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¿Se hereda la relación con la comida?

La figura materna determina en buena medida cómo interactuan las hijas con la alimentación y el físico.

¿Se hereda la relación con la comida?
Getty Images

Cuando una mujer se mira el cuerpo en un espejo, es fácil que reconozca la huella del legado materno en el contorno de su cintura, el tamaño del pecho o la forma de las piernas. Pero hay otra herencia, menos visible y más profunda, que posiblemente haya contribuido tanto como la genética a la hora de modelar esa silueta: la madre, aseguran los expertos, influye decisivamente en la relación, más o menos sana, que a lo largo de la vida su hija tendrá con la comida. Y, consecuentemente, con el uso que haga de esta para intentar modificar su aspecto físico. Así lo refleja el estudio Comportamientos y preocupaciones de adolescentes y sus madres sobre el peso y su control, realizado en la Harvard Medical School de Boston (EE UU). Esta investigación revela que los comentarios hechos por los padres en referencia a la báscula tienen un efecto importante sobre las preocupaciones de los hijos por los kilogramos de más y sus comportamientos para controlarlos.

El estudio reflejó que las advertencias realizadas por la figura materna tenían mayor impacto que las efectuadas por la paterna, y que las hijas se veían más afectadas por ellas: eran muchas más las chicas que los chicos que deseaban ser más delgadas, y estas eran descendientes de madres para las que era importante que fueran esbeltas. «Hay dos aspectos esenciales –apunta Mariela Michelena, psicoanalista y autora de Mujeres malqueridas y Anoche soñé que tenía pechos–. Por una parte, la madre es la influencia más importante en la vida de una mujer, pues es con ella con quien tenderá a identificarse; por otra, el primer intercambio que tenemos en el mundo es con nuestra progenitora a través del alimento. Ese punto de partida va a hacer que los conflictos femeninos con la alimentación, si los hay, sean más intensos». En terapia, explica, «no es infrecuente ver trastornos motivados por el deseo de las hijas de marcar su autonomía e independencia frente a unas madres muy intrusivas o controladoras, como si dijeran “al menos, puedo ser dueña de lo que entra y de lo que sale por mi boca”. Comentarios del tipo “vas a engordar si sigues así” pueden ser bienintencionados, pero también muy destructivos».

Desde su consulta en el hospital Universitario de Getafe, la doctora Susana Monereo, jefa de Endocrinología y Nutrición, ve a diario tanto a madres como a hijas y asegura que «la comida siempre está en medio del vínculo entre ellas. Es un pilar básico desde que el bebé nace, el eje sobre el que pivota la unión entre ambas». Esto, señala, no tiene por qué ser negativo. A su juicio, «cuando se utiliza bien, es estupendo; pero hay veces que se tuerce y sus consecuencias son terribles, porque entronca con lo más profundo de la relación humana. Hay momentos en los que tanto una como la otra pueden utilizar la comida como arma arrojadiza. Y es tan potente, que puede tener unos resultados beneficiosos pero también unos muy dañinos».

Aún cuando esta influencia, explica Monereo, es más visible en los cuadros límite, ya sean de anorexia o de bulimia, no hace falta llegar a ellos. Entre ambos extremos hay un sinfín de hábitos alimentarios que, sin alcanzar la consideración clínica de «trastorno», sí llenan de culpa e insatisfacción el día a día de muchas féminas. Y, detrás de esos comportamientos, es habitual que se esconda una madre que tiene, a su vez, dificultades con la comida. «La base de los problemas suele estar ahí, en la relación con una madre que le da una importancia excesiva al tema o que no se alimenta bien», explica Teresa Muñoz, psicoterapeuta de Thinking, un método en el que se aborda el adelgazamiento no solo desde el punto clínico, sino especialmente desde el tratamiento psicológico de base. «Si partimos de una persona para quien alimentarse ocupa un lugar más allá de lo puramente nutricional, es fácil que transmita a su hija un patrón de ansiedad. En cambio, cuando tiene un trato sano, es realmente complicado que sus descendientes acaben desarrollando disfunciones».

Es importante comprender que esta no es una cuestión de culpabilizar a las madres. Por una parte, porque, como señala Teresa Muñoz, «no hay una causa única para un trastorno con la comida; hay muchos más desencadenantes. Pero sí es cierto que si actúa como un referente positivo, la hija tendrá más recursos para defenderse ante los mensajes de la sociedad, de sus amigas o de los medios de comunicación. Las hijas, además, deben asumir la responsabilidad de sus vidas, decisiones y felicidad sin echar la culpa a sus padres». Por otra parte, porque seguramente ellas, a su vez, también son herederas y víctimas de unos aprendizajes erróneos. De acuerdo con los resultados del estudio Más allá de los estereotipos, realizado a escala mundial por Dove, casi tres cuartas partes de las madres con hijas menores de 17 años tienen la esperanza de no transmitir sentimientos de duda e inseguridad sobre el aspecto físico.

Pero, por mucho cuidado que se tenga, no siempre es fácil. La escritora Dara Chadwick, autora del libro 'Serías tan guapa si…', recuerda que de niña la regañaron por comer galletas. «En aquel preciso momento, me convertí en alguien que tenía que preocuparse por lo que ingería». Pues bien, Chadwick reconoce que, en un momento en el que bajó la guardia, ella misma reprendió a su hija por coger otro panecillo en la merienda. «Cuando vi que la había herido, me di cuenta de que había hecho lo mismo que juré no haría jamás».

Ciertamente, una madre insegura con su aspecto o hipercrítica con su figura es terreno abonado para pasar ese legado a sus hijas. De acuerdo con la American Dietetic Association, «cuando la progenitora está insatisfecha con su cuerpo, las hijas aprenden a basar su autoestima en su apariencia». Silvia Álava, directora del Área Infantil del Centro de Psicología Álava-Reyes, nos advierte de un riesgo más: «La mujer va sumando todo lo que ha internalizado desde que era pequeña. Cuando ha sufrido por su aspecto, cuando ha batallado contra los kilos y contra la comida, puede intentar realizarse a través de sus vástagos. De todas formas, es importante recordar que nunca es tarde para reaprender a tener una relación sana con la comida y, sobre todo, a no sentirnos culpables con lo que estamos comiendo».

A partir de ahí, ¿qué se puede hacer? Mariela Michelena apuesta por «el respeto hacia otro ser humano que es distinto a ti. Respeto por la diferencia, no pretender que tus hijos sean como tú quieres». Y Silvia Álava recalca que hay que enviar mensajes de salud, no de belleza. «No podemos cambiar los input que llegan a las chicas desde los medios de comunicación y desde su entorno social, pero sí filtrar los que reciben en su hogar. Tenemos que hablar de una nutrición equilibrada, pero no en términos de alimentos que engordan o que adelgazan, sino de los que son o no son sanos. Ya que la cuestión de la comida es tan poderosa, seamos inteligentes y usémosla como herramienta para transmitir modelos positivos».

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