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Alexandra Richards, hija de la anarquía

Superada la prueba de crecer siendo la hija del Rolling guitarrista de los riffs diabólicos, Alexandra resulta ser una chica normal en el sentido más feliz de la palabra, con inquietudes artísticas y un reality sobre compras a la vuelta de la esquina.

Alexandra Richards
Andrea Aguilar / Chabela García (Realización)

Hoy Alexandra Richards tiene una voz ronca, sonrisa franca y un aire dulce. Es la hija menor del mítico guitarrista de los Rolling Stones y su segunda esposa, la modelo neoyorquina Patti Hansen. Más Casa de la pradera que descendiente directa de sus Satánicas Majestades, esta rotunda rubia de 26 años creció en Weston, Connecticut, en el campo, ajena a la gran ciudad. «Mi madre nos protegía mucho, no veníamos mucho a la ciudad, solo a Staten Island a ver a su familia», recuerda. Aunque hizo su primer trabajo como modelo a los 14 y siguió en ello durante sus años en el instituto, no fue hasta que se trasladó a la Gran Manzana cuando empezó a tomarse en serio su carrera como maniquí, profesión que comparte con su hermana Theodora. ¿Su madre les dio consejos? «Bueno, yo estaba preocupada y ella me dio algunas pistas básicas. Al final se trata de relajarte y conseguir crear una cierta atmósfera con el fotógrafo. Es como una película muda», dice. Ha posado ante los objetivos de Testino, Demarchelier o Meisel, y ha desfilado en pasarelas, pero esto no significa que Alexandra haya renunciado a la herencia musical paterna: su carrera como modelo se desarrolla paralelamente a su trabajo como DJ.

Esta tarde se ha sentado en la esquina del bar a la vuelta de su casa, en el Soho, en las inmediaciones de Chinatown. Este es su rincón favorito en el barrio, el restaurante donde los camareros la conocen y no hay que hacer ningún esfuerzo. A Alexandra le gusta estar cómoda y se lo puede permitir, viste vaqueros negros, camiseta negra, botas y una gorra de cuadros. El estilo relajado encaja a la perfección con su tono tranquilo y algo tímido. Ha terminado la sesión de fotos que ocupó toda la mañana y aún le quedan un par de horas antes de encontrarse con una amiga con la que rodará el episodio de una especie de reality sobre estilismo, en el que visitarán varias tiendas. «No sé muy bien como será, pero lo pasaremos bien, seguro», explica sentada frente a una copa de vino tinto y un plato de espárragos.

Alexandra lleva sudadera de neopreno de Balenciaga, falda en piel de Loewe y stiletto negro de Christian Dior.

Eric Guillemain

Ha pasado el último mes en París, en un viejo apartamento en Place Vendôme que el guitarrista de los Rolling Stones aún conserva. Sus padres, que cumplirán 30 años casados en 2013, también pasan largas temporadas en esa ciudad, instalados en otra vivienda. Alexandra es familiar, le gusta pasar tiempo con ellos. Ríe cuando explica que en la capital francesa se siente mucho más en casa que en Londres, a pesar de las raíces de su padre. «Lo cierto es que de Inglaterra no sé casi nada. En cambio en París he pasado bastante tiempo por trabajo y ya tengo mi pequeña ruta, mi panadería, mi tienda de quesos, mi café… Es un segundo hogar, un sitio que puedes hacer tuyo», afirma.

Allí ha empezado a recibir clases para aprender a diseñar joyas, un proyecto que arrancó cuando estudiaba en el School of Visual Arts, y que ahora ha retomado. Lo cierto es que Richards abandonó sus estudios de Bellas Artes después de dos años ante la imposibilidad de combinarlo con su trabajo como modelo y pinchadiscos. Aún pinta, y ha expuesto algunos de sus inmensos lienzos, retratos en acrílico de algunos de sus músicos favoritos, como Etta James, Jimmy Hendrix o Nina Simone. La última vez, el pasado febrero en el show que organizó Vito Schnabel. Menciona al escultor Claes Oldenburg como su artista favorito. «Me encanta ese diseño que hizo para levantar un edificio con forma de ventilador en Staten Island para que así siempre tuvieran brisa», dice entre risas.

Con abrigo de piel con cremallera delantera de Hervé Léger y botines con tachuelas y hebillas de Cesare Paciotti. Brazalete y collar de oro de Tom Ford.

Eric Guillemain

Su pasión por la música le viene de familia, claro. Su padre le regaló primero una guitarra acústica y luego una eléctrica rosa, pero Alexandra no acababa de arrancarse. «Tenía amigos que tocaban mucho mejor», confiesa. «La música me ha rodeado toda mi vida, la moda llegó después, pero me ha ayudado y ha permitido que tenga una mayor proyección internacional como DJ», reflexiona, antes de explicar que, aunque en las primeras sesiones tras los platos vestía vaqueros y apostaba por una imagen algo gótica, ahora ha evolucionado hacia vestidos y tacones. De niña, Richards empezó a mezclar cintas que se intercambiaba con sus amigos en el colegio, un juego más que no tenía visos de ir más allá. Ya instalada en Nueva York, un amigo le pidió un buen día que le cubriera un turno como DJ en un antro de downtown ya desaparecido, Bella’s, y aquello se convirtió en un trabajo. Alexandra habla con ternura de los conciertos de su padre. «Toca con sus mejores amigos y ellos viven en Inglaterra, no se ven tan a menudo», dice. Al escucharla hay un toque fresco e ingenuo, una cara luminosa en el oscuro y legendario mundo del rock.

Aunque se declara fan del libro de memorias de Patti Smith, Éramos unos críos, no ha querido leer Life, los recuerdos salvajes que hace un año Keith Richards publicó. Alexandra explica que si quisiera saber algo en concreto, le preguntaría directamente. Parece que el manto de protección que su madre extendió sobre ella y su hermana ha calado, y la pequeña Richards prefiere quedarse con la imagen más familiar y doméstica del mítico guitarrista convertido en icono, de quien admira su irónico sentido del humor y su capacidad de decir lo justo.
 
Cuenta que la colección de vinilos de su padre le enseñó a apreciar el aspecto más onírico de la música. «Lo que más me atrae de pinchar es la posibilidad que ofrece de crear una atmósfera, de generar un momento estimulante y colectivo, es algo muy interesante», añade Richards. Cuando se enfrenta a los platos intenta evaluar al público y arrancar con cinco o seis canciones, entre las que nunca falta algo de reggae de Bob Marley o Lee Perry, porque, al fin y al cabo, los primeros cinco años de su vida los pasó en Jamaica. «Lo más complicado siempre es moverte de un tema al siguiente, y ese es el secreto que todos los DJ guardan para sí», reconoce. La canción de Feist My moon, my man le ha ayudado en estos trances. «¡Aún la sigo poniendo!», exclama risueña. ¿Y su canción favorita de los Stones? «Soy terrible, no sé qué decirte», dice soltando una carcajada.

Perfecto en piel de color rojo de Schott NYC, falda bicolor y zapatos abotinados en ante de Burberry Prorsum.

Eric Guillemain

Arte, música, moda o joyas, Alexandra va probando y aprendiendo. «La individualidad es al final lo más importante en todos ellos», asegura. Siempre ha querido ser una mujer independiente. Antes de cuestionarse a sí misma trata de lanzarse a estos campos creativos para descubrir cosas nuevas y formarse, construirse en ellos. «Ante un lienzo, o con los discos, los retos son constantes, y estoy preparada para asumirlos. La moda casi es lo que más me cuesta… Soy una chica de vaqueros y camisetas, y lo cierto es que al final me inspiro en mis amigas, que sí que tienen un sentido del estilo», se sincera. A diferencia de su hermana Theodora, la timidez que sentía cuando empezó como modelo no ha desaparecido del todo. «La vergüenza o el ser tímida no tiene por qué impedir que brilles, aunque siempre aspiro a que las cosas lleguen de una forma natural». Su rutina en Nueva York incluye clases de yoga y carreras por el puente de Brooklyn. Aún habla perpleja del ajetreo de la ciudad. «Estás siempre un poco al límite, permanentemente se busca lo nuevo, el ritmo es muy rápido. Las aceras llenas de chicas que parecen sacadas de una película, con esos tacones tan altos que parecen que se van a caer», comenta. El lado competitivo e intenso de la ciudad no acaba de encajar con Alexandra, pero le gusta que se pueda caminar a todas partes, no como en Los Ángeles, donde los ayunos a base de zumos de frutas están a la orden del día. «Son cosas que aquí no puedes hacer, es como otro mundo», dice. En el Soho le gusta comprar en Opening Ceremony, Bess y No. 6. Y cuando tiene un día libre y sus padres están en el campo, acercarse a Connecticut a las barbacoas que allí montan. «Es una cosa de familia, nos encantan las barbacoas. En general, compartir una comida», añade. «A mí me atrae el negocio de la restauración. Una prima se dedica a ello; lo único malo son los horarios», comenta. ¿Es eso lo próximo? «No lo sé, pero no lo descarto, porque me encanta».

Eric Guillemain

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