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«Me da miedo que les pase algo y no estar allí»: cómo la pandemia ha despertado la culpa por vivir lejos de la familia

El desarraigo, la culpa y la soledad están atacando a muchas personas que llevan meses sin ver a sus familias debido a la pandemia de coronavirus.

Mujer mira por la ventana durante la pandemia.
Mujer mira por la ventana durante la pandemia.Getty (Getty Images)

A pesar de que el teletrabajo ha irrumpido con mucha fuerza gracias a la pandemia, todavía son muchas las personas vinculadas a un una ciudad sólo por cuestiones laborales. Madrid y Barcelona ofrecen puestos de trabajo que Soria, Logroño, Teruel o Gijón no, lo que motiva que haya quienes den por imposible vivir cerca de sus familias y ganarse la vida en sus respectivas provincias.

Pero, nada es gratis. Quedarte en esa empresa que te ofrece un puesto de trabajo relacionado con tu experiencia o formación, pero que está a 500 kilómetros de tu familia tiene un coste. Y más allá de no ver crecer a tus sobrinos, el precio que pagamos se llama desarraigo, culpa o soledad. Aunque solemos animarnos diciéndonos cosas como “elegir es renunciar” o “tenemos que vivir nuestra vida”, nadie dijo que el autoconsuelo estuviese libre de contradicciones.

“No sé si es la edad o la situación que estamos viviendo desde marzo 2020, pero últimamente me pesa más vivir lejos de mis padres o no estar con ellos en muchas ocasiones. Y, aunque son felices así, sabiendo que yo estoy bien, no dejo de pensar que quizás me esté perdiendo nuestros mejores años”, describe Carmen, una abogada de 30 años que reside en Madrid desde hace cinco.

Mayca, periodista de 26 años y natural de la provincia de Jaén, reconoce llevar regular eso de residir lejos de su familia y más en tiempos de pandemia: “Lo que peor llevo es no poder disfrutar de ellos en el día a día. No compartir momentos cotidianos o no poder cenar todos juntos y contarnos qué tal nos ha ido el día en el trabajo”, explica y añade que le da mucha pena que la distancia elimine “todas esas anécdotas que surgen en el minuto a minuto y que, por mucho que hables por teléfono, si no estás allí te las pierdes”.

Cada año Madrid recibe 100.000 personas procedentes del resto de las comunidades autónomas, un flujo migratorio que no sólo refleja la despoblación hacia la que están abocadas muchas provincias, sino que evidencia también hasta qué punto todo tiene que pasar por la capital. Hace apenas un par de décadas, mudarse a Madrid era algo reservado para algunos sectores que no estaban presentes en todas las partes del país. Ahora, con un tejido empresarial sustentado mayoritariamente por pymes, la oferta laboral a nivel provincial es más escasa, lo que provoca que las nuevas generaciones asuman que la inserción laboral pasa por mudarse a una gran ciudad.

“Puedo decir que tengo la vida que siempre imaginé cuando estaba en la facultad y pasaba noches sin dormir estudiando. En aquel momento pensaba que eso me serviría para mudarme a Madrid, ser independiente o tener un buen puesto. Ahora con 30 años, pienso que ha merecido la pena, a pesar de que sienta soledad o desarraigo por vivir lejos de mi familia”, detalla Carmen.

Sin embargo, donde Carmen ha encontrado la plenitud, Mayca sólo ve lentejas. Si las quieres las tomas y si no las dejas: “A mí el ritmo de vida de Madrid no me termina de gustar. El estrés que conlleva ir al trabajo, correr de aquí para allá, tener que desplazarte mucho para ver a la gente, el coste del alquiler, de la vida…me parece un rollo. Estoy aquí por trabajo. Si pudiera elegir, viviría en una ciudad más cómoda y más barata”, señala.

Una crisis de cuidados que ha destapado el Covid

El estallido de la pandemia y los estragos que ha producido sobre todo en las grandes ciudades, ha hecho que nos replanteemos qué cosas son importantes y cuáles más superfluas. De ahí que, después del confinamiento, hayamos visto a nuestro alrededor cierto éxodo urbano. En esta nueva forma de ponderar la vida, hay personas que han empezado a valorar regresar a sus provincias de origen, ver a sus padres envejecer y, en términos generales, llevar una vida más pausada.

“El coronavirus ha hecho que lleve un año y tres meses sin ver a mis padres, y eso para mí es demasiado tiempo porque les echo mucho de menos. Además, cada vez que les veo por videollamada, me da la sensación de que se están encogiendo, lo que me lleva a ser más consciente del paso del tiempo. Les veo más frágiles y me da miedo que les pase algo y no poder estar allí”, explica Saelia, artista plástica de 38 años afincada en Londres.

A pesar de que el Ministerio de Igualdad ha anunciado hace tan sólo unos días que está trabajando en la creación de una red pública de cuidados para menores, la futura iniciativa deja fuera la necesidad de conciliar con el cuidado de nuestros padres. Un problema que no tiene que ver solamente con atender a personas dependientes, sino que pasa por acompañar a nuestros padres a una consulta médica importante, estar junto a ellos mientras se someten a un proceso de quimioterapia o se recuperan de una operación. Actualmente, no existe ningún marco legislativo que contemple el teletrabajo como un derecho al que acogerse para tratar de conciliar en este tipo de casos.

“Aunque mis padres están bastante bien de salud, son activos y se cuidan, al final, no dejan de ser población de riesgo. Por ejemplo, con toda la situación derivada del Covid, me hubiese gustado estar ahí para ayudarles y hacerles la compra. También me he sentido muy triste por no haber podido estar allí, cuando recientemente han fallecido familiares y personas cercanas”, explica Saelia. “Otra cosa que tampoco llevo bien es que, cuando les pasa algo, no nos lo cuentan al momento. Esperan un par de meses para contarlo y no preocuparnos”, añade.

Mayca coincide con Saelia y recuerda con mucha pena su ausencia en la graduación universitaria de su hermana pequeña y no haber llegado a despedirse de su abuelo porque sus últimos días le pillaron en plena época de exámenes en Madrid. En su caso particular, el hecho de llevar nueve años viviendo en la capital no ha hecho disminuir las ganas de volver a casa: “Si yo tuviese las mismas oportunidades laborales que tengo aquí en mi tierra, haría ir para allá. Pero es que es muy difícil. Si en Andalucía ya hay pocas opciones para los periodistas, en Jaén concretamente es muy complicado”, describe. “Eso sí. Si el teletrabajo evoluciona y es cada vez más viable en mi profesión, sí que me gustaría pasar temporadas allí y temporadas aquí”, menciona.

Por mucho que la pandemia haya activado en algunos sectores la deslocalización laboral y, por ende, la posibilidad de mantener el mismo puesto de trabajo y red de contactos desde cualquier lugar, no todos los profesionales pueden acogerse a esta modalidad: “A pesar de que muchas veces pienso en volver, siendo realista no creo que pudiese. Sería muy complicado hacer lo mismo que hago en Londres desde Valladolid, sobre todo porque colaboro con diseñadores de moda y otros artistas que también tienen su base aquí. Además, antes de la pandemia, viajaba bastante y desde Londres es muy fácil moverte a cualquier sitio, algo que Valladolid a día de hoy tampoco me puede ofrecer”, concluye Saelia.

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