_
_
_
_
_

Amanda Seyfried: «Todo el mundo debería ver porno»

Veinteañera, espontánea e imposible de etiquetar. Amanda Seyfried es la cara de Very Irrésistible, el perfume emblemático de Givenchy. Entrevistamos a una de las bellezas más prometedoras de Hollywood.

Amanda Seyfried

Cabello rubio, cara de luna y delantera pronunciada. Con esos atributos, podría ser una belleza del montón. Una estadounidense más. Pero la impresión cambia si a esas características les sumamos estas otras: un tatuaje en el pie izquierdo en el que se lee «minge» (vagina, en inglés coloquial), una sinceridad arrolladora y una fijación por el cine de autor que la lleva a alternar taquillazos con proyectos más sesudos. Amanda Seyfried tiene algo. Y no es su voluminosa melena, ni sus piernas delgadas, ni su sonrisa angelical. Es su presencia ribeteada de miradas pillinas y risas explosivas lo que la hace diferente.

La llamaban «alien» de pequeña –sus ojos redondos y azules son realmente extraterrestres–; pero si alguna vez lo fue, es admirable lo bien que se ha adaptado a este planeta. La intérprete, de 28 años, encaja. Ya sea en Hollywood o en Europa; en un estreno o en una presentación. Es precisamente con motivo del lanzamiento de L’Eau en Rose, la nueva versión de Very Irrésistible de Givenchy, cuando nos encontramos con ella. La veinteañera, natural de Pensilvania, comparece en el Pavillon Wagram de París algo cansada, con una falda y una blusa negras de Givenchy, firma a la que representa. La protagonista de Mamma Mia! y Los miserables sufre pánico escénico, por eso no hace teatro y reconoce que nunca la han entrevistado sobria en un plató de televisión. Salvo algunos gestos de timidez, como encogerse de hombros y cruzar las piernas, contiene los nervios. El glamour francés le sienta bien.

En público cumple el guión a rajatabla para concederse luego en privado algunos deslices de espontaneidad, libres de malicia. No será la primera vez. Seyfreid no tiene filtros. «No me interesa que la gente vea mi vagina», en estos términos justificaba hace poco la ausencia de desnudos íntegros en Lovelace, la película sobre la célebre actriz porno pendiente de estreno en España.

Su trayectoria cinematográfica vale como metáfora para explicar cómo la veía el mundo en sus inicios y cómo la ve hoy. Después de trabajos respetados como Chloe (Atom Egoyan, 2009) o Big Love (la serie de HBO), debutó en la cinta adolescente Chicas malas (2004), protagonizada por Lindsay Lohan. En esta comedia interpretaba a Karen, una estudiante tontita capaz de predecir la climatología con el pecho. Así consideraba el planeta a Seyfried, como una actriz guapa y superficial. «Me parece una de mis mejores interpretaciones. Tenía 16 años, era inocente, pensaba que lo estaba haciendo fatal, pero Mark [Waters, el realizador] supo dirigirme, me hizo parecer graciosa y el guión era excelente», asegura Seyfried, ya más relajada en un sillón.

La actriz posa con un vestido floral con transparencias de Givenchy by Riccardo Tisci.

Dusan Reljin para Parfums Givenchy

Acaba de cumplir 28 años; ¿cómo lo ha celebrado?

En un avión y aterrizando en Seúl. Tenía un compromiso en Asia. En el aeropuerto me esperaban fans con fotos de Finn, mi perro; me regalaron muchas cosas. Tendría que haber visto mi maleta, estaba llena de ropa perruna: jerséis, gorros…

¿Le gusta Asia?

Me encanta su filosofía: se esfuerzan por fusionarse con la naturaleza, justo lo contrario que los estadounidenses, más autoindulgentes. En Japón y en Corea del Sur, la gente no es ególatra y el sentimiento de comunidad es fuerte. Cada objeto, cada acto tiene un significado. Y la sociedad es fiel a su pasado. Fui a visitar un museo de diseño en Seúl y me sorprendió su empeño por preservar el entorno. Mientras nosotros nos esforzamos por cargarnos el planeta.

Está vinculada a una firma de belleza, ¿le preocupa la edad?

Todavía soy joven; sería estúpido agobiarse. Además, yo siempre me he sentido una niña. Pero en Hollywood se le da mucha importancia a la belleza, así que soy consciente de los cambios en mi cuerpo. ¡Pero qué más da! Aún tengo tiempo antes de empezar a procrear. Porque así es como funciona para nosotras. Si queremos ser madres, nos toca estar pendientes del reloj biológico; y cuando lo somos, la vida cambia y dejamos de ser crías.

Entonces, ¿quiere tener hijos?

Cuando me sienta preparada.

Está de aniversario; este año cumple una década en el cine. ¿Qué le ha enseñado esta industria?

A ser yo misma. Aunque lo más importante ha sido Finn. Crecí sin mascota, pero siempre quise una. Mi perro le da sentido a la vida. No recuerdo mi existencia sin él. Es mi norte, mi zen, mi estabilidad. ¡Dios, le echo tanto de menos!

¿Qué edad tiene?

Cuatro años. Sé que suena cursi, pero puedo morir tranquila porque sé que he tenido una relación auténtica e incondicional. Tengo unos padres y unos amigos maravillosos e increíbles, pero es sorprendente todo lo que nos da un animal sin exigir nada a cambio. Me llena de esperanza.

Es fácil verla paseando a Finn en camiseta y pantalones, con el cabello recogido en una coleta y casi sin maquillaje por West Hollywood. ¿Se arregla por obligación?

¡Me encanta el glamour! Pero crecí apartada de ese mundo e ignoraba sus leyes. Cuando llegué a Hollywood, me encontré con toda esa elegancia chic que se mira pero no se toca. La admiraba detrás de una barrera. Hoy, en cambio, soy imagen de Givenchy, una de las casas más antiguas y cool del mundo. De adolescente, no le daba importancia al estilo, pero hoy sí porque es una forma de expresión, una manifestación artística y una prolongación de la identidad. Mejora mi estado de ánimo y me da confianza.

Fue modelo desde los 11 años hasta los 17.

En realidad, fui maniquí con aparato dental, de bañador y de cuerpo entero… Nada serio.

Durante la promoción de Los miserables, aseguró que sería capaz de salir desnuda a la calle por ese musical. ¿Haría lo mismo por Givenchy?

[Risas]. Mi contrato no me lo exige. Pero soy muy fan de la firma, es tan clásica, chic y moderna. Es la materialización del sueño de un artista. No sé, si me lo piden, a lo mejor me tiro sin ropa a las vías de un tren. Pero hasta ahora no he tenido que demostrar nada; la relación entre la marca y yo ya existía antes de acordar nada.

Donde sí ha tenido que mostrar mucho es en Lovelace, su papel más arriesgado. ¿Qué la llevo a aceptarlo?

Me gustan los retos. Sabía que si se rodaba bien y si hacía un buen trabajo, sería un éxito para mi carrera y a nivel personal. Crecí pensando que la desnudez era mala porque la censuraban en las películas; pero yo me preguntaba: «¿Por qué nos tapamos?». No me siento incómoda desnuda. Este personaje me ha enseñado muchas cosas sobre mí, la industria y la condición femenina. Este tipo de proyectos lo son todo para mí, quiero seguir apostando por ellos. Suponen un gran aprendizaje.

No como Mama Mia!

Esa película fue una experiencia fantástica y un taquillazo. Los triunfos comerciales están bien, permiten ganar más dinero, pero a la larga no compensan; a mí me dejan vacía. Me siento más realizada interpretando a Linda [Lovelace], con quien no tengo nada en común.

Linda fue la primera estrella del cine X, pero la forzaron a grabar Garganta profunda (1972) y acabó enganchada a varias drogas. Al final de su vida, abrazó la religión y se convirtió en una activista antiporno.

Su historia es frustrante. Este papel es una responsabilidad. Ella fue una incomprendida, intentó ser respetada pero fracasó. Me parece necesario validarla y justificar sus actos. Cometió errores, pero también hizo mucho como feminista y luchó por nuestros derechos. Ha sido una experiencia fatigante, pero enriquecedora.

¿En qué sentido?

Linda era parte de un decorado, no importaban ni ella, ni sus ideas, ni sus deseos. No supo distinguir entre el bien y el mal. Yo no soy perfecta, pero sé lo que valgo, me tengo respeto y sé decir no. Eso es fundamental.

El porno ha cambiado, existe un cine X catalogado como feminista y cada vez se ve a más mujeres en la industria y entre el público. De hecho, en algunos países como Holanda triunfan canales solo para ellas.

La plataforma Kink.com, con sede en San Francisco, está dirigida y producida por mujeres; además, las estrellas son actrices. Es maravilloso. Todo el mundo debería poder ver… por-no [pronuncia la palabra lentamente y su agente, que no había dejado de mirar el móvil durante toda la entrevista, levanta la cabeza y la observa]… sin sentirse denigrado. Si no se explota a los actores, es sano. Si eres adulto, adelante, consume películas X, son saludables. El problema es que en los 70, el sector se aprovechaba de la ingenuidad de las chicas. A Linda la coaccionaron, la amenazaron y la maltrataron; eso es deleznable y asqueroso.

En otro de sus últimos proyectos, While We’re Young, todavía pendiente de estreno, interpreta a una hipster de Brooklyn un poco más joven que usted.

Soy un espíritu libre, no trabajo, chillo mucho, tengo una gallina. Se trata de una mujer sincera, intrépida y más valiente que yo.

¿No se considera una persona con agallas?

No soy capaz de hacer paracaidismo, pero soy osada, digo lo que pienso.

Es espontánea porque se siente cómoda consigo misma. Pero muchas mujeres no tienen esa suerte.

Importa menos la apariencia que cómo te sientes. No tengo un vientre plano, no soy una top, pero me da igual, no quiero que me retoquen en una portada. Lo primero es aceptarse, respetarse y no hacer cosas que no nos apetezcan. No me refiero a escalar montañas, sino a conocer sus límites. Saber cuáles son nos hace fuertes.

Ya, pero usted es guapa y eso ayuda. ¿Quién no la ha envidiado? ¿Quién no envidia, por ejemplo, su melena?

Tengo una hermosa cabellera, no me quejo. Creo que se debe a que la lavo poco, cada cuatro días.

Tengo entendido que también se cuida en el gimnasio que tiene en su patio trasero.

El ejercicio es más importante que el pelo. Cuando hago spinning o salgo a correr mucho, lo mantengo con un champú seco.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_