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La crisis del roce o por qué necesitamos tocarnos más

La sociedad de la hiperconexión está formada por los individuos que más solos viven (y se sienten). La falta de contacto con otros humanos tiene consecuencias directas en nuestra salud mental y física.

Una escena de la película 'La La Land'.
Una escena de la película 'La La Land'.

Es un hecho: cada vez tenemos menos contacto físico. Casi el 20% de los españoles viven solos y, lo que es peor, cuatro millones se sienten solos. Y no es una sensación exclusiva de las personas mayores: los millennials son la generación que más sola se siente. También es propio de esta promoción un menor interés por el sexo y, según los expertos, hay cada vez menos encuentros sexuales con otras personas y más masturbación. Dado que los españoles dedicamos de media cinco horas y 18 minutos diarios a Internet a través de cualquier dispositivo y una hora y 39 minutos a las redes sociales (en las que cada español tiene unos ocho perfiles diferentes), lo fácil es pensar que el muro que no nos deja olernos ni manosearnos está hecho de pantallas.

Sin embargo, Esteban Cañamares, psicólogo clínico y sexólogo, explica a S Moda que no podemos solo culpar a nuestra vida digital: “Son varios los factores que llevan a que cada vez tengamos menos contacto físico. Piensa simplemente en cuántos hijos tuvieron nuestras bisabuelas, cuántos nuestras abuelas, cuántos nuestras madres y cuántos tiene esta generación (España está a la cola de nacimientos en Europa), todo eso también va haciendo que nuestro tejido familiar y social se vaya haciendo más fino. Tenemos menos tiempo libre y, además, por supuesto, están Internet y las redes sociales”.

Habría que añadir otro factor más: los límites personales cada vez están más marcados. MDU, la mutua de Reino Unido ha pedido a los facultativos en ese país que no abracen a sus pacientes. El roce está mal visto también en España, donde ha sido noticia un instituto que trataba de normalizar que los profesores pudieran corregir a los alumnos mediante el contacto físico cuando fuera necesario, para aclarar situaciones como las quejas de un progenitor que protestó cuando un profesor sujetó a su hija por el brazo cuando iba a cruzar mal una carretera.

Hablamos de la proxémica o el uso que cada uno considera apropiado de su entorno personal y que es diferente según cada individuo, edad y cultura. Explica la incomodidad que provoca el menspreading en el transporte público. Y explica por qué a tantos extranjeros les incomodan nuestros dos besos como saludo. Hoy es tremendamente inapropiado un roce que antes era socialmente aceptado, igual que hoy es una rareza un contacto que antes era habitual e inconsciente.

A pesar de todas estas conductas que antes eran normales y ahora han cambiado, es indiscutible que los seres humanos necesitamos que nos toquen. El tacto es el primero de los cinco sentidos que desarrollan los embriones humanos y su mapa está representado en el cerebro antes del nacimiento. En un artículo de 1914 en Neuron, la revista científica de referencia en neurología, Francis McGlone exponía que las caricias y el toque de otro ser humano activan nuestro mecanismo de recompensa y bienestar (promoviendo la secreción de oxitocina y de opioides endógenos) mediante un sistema neuronal diferente, mucho más lento que el que transmite las señales de dolor al cerebro. Otro estudio, de la Universidad Global de Londres, publicado en Scientific Reports, demostraba por un lado que el rechazo social es una de las emociones más dolorosas que puede sufrir el ser humano, pero por otro probaba que puede ser paliado mediante el toque amable y continuado proporcionado por otra persona.

“A lo largo de la historia”, prosigue Esteban Cañamares, “se han realizado muchos experimentos, algunos extremadamente crueles, que demuestran que los seres humanos necesitamos el contacto físico con otros humanos”. La psicóloga Ciara Molina lo corrobora citando a Claude Steiner: “Los humanos para desarrollarnos necesitamos la caricia externa, pero ojo, caricia entendida como todos aquellos gestos que indiquen intimidad emocional (una mirada, un abrazo, un mensaje de apoyo, un gesto, una mano en el hombro, una sonrisa…)”.
Contra el cansancio y cualquier momento emocional complicado, la receta de esta psicóloga emocional es “mezclar vitaminas A, B y C (abrazos, besos y caricias), porque no caducan, son gratuitas y muy fáciles de administrar”. La psicóloga añade que “el abrazo es una de las principales demostraciones de afecto que podemos dar con varios significados posibles: amistad, cariño, dedicación o gratitud. Ejerce una clara influencia positiva tanto para la persona que lo recibe como para la que lo da, convirtiéndose de este modo en una forma de comunicación ideal para relacionarse con los demás. Cuando no sabemos como expresar con palabras una situación óptima, un abrazo siempre será una buena opción”.

Mimos clínicos

Según Kathleen Keating, pionera de la abrazoterapia, “el abrazo es una forma muy especial de tocar, que hace que uno se acepte mejor a sí mismo y se sienta mejor aceptado por los demás”. Emocionalmente se sabe que proporciona protección y seguridad. Ahora también se ha constatado su impacto en la salud. Una investigación del Carnegie Mellon University in Pennsylvania en 2015 demostró que los participantes que habían recibido abrazos no solo sufrían menos estrés sino que eran menos susceptibles de contraer resfriados y otros virus, lo que los responsables del estudio achacaban al aumento de la oxitocina (la hormona del bienestar que se dispara con el contacto físico) y serotonina; a la disminución del ritmo cardiaco, de la presión sanguínea y y del nivel de cortisol; y a la estimulación del sistema inmunitario. También sucede a la inversa: los niños a los que les faltaron abrazos y caricias de pequeños tienen una salud significativamente peor que aquellos que sí fueron acunados con amor, una diferencia que sigue presente 20 años más tarde, incluso después de haber controlado otros factores.

Lo ideal, según algunos es recibir unos cuatro abrazos al día. Según otros, la clave está en que el abrazo dure 20 segundos. Sin embargo, como asegura Ciara Molina, “todo dependerá de cada persona, lo importante es conocerse a uno mismo y saber expresar a los demás lo que necesitamos, también saber observar a la gente que nos rodea y respetar su manera de acceder a su intimidad emocional. De ahí la importancia del trabajo sobre las competencias emocionales”.

El sexo y la piel

Precisamente el trabajo psicológico es la clave para acabar con uno de los aspectos más crudos de la crisis mundial de abrazos. “A la consulta vienen muchos jóvenes que refieren muchas experiencias sexuales vacías de significado. Creen que les va a hacer sentir mejor, pero no es así, y se sienten doblemente mal, porque aunque están con otra persona no han llegado a conectar con ella”. Según el experto, un buen especialista puede ayudar a reconducir estos comportamientos: “Muchas veces no esconden traumas o enfermedades ulteriores, sino que están provocadas simplemente por timidez, paradójicamente”, explica Cañamares. En esta época en la que, como decía Lorena Berdún en S Moda, es más fácil quedar con alguien para acostarse que para conocerse para muchos la verdadera barrera es atreverse a conocer a alguien emocionalmente. Hay otros seres humanos involuntariamente afectados por la falta de intimidad con otros: las personas diversas que reivindican la asistencia sexual aportada por voluntarios o profesionales que les ayuden a tener una vida erótica plena. Según explicaba una usuaria en Verne, “tomar las riendas de mi sexualidad me ha reconciliado con mi cuerpo”.

Abrazos remunerados y académicos

El impacto de una mano ajena en nuestra piel es tan poderoso que se puede monetizar hasta en su versión más inocente: el toque de Midas es un estudio que demostró empíricamente que los camareros que nos rozan el antebrazo y el hombro con camaradería reciben significativamente más propinas que los que no lo hacen. En todo el mundo hay terapeutas que añaden los abrazos (sin componente erótico) a sus métodos: en Australia Jahnavi O’Neill; en Estados Unidos Samantha Hess, Anna Fortes en Reino Unido y en Canarias Lía Barbery.

Quien busque achuchones puede encontrarlos en los lugares más inesperados, desde el movimiento Abrazos Gratis iniciado por Shimon Moore en 2004 en Australia hasta dedicar diez minutos a acariciar a tu perro o gato (está demostrado que reduce los niveles de estrés notablemente. Y se suceden las patentes que quieren sustituir al abrazo. La enfermera valenciana María Dolores Hernández ha inventado para los neonatos un cojín cálido y articulado que simula el abrazo paterno gracias a su reproductor del latido cardíaco. Y a nivel más global, el ansiolítico viral con menos efectos secundarios es la manta Gravity de alta densidad y peso, que imitando la estimulación y presión táctil del abrazo retiene al usuario sobre la cama reduciendo el tiempo que tarda en dormirse.

Las técnicas del autoabrazo

Y si aún así nuestra sed de piel no queda saciada por el abrazo ajeno, por la mascota propia o por un dispositivo amistoso, la psicóloga Ciara Molina, autora de Emociones expresadas, emociones superadas, comparte un ejercicio táctil que realiza con sus pacientes para que conecten con su intimidad emocional: “Busca unos 15 minutos al día para ti sol@ sin interrupciones. Durante ese tiempo, recorre tu cuerpo desnudo concentrándote en las sensaciones que te provocas. ¿Por qué desnudo? Porque buscamos el contacto piel a piel. Si te resulta muy incómodo hacerlo así, prueba a hacerlo con ropa interior. Acaríciate y disfruta de esas caricias, focalizándote única y exclusivamente en lo que estás sintiendo. Si aparece algún pensamiento que te distraiga simplemente déjalo pasar y sigue con tu cometido. Se trata de que conectes contigo mism@ y con tu cuerpo a través de tu propio contacto. Al terminar el ejercicio anota cómo te has ido sintiendo y qué pensamientos has tenido”.

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