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Tostar, no broncear. Hay una larga distancia entre el dorado brasileño de Gisele Bündchen y el moreno marbellí de Gunilla Von Bismarck. “Los polvos de sol solo deben aplicarse, y de manera muy sutil, en pómulos, nariz y frente”. Insiste en que se trata de aportar un toque de color, como si viniéramos de pasear por el campo, no de parecer que regresas de estar tres meses en la isla de Supervivientes. “Abusar del polvo bronceador te hace parecer un chicharrón frito. No rejuvenece, retuesta de edad. Volvemos a lo de siempre: el rostro no es estático. Al gesticular, el color se va a desplazar, según se marquen las arrugas. Al cabo del rato parece que te han disparado un petardazo de humo, con arrugas donde se entrevé la piel blanca y concentraciones de pigmento en otras áreas. Y aquí no podemos echarle la culpa a la calidad del producto. Pasa con todos siempre que se abusa del producto”. Otro error que, más que avejentar, nos traslada a los años 80, es el pretender subir varios tonos a base de polvos de sol. “Nada de hacerte el body painting. Los polvos de sol jamás deben llegar a la barbilla. Mucho menos, al escote”.