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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Es fácil, nada

Nadamos por supervivencia, por sanación, como ejercicio mental. Yo añado, para sentirnos fuera del mundo y a la vez por encima de él.

OPINION-ANABEL

Soy la única mujer que conozco que aún se depila con cera. Hay algo demodé en ello, como en ir al cine un domingo o en la monarquía, que me atrae. Tampoco puedo explicar por qué he tardado tanto en querer nadar muy bien. Paso medio año soñando con piscinas y otro medio buscándolas y lo lógico sería que dominara la natación tanto como domino ese tema. En ellas me baño mucho y nado poco, pero dentro del agua me siento, como escribió Charles Tomlinson, «entre el abrazo y la conciencia, libre».

Como quisiera nadar de forma impecable, he decidido apuntarme en este año olímpico a un intensivo de natación. Soy una listilla internacional, así que sentirme torpe en cualquier disciplina es una buena lección para mi ego.

No ha sido Tokio 2020 lo que me impulsó a inscribirme en este curso de verano. Ha sido un libro llamado Por qué nadamos (Geoplaneta, 2021). En él Bonnie Tsui, escritora y nadadora de aguas libres, relata distintos episodios de la historia en los que la natación ha jugado un papel clave. Tsui habla de ella como algo que «nos saca de nuestro elemento» y como un hábito que es «parte del conocimiento cultural colectivo». El libro comienza explicando que el ser humano comenzó a nadar para buscar su alimento. Aunque los neandertales ya lo hicieran, el primer rastro de la natación se encuentra en la Cueva de los Nadadores, descubierta por László Almásy en 1933 en el desierto de Egipto, que hace 10.000 años era un conjunto de lagos. Me gustó leer en él sobre el nihon eiho, o la natación tradicional japonesa y me fascinó la historia de Guðlaugur Friðþórsson, al que llaman «la foca humana». Este pescador islandés sobrevivió en el mar tras un naufragio en 1984 tras pasar muchas horas a cinco grados centígrados y en condiciones extremas. Hoy es un héroe nacional y cuenta a Tsui que para él nadar «salva vidas y le da libertad». Por qué nadamos lanza una pregunta y su autora se atreve con una respuesta: nadamos por supervivencia, por sanación, como ejercicio mental. Yo añado, para sentirnos fuera del mundo y a la vez por encima de él.

Me pregunto por qué nadará Katie Ledecky. Esta mujer que ha sido una de las estrellas de la natación en los Juegos Olímpicos. Ninguna se ha colgado tantas medallas de oro (cinco) como ella ni ha batido tantos récords mundiales: 15. Me dice un amigo profesor de natación que este año en Japón el espectáculo en natación lo van a dar las chicas. Me explica que en todos los grandes duelos ha estado ella (Ledecky y Ariarne Titmus, Ledecky, Simone Manuel y Sarah Sjostrom, Ledecky y Simona Quadarella…) que acaba de licenciarse en Stanford. No encuentro una traducción al castellano de la palabra overachiever, será porque solo en la cultura anglosajona abundan y se celebran esas personas que lo logran todo en distintos campos. Ledecky es una overachiever. Esta veinteañera y yo compartimos algo: la depilación. Ella es la imagen de las cuchillas BIC Soleil y las exhibe orgullosa en medios como The Cut.

Ese mismo amigo me dice que hoy casi todas las nadadoras se tiran al agua muy maquilladas y que eso es algo reciente, de los últimos cinco años. Muchas de las que nadaron del 25 julio al 6 de agosto de 2021 en el Olympic Aquatics Centre de Tokio, tendrían que agradecer a Esther Williams la contribución a la puesta en escena. La actriz y nadadora impulsó el desarrollo de maquillaje, máscara y labiales waterproof. Ella quería que las mujeres se sintieran bajo el agua con confianza y trabajó con los maquilladores de las películas para lograr productos que resistieran en agua.

Estas semanas me informé de los récords batidos y las medallas ganadas en los Juegos Olímpicos con una piscina cerca; espero. Mi verano siempre gira en torno a ellas. Hace poco Guillermo Alonso (compañero de Icon, siempre brillante) escribió en su cuenta de Instagram algo que ojalá hubiera escrito yo: «Nada me gusta más que cuando en los hoteles me toca la terraza con vistas a la piscina, porque ahí puedo asomarme y ver todo el rato la escena que me da más paz, alegría y fe en el ser humano: gente que no está haciendo absolutamente nada. Nunca somos más auténticos ni estamos más cerca de la perfección que cuando no estamos haciendo nada. Pruebe usted a no hacer nada durante un rato, por favor, que ya está bien». Ver nadar a las más rápidas es maravilloso. Intentar nadar con corrección, loable, pero no hay nada comparable a estar en el borde de una piscina con los ojos guiñados por el sol. Es fácil, nada.

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