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‘En el Fango’: la comunidad española de Instagram unida por el agujero negro de la ansiedad y los abusos

Hablamos con la psicóloga Jara Pérez sobre su proyecto ‘En el fango’ y cómo convivir con la epidemia de malestar emocional derivada, en gran medida, por la crisis económica.

Jara Pérez coordina En El Fango, un fanzine y cuenta de Insgram para dar voz al malestar emocional de una generación.
Jara Pérez coordina En El Fango, un fanzine y cuenta de Insgram para dar voz al malestar emocional de una generación.Dora Garrido/ En el Fango

La ensayista Rebecca Solnit publicó en 2009 A paradise built in hell, un ensayo que desmentía la leyenda sobre esos supuestos brotes de egoísmo brutal en catástrofes inesperadas y defendía los sorprendentes y empáticos vínculos emocionales que se tejen en las comunidades que han pasado por trastornos imprevistos como huracanes, terremotos o ataques terroristas. En sus conclusiones, y tras entrevistar a nostálgicos de esa comunidad efímera surgida en el cataclismo que pareció evaporarse cuando todo volvió a la normalidad, Solnit sugería que nuestro verdadero desastre es el día a día, ese que nos ha alienado unos a otros de ese impulso protector que todos atesoramos y nos empeñamos en aparcar. Diez años más tarde del texto, la psicóloga Jara A. Pérez López (Madrid, 1984) ha creado En el fango, su particular comunidad y refugio virtual para ofrecer apoyo y altavoz a las diferentes encarnaciones de otra epidemia global invisible pero no por ello menos devastadora: el malestar emocional de una sociedad quemada, herida y exhausta.

En el Fango es una cuenta de Instagram y rincón confesional con experiencias de todo tipo. Un muro de lamentos común y baño de realidad en el que sus participantes se reúnen para hablar sobre su experiencia, darse ánimos y apoyarse. Desde su cuenta, Peréz se ha comprometido a publicar durante doce meses las historias personales de afectados que llegan a su buzón. Experiencias que transitan por diversos estadios como la sensación de insuficiencia («Parece que todo el mundo tiene una vida menos yo. Siento que no le intereso a nadie», cuenta Javier); la ansiedad por miedo al fracaso («El pánico me impide disfrutar de cosas como montarme en transporte público, hablar con desconocidos sin alcohol de por medio o hablar en público si haberme tomado un par de pastillas», Ana); el maltrato infantil («Mi madre bebía, me pegaba, me insultaba y yo lloraba», Nuria) o las consecuencias de la violencia de género («Hace un año que dejé la relación pero hay días que siento que él me controla, podría hacerme todo el daño que quisiera y todo seguiría igual, tiene el poder», María). Distintas aristas en ese voluble universo de impotencia, hastío y colapso ante algo tan aparentemente sencillo pero increíblemente complejo como es afrontar una simple rutina en nuestra aparentemente ordenada sociedad.

Acabar con el estigma: verbalizar el trauma

«Contarlo es un primer paso para superar el trauma», apunta Pérez, que se dio a conocer hace un par de años a través de Tentaciones por ser «la psicóloga millennial que da consulta por Skype» a través de Therapy Web. Dos años después, esta psicóloga que se mudó en 2015 por amor a un cortijo en Almería ha ampliado su red de apoyo emocional con nuevos proyectos antagónicos a la autoayuda estéril y falaz del ‘si quieres, puedes’ que intoxica los medios. Su labor aporta contexto político frente a la fatiga mental de la sociedad neoliberal. «Mucha gente va al psicólogo para calmar la explotación que sufre el trabajo y eso, precisamente, no lo voy a poder cambiar», destaca, sabiendo que la psicología no puede erigirse en único salvavidas frente a la angustia e incertidumbre derivada de una sociedad precarizada. La suya, no obstante, es una mano amiga en el medio del caos existencial. «A través de la consulta veía muchas experiencias comunes, me pregunté cómo podía poner en contacto a todas estas personas que están sufriendo para que se calmen unas a otras. Un espacio para juntar a gente de todo tipo, no solo a perfiles diagnosticados».

Según la OMS, 260 millones de personas padecen ansiedad en el mundo y la depresión ya afecta a 300 millones. El 96% de los españoles confirma haber sentido estrés en algún momento. En el Fango tiene como objetivo ofrecer un altavoz y punto de reunión para aquellos que quieran compartir una experiencia que no por ser tan común y extendida implique que sea fácil de superar. Tal y como recogía Raquel Seco en Ideas, convivimos con una cultura que refuerza unos clichés heredados respectos al propio malestar: «Un análisis de 20.000 diálogos de programas de televisión de 2010 concluyó que retrataban a las personas con enfermedades mentales como ‘temibles, causantes de vergüenza y castigadas’, y un 70% de las veces, como violentos, uno de los estigmas más persistentes y dañinos». En realidad, solo el 3% enfermos mentales son agresivos. Frente a este panorama, vocear en comunidad las angustias y traumas personales es un paso hacia adelante para acabar con el estigma y tabú, para fomentar su normalización y debate social.

Un oasis desde los márgenes en el Internet polarizado

En Expuesta. Un ensayo sobre la epidemia de la ansiedad (Alpha Decay, 2019), Olivia Sudjic destaca la «mirada bifocal» esquizofrénica que nos han aportado las redes sociales donde, sin apenas espacio para la reflexión o la gestión de las emociones en una esfera en la que el tiempo adquiere otro valor, «aprendemos a asimilar noticias de ataques terroristas junto al nacimiento del hijo de una amiga». Las redes, según defiende Sudjic, también se han convertido en fuente de ansiedad global en la cultura del subtuit: «Incluso la simple acción de ser ‘vista’ puede parecer teñida de desprecio». Una agonía dentro y fuera de Internet que se da, especialmente entre la población femenina: «Las mujeres de veintitantos presentan los niveles más elevados de ansiedad. Los periodistas lo llaman ‘nuevo feminismo’, los profesionales de la medicina lo llaman epidemia».

Entre toda esta sensación de malestar generalizado, derivado también por nuestra representación digital, la comunidad virtual que gestiona Pérez se erige como oasis de sinceridad, apoyo y cuidados frente al escenario de enfrentamiento, odio y polarización política a la que nos ha llevado la cultura del algoritmo. La psicóloga es consciente de la perversión del propio sistema, pero no reniega de enarbolar el lado bueno de Internet, a esas comunidades unidas por el afecto y el interés común, las que supuestamente estaban llamadas a extinguirse por la invasión corporativista y la conversión de usuarios en marcas. Grupos  que resisten y repuntan en comunidades cerradas de Facebook o en Instagram. «Siempre repito que tenemos que tener en cuenta en manos de quién está todo esto. No podemos fiarnos de quien ha diseñado las aplicaciones, pero también hay que reivindicar ese lado maravilloso que conforma la gente que está en los márgenes, que entra en contacto y se ayuda gracias a la red. Gente que no socializa fuera de lo virtual, que se encuentra mal, y que encuentra una salida a través de internet para relacionarse. Ese lado sigue siendo maravilloso».

«No son problemas insignificantes»

En El Fango es la hermana pequeña virtual del fanzine Fango, alma mater de esta comunidad confesional de Instagram y proyecto que Pérez lanzó hace un año con firmas colaboradoras como las de Sabina Urraca, Elisa Victoria, Marta Bassols o Alexandra Lores. Tras lanzar la revista en octubre de 2018, Pérez, que también colabora habitualmente con Vice escribiendo columnas sobre salud mental y feminismo y ha publicado un libro (La locura como superpoder, Cúpula 2019), se animó unos meses tarde con la cuenta propia.

El objetivo es publicar durante 12 meses historias personales en ese rincón de Internet donde los usuarios se ayudan unos a a otros y se aconsejan. «No hay una norma para participar, se trata de compartir el sufrimiento. Muchas personas en consulta creen que sus problemas son insignificantes porque ‘seguro que hay gente ahí afuera que está sufriendo mucho más’. Esta es una forma de demostrar que el sufrimiento es sufrimiento, no tiene medida ni gradación«, apunta al otro lado del teléfono.

No es un proyecto fácil de gestionar frente a la crudeza de los testimonios. «Se hace duro, pero es necesario. Me han llegado muchísimas historias de abuso sexual infantil. Muchísimas. Creo que la sociedad no es consciente o ignora las altísimas tasas de abuso en la infancia que tenemos. Me he puesto la obligación de publicar todos los testimonios que pueda en este ámbito. Realmente nos encontramos frente a una estructura social silenciada que sustenta esta forma de abuso«, destaca.

Sobre la perversión del término autocuidado, una palabra comodín que se repite con pasmosa facilidad desde territorios tan dispares como el falso empoderamiento feminista, el marketing cosmético o la militancia política, Pérez, en sintonía con aquella Audre Lorde activista que decía en los 80 que «cuidar de mí mismo no es auto indulgencia, es pura preservación y eso es un acto de lucha» advierte a las influenciadas por aquellas frases inspiracionales de egoísmo condescendiente: «Chicas, si creemos que lo de ‘autocuidarse’ es ponerse moradas de vino en la bañera, vamos apañadas. Aquí hablamos del poder entendernos con compresión y respeto. Autocuidado, al fin y al cabo, es cuidarnos frente al sistema».

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