’ en lugar de ‘hombre’; usar los términos neutros para quitar el masculino: ‘ciudadanía’ en lugar de ‘ciudadano’; los pronombres: decir ‘quienes’ en vez de ‘los que’… Y me parece que como se insista mucho en cargar la inclusión en el desdoblamiento sería la primera vez que una norma antieconómica triunfara en la historia de la lingüística. Hay que prevenir ese fallo. Es evidente que debemos crear un lenguaje inclusivo porque solo somos capaces de pensar lo que decimos.

C.R.: El desdoblamiento no será necesario cuando haya tantas mujeres como hombres hablando en nombre de todos. Y para que eso ocurra tenemos que estar incluidas primero por representación.

A.G.: Además, a veces, el masculino es más inclusivo. Yo cuando gané el premio Liber señalaron: ‘A la autora hispanoamericana más destacada’. Y yo les dije: oye, ¿no lo podéis cambiar? Porque parece un premio de mujeres… Es un debate apasionante. Tenemos la oportunidad de modificar el lenguaje, y no hay que impacientarse. Yo, por ejemplo, cuando estuve en Argentina hace un mes, las periodistas argentinas usan la E como neutro. Se ha puesto de moda decir ‘todes elles’ en vez de ‘todos ellos’…

¿Ha cambiado nuestra forma de tratar o hablar sobre el sexo?

A.G.: En la literatura sí, porque va muy por delante que otras cosas. En los 90 la literatura erótica murió de éxito, y dejó de tener sentido, que está bien, porque siempre es una muerte dulce. Yo tengo la sensación de que no hay problema por hablar de sexo. No más del que tenga cada uno. Pero hay una paradoja. En el cine, en el teatro, en la música… sigue teniendo muchísimo espacio la mujer objeto. Sigue existiendo mucha parafernalia de un sexy plastificado. Sin embargo, hay creadoras que llegan más allá. Y no estoy hablando de 50 sombras de Grey evidentemente. Hablo de la propia Margaret Atwood…

C.R.: Luna Miguel ahora mismo.

A.G.: O Cristina Morales en Terroristas Modernos, que a mí me gustó tanto. Una novela que cuenta una conspiración liberal del siglo XIX en la que hay una escena de sexo, un trío, cuya protagonista no se siente en absoluto ‘culpable’ en ningún momento. Se levanta de muy buen humor, desayuna y se va a comprar el billete para la diligencia. Yo no sé si eso lo habría hecho un escritor de la edad de Cristina. Y, en definitiva, lo que hace es expresar la superioridad sexual de las mujeres. Yo creo que las mujeres somos sexualmente superiores a los hombres. Tenemos una sexualidad más compleja, intensa… interesante.

C.R.: Yo no sé si afirmaría eso tan rotundamente. Pero creo que los hombres están mas atados a la convención que nosotras.

A.G.: Es una forma de superioridad.

C.R.: La sexualidad para los hombres es una forma de afirmación ante los otros hombres. Nosotras no tenemos esa convención. Yo no necesito contarle a Almudena con cuántos hombres estuve ayer.

A.G.: Hacemos hincapié en la calidad, no en la cantidad.

¿Ha cambiado mucho la mujer que escribió Las edades de Lulú o la que compuso Chas?

C.R.: Esencialmente no. Tengo nuevos conocimientos, pero yo no tengo sensación de desgaste. De haber perdido la capacidad de excitarme con lo que hago.

A.G.: En mi caso tampoco. Sin embargo, ahora soy mucho mejor escritora porque he ganado control. Hoy no sucede absolutamente nada en una novela mía que no quiera yo.

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