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S MODA + Calvin Klein

Las fotos de Kate Moss que provocaron una obsesión (y que nunca llegaste a ver)

Calvin Klein recupera instantáneas inéditas de la modelo con 18 años para presentar su nueva fragancia, OBSESSED.

Kate Moss fotografiada por Mario Sorrenti para Calvin Klein.
Kate Moss fotografiada por Mario Sorrenti para Calvin Klein.

Los dioses bendigan a Calvin Klein (y a Raf Simons, su actual director creativo) por recuperar para la humanidad a aquella Kate Moss virginal que encandiló al mundo a mediados de los 90 en la campaña para Obsession. En ella una jovencísima y menuda Moss miraba a la cámara desnuda y con gesto de inocencia. Un cuarto de siglo después el diseñador belga confiesa que esas imágenes “nos obsesionaban. Resumen visualmente el concepto de Calvin Klein y siguen siendo un referente de lo que entendemos como sensualidad”. El lanzamiento de la nueva fragancia de la firma, OBSESSED, una reinterpretación de la icónica OBSESSION, ha permitido desempolvar aquella mítica campaña y recuperar secuencias que en su día nunca llegaron a ver la luz.

La campaña de OBSESSED recupera imágenes nunca vistas de aquella campaña. Y da vida a dos nuevas frangancias que evocan esas sensaciones a flor de piel al sentir el roce de otro cuerpo. Esas que obsesivamente quieres recordar cuando el o la amante no está. Hay una versión para mujer y otra para hombre, aunque los límites entre géneros son difusos, como cuando ambos cuerpos se funden en uno. El tradicional aroma del Fougère masculino —en especial la lavanda blanca— se cuela en la fragancia de mujer, mientras que la vainilla cala en el jugo para él. Estos acordes se arropan con almizcles que añaden una sensual calidez a la fragancia de mujer, dejando que el ámbar y las maderas potencien la virilidad de la fragancia para hombre. Una tensión olfativa que las vuelve adictivas. Porque OBSESSED llega para perpetuar el aroma de la obsesión.

Lo grandioso de la historia de esas fotos es que los creativos no tuvieron que inventar una trama de dos jóvenes amantes en la que él se obsesiona con ella. La tenían entre sus manos. Y era tan real como la vida misma. Obsesión en estado puro. Mario Sorrenti, por aquel entonces un prometedor fotógrafo de 20 años, se pasaba todo el día retratando desnuda a su novia, Kate Moss, una aspirante a modelo de 18 años, escuálida y de rostro virginal. Acumulaba infinidad de instantáneas de ella en un álbum íntimo. Era su forma de prolongar la intimidad incluso en su ausencia. Porque en un universo lejano (léase 1993), cuando aún no existían los móviles, la única forma para que dos amantes estuvieran eternamente juntos era hacer fotos de forma casi obsesiva, revelarlas, guardarlas en álbumes y observarlas una y otra vez. Un ciclo cerrado sin fin que podía tener tanto de amor como de obsesión. Y así era lo de Kate y Mario. “Éramos jóvenes. Nunca volví a estar tan enamorado y obsesionado con fotografiar a alguien como lo estuve con ella”, confiesa Sorrenti, hoy convertido en uno de los más cotizados fotógrafos de moda. Aquellas fotos privadas, mitad álbum casero, mitad manifestación artística, fascinaron a Fabien Baron. Poco después, Calvin Klein dedidió fichar a aquella pareja y su intimidad obsesiva. Ellos pondrían la imagen a OBSESSION.

Lo que vino después podría describirse como el sueño de cualquier pareja de enamorados. Solos y con plena libertad para que Sorrenti diera rienda suelta a esa obsesión visual por su novia se fueron a trabajar a una playa paradisiaca. Lo mismo que hacía en su mini apartamento de Londres, pero en una localización mucho más exótica. Apenas algo de atrezzo: una toalla, un sofá, un espejo desvencijado y una bolsa negra con básicos que Brana Wolf, la estilista, les dejó para que Kate pudiera vestirse. “Recuerdo que había dos biquinis, un vestidito negro y una camiseta de tirantes. Era el tipo de ropa que Kate llevaba siempre”, recordaba el fotógrafo en una entrevista con W Magazine.

De aquella estancia se trajeron un especular dossier de instantáneas que no parecen posadas. Y una película en 16 mm, tan íntima y pura, que aún hoy provoca el sonrojo de sentir que nos estamos convirtiendo en voyeurs, entrometiéndonos sin pudor en los movimientos de una adolescente semidesnuda en la playa.

Filmada por su novio con una intimidad sobrecogedora, Kate, con el cabello mojado, camina por la orilla. No sonríe, no posa, no busca provocar. No lleva maquillaje. Tampoco protector solar (lo de pasarse más de una semana en la playa era para que Kate cogiera color y en los salvajes años 90 no se estilaba lo del bronceado seguro. Y menos, entre los adolescentes). Ella se tapa el pecho con pudor. Flota entre la espuma del mar. Duerme sobre la toalla. Mario la inmortaliza insistentemente, nos entreabre la puerta de su intimidad, de su obsesión. La luz es natural, bruta, sin artificios, en blanco y negro, con esa textura arty que marcaría un antes y un después en la historia de la fotografía. Calvin se rindió a sus pies y el resto ya es historia.

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